Pahíño, el delantero que leía a Dostoievski

Pahíño fue un gran delantero del Celta y del Madrid, a caballo entre los cuarenta y los cincuenta. Para empezar, no se llamaba Pahíño, sino Manuel Fernández Fernández. Lo de Pahíño era por el segundo apellido de su padre, pero ni siquiera eso era Pahíño, sino Paíño. La h se la agregó, porque le pareció que le sentaría muy bien, un célebre periodista vigués de la época, Manuel Castro Hándicap, el hombre que narró a España las hazañas de la selección olímpica en los JJOO de Amberes. Y con Pahíño se quedó y se hizo célebre.

Apareció muy joven en el Celta, donde pronto fue figura. Era un nueve goleador, de ímpetu, jugador concreto, sin florituras, de gran pegada con ambas piernas y buen cabeceador. Muy valiente, fue célebre el día que jugó toda la segunda mitad del desempate de promoción, con el Granada, en el Metropolitano, con el peroné roto. Había marcado dos goles en la primera mitad. En la segunda, aguantó. El Celta ganó 4-1 y él pasó todo el verano recuperándose en la playa. Era un tipo muy estricto, muy contrario a las injusticias. Tan severo con los demás como consigo mismo. Nada fácil de llevar. Como venía de la casa, le pagaban poco, menos que a algunos que eran suplentes. Al principio del quinto año protestó. Ganaba 18.000 pesetas. No le hicieron caso y, ni corto ni perezoso, escribió al Madrid, el Sevilla y el Valencia, tres clubes que sospechaba que tenían que reforzar la posición de delantero centro, ofreciéndose. El Valencia no le contestó, el Sevilla, sí, pidiéndole precio, el Madrid se dirigió al Celta… y se armó la marimorena. Le llamaron traidor y antigallego, le impidieron entrenarse con el equipo en la pretemporada, que se pasó haciendo ejercicios en la playa. Por fin se arregló la cosa, sobre la suposición de un traspaso al Madrid a final de temporada.

Ese año fue máximo goleador, con 23 goles. El Celta fue finalista de Copa. Y nuestro hombre debutó en la selección con Gabriel Alonso y Miguel Muñoz. Fue el 20 de junio de 1948, en Suiza. Marcó un gol en el minuto 7, España empató a tres, pero se produjo un incidente que sería decisivo: en el descanso, ganando España 1-2, bajó el general Gómez Zamalloa, que era vocal de la Delegación Nacional de Deportes, a exhortarles. “¡Muy bien, muchachos! ¡Y ahora, cojones y españolía, que el partido no se les puede escapar!”. Cuentan que Pahíño no escondió una sonrisa irónica y que desde ese momento le pusieron la cruz.

Pahi

Porque además, leía. Y no cualquier cosa: leía a autores rusos. En plena década de los cuarenta leía a Dostoievski y Tolstoi, leía con fruición. Sus compañeros lo tenían por una extravagancia. Mientras en los largos trayectos de autobús ellos cantaban o se gastaban bromas groseras, él leía. Mientras todos jugaban a las cartas en la concentración, o hacían planes para escaparse, él leía. Y en la habitación, mientras el compañero trataba de dormir (entonces los jugadores iban en habitaciones de dos), él leía a esos condenados escritores rusos, a veces en el baño, para que la luz no desvelara al compañero. ¡A saber qué de bueno podía sacar de eso! En una lejana biografía suya leí que su carácter y sus inquietudes los forjó su maestro, allá en San Pelayo de Nava. Se llamaba Emilio Crespo, uno de esos maestros rurales de antes de la guerra, al que no cuesta imaginarse como el Don Gregorio de La lengua de las mariposas.

Leía, pero metía goles, así que el Madrid, en efecto, le fichó. Pagó al Celta 1.200.000 pesetas por él y por Miguel Muñoz. (Más adelante también se haría con Gabriel Alonso). Bernabéu quería un buen delantero que le ayudara a llenar el nuevo Chamartín, de flamante construcción. Pahíño contrastaba, con su estilo y sus punterazos (reforzaba las puntas de las botas con acero) con el juego exquisito de Molowny. Firmó con el Madrid por cinco temporadas y sus zambombazos se hicieron célebres, como sus duelos con el atlético Aparicio. Siguió aprovechando sus viajes a Barcelona para que Ismael, un librero de la Rambla de las Flores, le proporcionara nuevas obras de sus autores favoritos. De una gira por América volvió con Por quién doblan las campanas, de Hemingway.

