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Catorce anotaciones sobre la Décima

Actualizado a


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Ha vuelto una rivalidad. Los partidos entre los dos grandes equipos madrileños los llamábamos años atrás ‘de la máxima rivalidad’. Esa ´máxima rivalidad’ formaba parte del paisaje de la ciudad. La habíamos perdido. El Madrid ya sólo miraba al Barça, crecido en los últimos años, mientras el Atlético se venía abajo. Llegó a haber hasta cierta mirada de simpatía de los madridistas a los atléticos en casos como la final de Hamburgo ante el Fulham. Una simpatía que provocaba incomodidad a los atléticos. Sentían que habían dejado de ser considerados adversarios por el Madrid. Ahora lo han vuelto a ser. Han ganado la Liga y en Lisboa le dieron al Madrid el susto de su vida. La ciudad ha recuperado algo.

¡Sí, se puede! Abundando en lo mismo: en los últimos diez minutos, el fondo ocupado por la afición madridista, justo aquel hacia el que atacaba el Madrid, gritaba en cada falta contra el área. “¡Sí, se puede!”. El grito del que está ante una misión tenida previamente por imposible. Ese grito es la medalla que los atléticos se llevan de esta final, de esta su gran temporada. La vieja visión ‘supremacista’ del Madrid quedaba a un lado. Empujar con ese grito en pos de un gol que empatara el partido ante el Atlético en campo neutral da a ver hasta qué punto el equipo rojiblanco ha llegado a ser considerado por el madridismo. Considerado y temido.

La explosión de Florentino. Y un apunte más en la misma dirección: la explosión de Florentino en el palco. Hombre de natural tan contenido, dio rienda suelta a una alegría que su cuerpo no pudo contener. Florentino es de mi generación, de los años en los que el enemigo del Madrid no era el Barça, sino el Atlético. Tuvo que pasar un quinario hasta ese gol, que le liberaba del destino más espantoso imaginable para un madridista de esa quinta: que el Atlético le ganara una final de Copa de Europa.

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Diego Costa. Fue un fiasco. Los milagros en Medicina no existen, me decía un médico amigo. Los milagros están en la Historia Sagrada. Si me permiten, utilizaré la expresión de mi amigo médico: “Como dijo el aldeano, si habría algo mejor que follar, ya se sabría”. Es decir, que si de verdad existieran tratamientos para acelerar los tirones, hace tiempo que se sabría y se aplicarían. El tirón es la gripe del futbolista. Siempre se dijo: “Sin tratamiento, tres semanas; con tratamiento, veintiún días”. Diego Costa y Simeone confundieron deseos con realidades y el resultado fue un cambio malgastado. Y tuvo su importancia, porque el Atlético llegó al final hecho trizas.

El final del Atlético. Sin Diego Costa ni Arda Turan el Atlético tenía poco a que agarrarse, aparte de la lucha. Una vez más luchó hasta la extenuación. Al final se le cayó encima el esfuerzo de todo el partido y el de todo el año. El Atlético ha hecho la temporada con pocos jugadores, porque su banquillo desmerece en ciertos puestos de sus aspiraciones y sus logros. Y esos pocos que han jugado tanto lo han hecho siempre con el máximo esfuerzo, casi podría decirse que con el esfuerzo del novillero. Al final se le cayó todo encima. La caída del Atlético tuvo algo heroico.

Casillas. Levantó la copa. Es hombre de suerte. Desde que yo recuerdo, ha ganado muchos partidos y nunca se ha perdido uno por su culpa. El sábado pudo pasar y no pasó. En su única intervención midió mal, señal de que le ha faltado portería este año. Una consecuencia indeseada de esa singular alternancia de competiciones. Pero Sergio Ramos vino a salvarle con su gol decisivo. A la postre, el gol que cedió Casillas quedó sepultado por cuatro. Por eso abrazó a Sergio Ramos, le dijo “eres el puto amo”. Y por eso le cedió el alto honor de ponerle la bandera al cuello a la diosa Cibeles.

Sergio Ramos. Un tipo. Nacido para jugar en el Madrid. Su coraje es extraordinario. Su gol de ultimísima hora refleja esa virtud tan proclamada del Madrid, tan querida a sus aficionados: su resistencia a la derrota. Intentarlo hasta el último aliento, agarrarse a un clavo ardiendo. Si se pierde, que por falta de esfuerzo no haya quedado.

