SUPER BOWL: Todos pendientes del General Invierno
Denver Broncos y Seattle Seahawks, máximos favoritos desde pretemporada, jugarán una final sin pronóstico que podría decidirse por el clima extremo de Nueva York. Por fin llega el partido que todos estaban esperando en la liga profesional más importante de EEUU. La Super Bowl, uno de los acontecimientos deportivos anuales más importantes del planeta, un encuentro que año tras año se convierte en el espectáculo televisivo más visto en el país norteamericano, y uno de los más seguidos del planeta. Super Bowl es sinónimo de espectáculo, golpes escalofriantes, emoción hasta el último segundo, pasión en las gradas y buena música en el descanso. Todos los ingredientes que mantienen al espectador pegado al televisor.
Este año, la temporada de la NFL ha sido tan intensa como siempre. Los 32 equipos se han enzarzado en una batalla implacable en la que no hubo margen para el error. Cada equipo juega sólo 16 partidos y la clasificación para playoffs está muy cara. En la Conferencia Nacional, los Arizona Cardinals se quedaron fuera pese a conseguir diez victorias y ser uno de los equipos más duros y competitivos de la competición. Sin embargo, por un curioso sistema de clasificación en el que los campeones divisionales tienen una plaza asegurada, los Green Bay Packers se llevaron una plaza con un récord de ocho victorias, un empate y siete derrotas.
Pero después de cuatro meses asfixiantes, en los que la supervivencia se convierte en el único mandamiento, y en el que los equipos van acumulando lesiones y contratiempos por la intensidad y dureza de este deporte, los playoffs son otra trampa para los mejores equipos. La clasificación se decide a partido único. No hay margen para ningún error. El más mínimo descuido puede costar toda la temporada. Cada detalle es importante y las sorpresas están a la orden del día. Por eso no es raro que un equipo clasificado in extremis consiga alzar el trofeo Lombardi. En una competición en lo que todo va a mil por hora, a veces es más importante subirse a la ola buena en el momento decisivo y coger el pico de forma cuando de verdad importa, que demostrar un poderío insultante durante cuatro meses de temporada regular.
Por eso es hasta sorprendente que la Super Bowl tenga como protagonistas a los dos mejores equipos de la temporada regular. Denver Broncos, representante de la Conferencia Americana, y Seattle Seahawks, campeón de la Nacional. Eran los grandes favoritos para jugar el gran partido en las apuestas de pretemporada, han confirmado ese favoritismo imponiendo su ley durante la temporada regular (ambos consiguieron trece victorias y solo tres derrotas, más que ningún otro equipo) y han sobrevivido a las trampas de los playoffs para llegar a Meadowlands, barrio de New Jersey próximo a Nueva York, en el que se ubica el MetLife Stadium, coliseo en el que se vivirá la batalla.
Otra cosa diferente es encontrar un favorito para la final. Las casas de apuestas no se ponen de acuerdo. Unos dan como ganadores a los Broncos y otros a los Seahawks. Son dos equipos antagónicos en su estilo de juego y, curiosamente, parece que la clave que al final inclinará la balanza puede ser el clima.
Cuando se eligió el MetLife Studium para la XLVIII Super Bowl la polémica fue encendida.
Tradicionalmente, la gran final de la NFL se disputa en una sede con clima templado en invierno, o con un estadio cubierto en las pocas ocasiones en que se ha decidido jugar más al norte. Nueva Orleans, Miami, Los Ángeles, Tampa o San Diego han sido las ciudades más elegidas, pero la NFL decidió dar un volantazo inédito eligiendo, por primera vez en la historia, una ciudad con clima extremo en invierno y con un estadio al aire libre para que se disputara el gran partido.
A estas alturas parece que la NFL está algo arrepentida de la decisión. Los pronósticos anuncian que el partido se disputará con algunos grados bajo cero, viento y seguramente lluvia o incluso nieve. Por suerte, parece que los famosos vórtices polares que han provocado que EEUU esté viviendo uno de los inviernos más extremos que se recuerdan, darán cierto respiro en el día del partido, pero el clima seguirá siendo extremo y el público, que pagará cantidades astronómicas para poder disfrutar del partido en directo, tendrá que abrigarse mucho para que la fiesta no se convierta en pesadilla. Roger Goodell, el comisionado, ya ha comunicado que presenciará la final al aire libre, y no protegido en uno de los palcos cubiertos y con calefacción, cuyos precios para el partido pueden romper todos los récords. Un palco para 26 personas rondará la friolera de 825.000 dólares.