Estando en el Madrid sólo fue a la selección una vez, en enero del 49, contra Bélgica, en Montjuïc. No fue al Mundial de 1950, cosa que él achacó siempre a su fama de rojo. A saber. No deja de ser cierto que coincidió con Zarra y César, pero hubo momentos en que quizá estuvo por delante. En el Madrid jugó muy bien. Volvió a ser máximo goleador de la Liga. Y fue célebre una pelea monumental en Caracas con Di Stéfano (entonces en el Millonarios), en la que el árbitro les expulsó a los dos y tuvo que renunciar a que se fueran, porque no les dio la gana.

Al cumplir sus cinco años en el Madrid, ya entraba en los treinta. Bernabéu le ofreció 275.000 pesetas, pero por una sola temporada. Él quería tres. Bernabéu tenía la norma de, a partir de los treinta, renovar año a año. No se pusieron de acuerdo. Renunció a retenerle (le podría haber prolongado un año con subirle el 15 % de la última ficha) con la condición de que no se fuera al Atlético. Firmó por tres años con el Deportivo. En el Madrid dejaba un promedio de 0,87 goles por partido, que ni Puskas (0,86) llegó a igualar. Sólo Cristiano ha podido batirlo. Justo cuando se fue Pahíño llegó Di Stéfano. Se perdió la época gloriosa del Madrid.

En el Depor aún jugaría un tercer y último partido con la selección, en Dublín, en noviembre del 55. Empate a dos, los dos suyos. Pero sobre todo tuvo la ocasión de saborear su revancha en la tercera temporada en el Depor, cuando los gallegos ganaron 1-2 en el Bernabéu, otra vez los dos goles suyos, en tarde de lluvia y polémicas, por dos goles fantasma no concedidos al Madrid y otro anulado. Entre el enfado del público de Chamartín quedó hueco para un fuerte aplauso a Pahíño mientras se retiraba, saludando y caminando entre almohadillas.

Aún pegó un último tirón: el Granada, que quería subir, le pagó 300.000 pesetas por jugar con ellos en Segunda la 56-57. Y allá que fue, y metió goles, pero tuvo una bronca tremenda con el entrenador, Álvaro. José Bailón, presidente del club, los reunió para acercarlos y por poco se pegan. A Álvaro le sustituyó Pasarín. Pahíño, por su parte, no tuvo un final demasiado feliz. En la visita a Heliópolis, se escapó en busca del gol y el defensa Felipe le fue tirando patadas por detrás hasta que le tiró. Se levantó irritado y le pegó. Le pusieron ocho partidos, tantos como quedaban para acabar la Liga, algo a todas luces excesivo. Siempre pensó que fueron cuatro por la agresión y cuatro por rojo.

Con los ahorros compró un barco pesquero. Vivió muchos años en Pasaia Donibane, pero el final de su vida transcurrió en Madrid, con frecuentes visitas al centro de veteranos del club. Muy amigo de Di Stéfano, les he escuchado comentar por separado que les hubiera gustado mucho jugar juntos.


3 Comentarios

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Juan Nogués

La historia de Pahíño se repitió años más tarde con Jorge Valdano: un futbolista escasamente dotado para poder brillar sobre un campo de fútbol que consigue hacerse notar gracias a un halo de supuesta intelectualidad fuera de los terrenos de juego. Si todo el mérito que reúne Pahíño como futbolista es que leía libros de Tolstoi y Dostoievski, mal asunto. Quizá algún día el señor Relaño se anime a comentar las peripecias vitales de futbolistas como Paulino Alcántara, Monchín Triana o Juan Monjarín, quienes, además de ser grandes futbolistas, supieron destacar al mismo tiempo al margen de fútbol y demostrar un amor sin límites por su patria (lo que antes era España y ahora ya no sabemos ni lo que es).

01/08/2014 09:30:48 PM

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Lois

No sabes leer juan nogues. Su promedio de goles no era precisamente malo. Quiza tu deberias leer tambien algo como Pahiño.

01/08/2014 10:13:39 PM

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Juan Nogués

Su promedio de goles era bueno, como el de todo delantero centro que jugaba en aquella época. Sobre todo, en un equipo grande, como el Real Madrid. Lo normal es que los partidos acabaran con cinco o seis goles, como mínimo. Esas estadísticas no sirven de nada. ¿Tú sabes quiénfue Manuel Alday? No, seguro. Pues te lo digo yo: fue el delantero centro que tenía el Real Madrid antes de la llegada de Pahiño. Jugó 94 partidos con la camiseta blanca y marcó 81 goles. O sea, un promedio goleador idéntico al de Pahíño. Pero de Alday no se escriben artículos y... ¿sabes por qué? Porque no leía a Tolstoi, porque no leía Dostoievski, porque no iba de intelectual por la vida y, sobre todo, porque no era rojo, que es lo único que importa a determinados periodistas. Pahíño, al que tú no viste jugar, era un tuercebotas.

01/08/2014 11:48:59 PM