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Ancelotti. Modelo delbosquiano, tan alejado de Mourinho. No son necesarios malos modos ni pleitos con la plantilla ni mear más largo que nadie para andar bien por la vida ni para ganar títulos en fútbol. Llegó nuevo, manejó dudas, tardó en encontrar la fórmula, manejó tensiones con el presidente, los gallitos, Di María… Aguantó aquí y allá, apretó esto, aflojó lo otro, cedió… Sin llegar a lo del Atlético, tampoco tuvo al equipo en sus mejores condiciones. Le faltó Xabi Alonso, cuyo primer suplente, Illarramendi, no ha dado la talla. Khedira llevaba tiempo sin jugar. La famosa BBC llegaba en malas condiciones. Empezó mal (la pulsión italiana), pero rectificó sobre la marcha.

En caso de duda, fútbol. Continuación del apartado anterior. Hay un adagio en periodismo que dice: “En caso de duda, haz periodismo”. También vale para el fútbol. “En caso de duda, fútbol”. Con la final atascada, Ancelotti tiró de Isco y Marcelo. La reunión de talento en ese momento era descomunal. Con eso jugó el Madrid unos minutos fantásticos en los que se hizo merecedor del gol antes. Cuando se tienen jugadores (y se tienen cuando se tiene dinero para comprarlos) es lo mejor. El fútbol es de los jugadores. La pizarra surgió como necesidad de los entrenadores que veían a su once inferior al de enfrente. Cuando se puede poner talento sobre el campo, eso es lo que se debe hacer. El fútbol es talento, no cálculo.

El descuento. El Atlético se queja de los cinco minutos de descuento, promediando el cuarto de los cuales llegó el gol. Pero el descuento fue justo, por los cambios, la atención a Filipe Luis y las pérdidas de tiempo del Atlético. El Madrid venía mereciendo el gol desde antes. El Atlético había hecho poco durante el partido. Castigar la mala salida de Casillas con un gol y manejarse con calma hasta que se agotó. Cuando marcó Sergio Ramos hacía rato que se mascaba el gol.

El fatalismo. Es llamativo el paralelismo, cuarenta años (los que peregrinó Moisés por el desierto), de nuevo un defensa central que marca sobre la hora. Como Moisés, el Atlético contempló la tierra prometida, pero se quedó sin pisarla. Los duendes del fútbol. Para mí, el Madrid mereció largamente la victoria, entre otras cosas porque tenía más, pero la forma en que cayó el Atlético fue demasiado cruel.

Di María, soberbio. El hombre que en invierno se quería ir, en busca de una titularidad para no perderse el Mundial, fue el hombre de la final. Jugó un gran partido y su escapada en el 2-1 fue soberbia. Ancelotti sufrió críticas por aguantarle aquella provocación en el Bernabéu, acomodándose sus partes, y por abrirle un puesto en la media. Pero funcionó, fue un hallazgo y el suplente de Bale se convirtió en titular indispensable, equilibrio del equipo y cuchillo ocasional por la banda izquierda. Gento, invitado al partido por sus seis Copas de Europa, tuvo que estar orgulloso de él.


Cristiano Ronaldo, mal. Me pareció un extravío la celebración de su gol. Un gol de penalti, que al fin y al cabo es un golpe de matarife. Recuerdo un día en el que hablé con Di Stéfano, enfadado porque un jugador del Madrid marcó de penalti y se subió a la alambrada del fondo. Era el cuarto gol, goleada a un equipo ya indefenso, con varios jugadores directamente inválidos. Me pareció del peor gusto ese alarde, ese ‘balotelli’. No pude evitar el contraste con el recuerdo de Casillas, en la final de la Eurocopa, cuando con 4-0 a favor de España frente a Italia le decía al linier que aceleraran el final.

Dos aficiones hermanas. Fuimos y volvimos a Lisboa juntos y revueltos. Separados en el campo, juntos al entrar y al salir, al ir y al volver. Y juntos en la pantalla gigante que al final sí se instaló en Lisboa Magnífica conducta. El fútbol no es como a veces lo dibujamos. Hay menos incidentes de los que se cree, hay muy pocos, es casi insignificante. Sólo que cuando hay alguno, se televisa en directo, invade los telediarios y sigue la bola. Luego están esas pomposas declaraciones de “partido de alto riesgo” que cada poco hace Antiviolencia. Ir al fútbol no es arriesgado. Es bonito.