Hay tanto miedo a que el clima pueda arruinar el espectáculo, que la NFL tiene un plan de contingencia para retrasar un día el partido si el clima fuera tan extremo que dificultara la complicada intendencia de un acontecimiento así. No hay que olvidar que en las últimas semanas los aeropuertos de Nueva York han estado cerrado en varias ocasiones por culpa de las tormentas de nieve y frío que han asolado el nordeste de los EEUU. Visto lo visto, la NFL ya ha insinuado que se pensará muy mucho volver a elegir un estadio abierto tan al norte como sede de una Super Bowl. Los grandes aficionados al football americano suelen celebrar los partidos que se disputan bajo un clima extremo, porque aumenta aún más si cabe la dureza y la intensidad del choque. Por ejemplo, este año dieron la vuelta al mundo las imágenes del Eagles-Lions luchando bajo dos palmos de nieve, que en algunos momentos cayó con tanta intensidad que los jugadores parecían fantasmas irreconocibles en la retransmisión televisiva. El partido fue impresionante y seguramente sea uno de los más recordados del año, pero en la gran final no sólo importa lo que sucede sobre el emparrillado. La Super Bowl es un espectáculo global en el que además se juega un partido, y con ese clima la fiesta puede quedar muy deslucida.
Además, el clima puede convertirse en juez en un partido tan peculiar. Tradicionalmente la Super Bowl tiene dos grandes titulares que se alternan según los equipos clasificados. En unas ocasiones se vende como un duelo de pistoleros. El enfrentamiento a vida o muerte entre los quarterbacks legendarios. Otras veces se prevé un choque de trenes entre el mejor ataque y la mejor defensa. Pero las cosas nunca son tan sencillas. Los duelos de pistoleros suelen terminar decidiéndose por otros factores distintos, y los encuentros entre defensas y ataques casi siempre deben ser matizados. Este año, y sin que sirva de precedente, sí es completamente cierto que el equipo que terminó la temporada como primero en el ránking ofensivo (los Denver Broncos), se enfrentarán al equipo que dominó la clasificación defensiva casi de un modo insultante (los Seattle Seahawks). Hay que remontarse a 1990 hasta el anterior enfrentamiento en el gran partido entre la defensa que menos puntos encajó (entonces fueron los NY Giants), y el ataque que más puntos anotó (los Buffalo Bills). Y hasta 2002 para encontrar un enfrentamiento entre el equipo que menos yardas permitió (Tampa Bay Buccaneers) y el que más yardas consiguió (Oakland Raiders). Pero en este caso se han alineado los astros. Los Broncos han sido los mejores tanto en puntos anotados como en yardas conseguidas. Y los Seahawks los más infranqueables tanto en puntos encajados como en yardas permitidas. En resumen, dos equipos que pasarán a la historia si consiguen conquistar el anillo como el paradigma del juego ofensivo o defensivo.
Por eso el clima será tan importante. Los Broncos están acostumbrados a jugar en clima frío en invierno. Denver está a los pies de las Rocosas y a una milla sobre el nivel del mar, pero su estilo es muy aéreo, con lanzamientos permanentes y a un ritmo frenético que termina por avasallar a sus rivales. No sólo son el equipo más ofensivo del momento, sino que esta temporada han destrozado todos los récords ofensivos de la historia de la NFL. Simplemente, tienen el mejor ataque de la historia del football americano. Nunca antes se había alcanzado ese grado de excelencia y perfección. El problema es que su rendimiento puede resentirse gravemente si el clima es muy extremo. De hecho, en temporada regular perdieron en una jornada lluviosa y con mucho viento contra los mismos Patriots, a los que apabullaron en la final de conferencia en una tarde soleada. Si los Broncos no consiguen asentar su juego de pase, estarán perdidos. Si Peyton Manning, su gran estrella y quizá el jugador más carismático de la NFL desde los tiempos de Joe Montana, no es capaz de lanzar con la precisión necesaria por culpa del mal tiempo, las posibilidades de los Broncos serán mínimas. El sistema de límite salarial de la NFL convierte en casi imposible que un equipo sea poderoso en todas sus líneas y por eso su defensa terminó en el puesto 19 en el ránking. Contra la carrera sí es más que fiable, pero contra el pase suele tener problemas, y además llega a la final con algunas bajas importantes.
