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La insignia de Bernabéu a Moshe Dayan

La final europea de baloncesto del domingo, entre el Maccabi y el Madrid, me sirve para desempolvar un curioso incidente diplomático desatado por Santiago Bernabéu en febrero de 1973, cuando tuvo la repentina ocurrencia de quitarse la insignia de oro y brillantes de la solapa e imponérsela al general Moshe Dayan. Aquello provocó las quejas diplomáticas de la gran mayoría de los mandatarios árabes del momento, entre ellos Gadafi, y tuvo que ser arreglado por los buenos oficios de Saporta.

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Pedro Ferrándiz, a la izquierda, saluda a Moshe Dayan en presencia de Santiago Bernabéu


El Maccabi recibió al Madrid en Tel-Aviv el jueves 8 de febrero, en partido de la liguilla de los cuartos de final de la Copa de Europa. El grupo lo completaban el Simmenthal y el Estrella Roja. Para cuando llegó este partido, ni Maccabi ni Real Madrid tenían nada que hacer. Los resultados anteriores les habían puesto fuera de carrera y convertido el choque, en la práctica, en un amistoso.
Y lo fue.

El presidente de la Federación Israelí hizo en la cancha un discurso en español con grandes elogios al Madrid. Era de origen sefardí. Luego bajaron a la cancha Santiago Bernabéu y Moshe Dayan, para que a este le fueran presentados los jugadores. En un gesto inesperado, Santiago Bernabéu, tras unas palabras dirigidas por Moshe Dayan y contestadas por él (intérpretes mediante, claro) tuvo el arranque de quitarse la insignia de oro y brillantes del Real Madrid que siempre llevaba en su propia solapa e imponérsela al célebre militar del parche en el ojo, entre una gran ovación. Luego, el propio Bernabéu aplaudió al público.

Después de eso, todos subieron al palco y presenciaron el partido, que ganó el Madrid por 87-88. Para los que tengan curiosidad y a fin de fijar mejor la época para el aficionado, ahí van los anotadores del Madrid:
Brabender (33), Ramos (5), Cristóbal (2), Cabrera (4), Paniagua (2), Emiliano (10), Rullán (12) y Thimm (20). Luyk estaba lesionado.

Agustín Domínguez, secretario general del club, se atrevió a prevenir a Bernabéu, a su regreso al palco, de que el gesto quizá no fuera bien comprendido por todos, si es que trascendía, como era muy de temer. Bernabéu se encogió de hombros.
—¡Bah! Es un tío con dos cojones, por eso lo he hecho.

Pero cuando el viernes, tras aterrizar, pasaron por el club y se encontraron con que había recado de López Bravo, ministro de Exteriores, exigiendo que Bernabéu se presentara en el Ministerio a la mayor brevedad. El dirigente blanco tenía por entonces 77 años e iba sobrado de todo. Lo que menos le apetecía era escuchar una reprimenda del ministro.
—Yo me voy a Santa Pola a pescar. Que lo arregle Saporta, que esas cosas las hace muy bien.

Saporta se preocupó, porque sabía cuánto había escocido el gesto en el mundo árabe, para el que Moshe Dayan, general halcón, héroe de la llamada Guerra de los Seis Días, era el peor enemigo imaginable. Además, en el franquismo eran constantes las referencias a la tradicional amistad hispanoárabe, y de hecho Franco así lo sentía, con seguridad. En su biografía personal fueron decisivos los años en Marruecos y, ya Generalísimo, se acompañó durante tiempo de la Guardia Mora.

Bernabéu no ayudó mucho a Saporta.
—Le dices lo que quieras. Le dices que se la impuse porque se me ocurrió y quise. Y porque es un tío bragao.

Para Saporta no era nada fácil. No había estado en el viaje ni había tenido nada que ver, pero se conocía su ascendencia judía. Se llamaba Raimundo Saporta Namías, y aunque se solía decir que había nacido en París, hijo de mallorquín y de parisina, la realidad era todavía más directa. Según una investigación reciente de Fernando Arrechea y Víctor Martínez Patón (que dieron con los datos reales en el colegio de París en el que estudió), la familia Saporta-Namías se formó en Constantinopla (hoy Estambul), en la fuerte comunidad sefardí de allá. Allí nacieron Raimundo Saporta y su hermano. La familia se trasladó a París cuando se venteaba la Guerra Mundial y se hizo con nuevos papeles, por temor a que su procedencia de una ciudad con tan gran comunidad sefardí resultara una pista peligrosa en esos tiempos. Cuando los alemanes tomaron Francia, se trasladaron a España con esa nueva documentación. Bajo ese supuesto discurrió toda su vida posterior.

En todo caso, su ascendencia judía era de conocimiento común. Además, Saporta había contribuido a incorporar al campeón de Israel de baloncesto a la Copa de Europa desde su primera edición, en la 57-58. Para esos años, las competiciones deportivas de Israel con países de Asia se estaban haciendo inviables. En la fase de clasificación con vistas a la Copa del Mundo de fútbol de 1958 hubo un largo boicoteo en la zona asiática. Nadie quiso jugar contra Israel, que acabó ganando la zona. No fue al Mundial porque tuvo que jugarse el puesto en repesca con Gales, que la eliminó. 

Aquella decisión de Saporta de incluir al campeón de Israel en la Copa de Europa de baloncesto abrió el camino a que este país compita en todo en las zonas europeas.

Así que se podía sentir el menos indicado para darle una explicación al ministro sobre lo ocurrido. Pero era un hombre inteligentísimo y supo revertir la situación. Tras soportar el chorreo inicial, contraatacó suavemente con sus argumentos. Le dijo a López Bravo que su predecesor, Castiella, tenía mucho más contacto con el Madrid. Que siempre que viajaban al extranjero, en fútbol o baloncesto, se ponía en contacto con ellos, y que con alguna frecuencia les había pedido gestos o gestiones que siempre habían hecho. (Y era verdad. Castiella llegó a decir en un discurso que el Real Madrid era el mejor embajador de España). Que ahora iban a ciegas. Que Bernabéu era un hombre impulsivo y que por alguna razón le había caído bien el general Dayan y tuvo ese gesto, impremeditado e imprudente, sí, pero carente de intención. Le recordó que el Madrid acudía casi cada verano al trofeo Mohamed V, que solía ganar, y las veces que Gento había recogido la copa de manos de Hassan II y la buena imagen que del Madrid se tenía allí…

López Bravo, que quedó conforme a medias, aprovechó un viaje en el mes siguiente del equipo de fútbol a Odesa (aquel partido de Copa de Europa en el que el Madrid vistió de rojo y García Remón hizo maravillas) para pedir que se le impusiera la insignia a determinado militar, con el que a saber quién y por qué quería tener buenas relaciones. El encargo era raro. La insignia de oro y brillantes del club se entiende como algo ideado para quien ha rendido servicios excepcionales al club, no para cualquiera.

Pero, después de habérsela impuesto a Dayan, ¿cómo negarse ahora?
Se hizo, y pelillos a la mar.