Por el contrario, los Seahawks están acostumbrados a jugar bajo la lluvia en Seattle, una de las ciudades más húmedas de los EEUU. La clave de su juego es la defensa asfixiante, impetuosa, que no deja pensar a sus rivales. En algunos momentos incluso parece que tiene en el campo más jugadores de los once permitidos, porque tejen una red casi imposible de atravesar, con la que consiguen que en décimas de segundo haya dos o tres defensas a la vez en cualquier punto del campo. A veces no son tan eficaces defendiendo la carrera, pero la gran arma de sus rivales en el partido será el pase y ahí son casi infranqueables. En ataque han terminado en el puesto 17 en el ránking. Pero por tierra son temibles, sobre todo gracias a la aportación de Marshawn Lynch, un jugador apodado ‘Modo Bestia’, capaz de arrastrar a toda la defensa rival con un empuje demencial. Pasando son irregulares, uno de los peores equipos de la liga, y viven de los golpes de genio de su quarterback, Russell Wilson, un jugador pequeño, pero muy inteligente. Con esas características, los Seahawks pueden ser una máquina imparable en un partido con un clima extremo, pero pueden convertirse en víctimas si a última hora no se cumplen las previsiones y el partido se disputa bajo un clima seco y no muy frío.
Por tanto, el clima puede ser incluso más protagonista que Peyton Manning, el gran jugador que está acaparando todos los focos, que Marshawn Lynch, el corredor defenestrado hace no mucho tiempo y que ahora lidera el ataque de Seattle, o que Richard Sherman, el defensa de los Seahawks que se ha convertido en protagonista inesperado en los días previos al partido por sus salidas de tono tras la victoria de su equipo en la final de conferencia.
Pero la elección de una sede tan peculiar no es la única decisión controvertida de la NFL como institución en los últimos tiempos. La temporada 2013 ha sido tranquila. Ya han pasado a la historia las huelgas y los problemas laborales que tuvieron en el alero la celebración de la temporada 2011 hasta el último segundo y obligaron a usar árbitros no profesionales en las primeras jornadas de 2012. Si no ha habido sobresaltos en lo deportivo, con los grandes favoritos en la batalla final, menos aún en lo extradeportivo, donde, además, la NFL ha trabajado a fondo para cerrar uno de sus grandes problemas en los últimos tiempos: las demandas de antiguos jugadores por las secuelas sufridas durante su carrera profesional.
La NFL llegó un acuerdo antes del inicio de la temporada con los más de 4.500 exjugadores que habían demandado a la NFL por los daños cerebrales sufridos durante su vida profesional, y cuyas secuelas estaban causando a muchos de ellos enfermedades degenerativas incurables. El acuerdo concretaba que la NFL invertiría 765 millones de dólares en los próximos 65 años en compensaciones económicas, revisiones médicas y diagnósticos. Pero hace muy pocos días la juez encargada del caso ha frenado el acuerdo argumentando que la cantidad es insuficiente para un período de tiempo tan largo. Después de muchos años de negociaciones y de meses perfilando un pacto que satisficiera a ambas partes, la juez ha intentado salvaguardar a los futuros exjugadores, que deberán beneficiarse de un acuerdo que no sólo ella, sino muchos analistas consideraban de mínimos, buscando contentar sólo a los demandantes actuales.
Además, la NFL este año ha trabajado a fondo para recuperar el control sobre un problema que comenzaba a poner en peligro el futuro del football americano como deporte. Una de sus preocupaciones ha sido capitalizar las investigaciones médicas abiertas sobre las secuelas físicas provocadas por la práctica del football. Hasta ahora, las autopsias a jugadores fallecidos por enfermedades degenerativas se estaban haciendo en laboratorios independientes, y la liga se ha preocupado de invertir lo suficiente para controlar la mayoría de las investigaciones, lo que también le permite hacer públicos los resultados y los descubrimientos cómo y cuando más le conviene. Sobre este polémico asunto, mediada la temporada se estrenó un documental ‘League of Denial’, en el que se explicaban las investigaciones realizadas en los últimos años para estudiar las secuelas provocadas por la práctica del football, y la reacción de la NFL ante el problema. La película, muy cruda, y las muertes regulares de antiguas estrellas por enfermedades cerebrales degenerativas, están empezando a calar en una sociedad enamorada del football americano, pero en la que cada vez más padres ven con cierto temor que sus hijos practiquen un deporte en el que las conmociones cerebrales están a la orden del día.
Y en esa encrucijada está la NFL. El football cada vez tiene más éxito y cada vez atrae más público interesado por la espectacularidad de un juego en el que muy pocos partidos son aburridos. Pero también está siendo más y más señalado como una actividad insana que puede provocar secuelas irreversibles. Parece inevitable que la NFL tenga que reinventarse antes o después para seguir siendo el deporte más querido por los estadounidenses. Mientras tanto, que siga el espectáculo.