Jesús Garay, el hombre que fue ‘tribuna’
Viendo el pasado fin de semana al Athletic y al Barça saltar al Nuevo San Mamés, incompleto, con una tribuna por construir, muchos habrán evocado la figura de Jesús Garay, el legendario defensa bilbaíno que se fue al Barcelona pero que no dejó nunca de estar presente en San Mamés. Pasó a ser parte del estadio. Se convirtió en tribuna: la Tribuna Garay.
Jesús Garay Vecino fue un bilbaíno a machamartillo. Nacido en el barrio de Begoña, muy religioso, se encaminó a los estudios de comercio hasta que el fútbol le señaló como un privilegiado. Empezó en el Acción Católica, pasó al Santutxu y el Athletic se fijó en él. Le fichó, le cedió al Erandio y le incorporó a su plantilla para la 50-51. Debutó en la quinta jornada, en un estruendoso 9-4 sobre el Celta, con Iriondo, Venancio, Zarra, Gárate (también debutante ese día, por baja de Panizo) y Gaínza.
Aunque en el Erandio había jugado de delantero, Garay se instaló en el fútbol como central. Alto, fuerte, de cabeza poderosa, fue un precursor. No era un central al uso de la época, cuando lo que se llevaba (y aplaudía) era despejar el balón lo más lejos y más fuerte posible. Él cortaba, recogía, entregaba o se adelantaba unos metros, manejando con seguridad, hasta encontrar a alguien desmarcado. Era limpio, no era de los de “no importa que pase el balón si no pasa el hombre”. Fue admirado en toda España, uno de los principales de un once que se recitaba de memoria: Carmelo; Orúe, Garay, Canito; Mauri, Maguregui; Arteche, Marcaida, Arieta, Uribe y Gaínza. Con el Athletic ganó tres Copas y una Liga. Jugó la Copa de Europa, aquel año del célebre partido de la nieve, ante el Manchester United, después de haber eliminado al Honved. Desde 1953 se instaló en la selección. Raro era que faltara.
A finales de los cincuenta el Barça andaba tras él. El presidente, Enrique Guzmán, no quería oír hablar del asunto. Pero su sucesor, Javier Prado, consideró la situación. San Mamés se había quedado pequeño. A pesar de la ampliación en el 57 de la Tribuna Sur, o de Capuchinos, había una lista de 4.000 aspirantes a socio. Se creó un enorme debate en la ciudad. Nunca antes el Athletic había vendido un titular. Pero aparecía un central joven, Echeberria, quedaba Etura, venía también Iturriaga, medio defensivo… El puesto estaba cubierto. Javier Prado miraba con un ojo la oferta del Barça y con otro la Tribuna Norte o Tribuna de Misericordia, llamada así por estar frente a la casa de asilo en la que se venera la imagen de San Mamés. Una tribuna pequeña e incómoda.
Cuando ese verano se sortearon las primeras jornadas de Liga, ¡zas! ¡La primera jornada le tocaba al Barça visitar San Mamés! Garay viajó, pero se vio que no era prudente hacerle debutar en un día así. Se aplazó el estreno para un amistoso en Lyon. El Barça ganó 0-2 en San Mamés y Etura, el primer reemplazante, cargó con las culpas.
Pero lo irremediable llegó el curso siguiente. El 14 de enero de 1962, empezando la segunda vuelta, toca la visita del Barça. Caprichos del fútbol, es justo el primer día que la nueva tribuna está a punto. Los seis millones que dio el Barça han sido empleados en ella. Los 20.000 socios son ya 24.000. Pero el precio es ver a Garay enfrente, de blaugrana, dispuesto a cerrarle los caminos del gol a su querido Athletic.
Llueve. Por un día, la lluvia parece triste en San Mamés.
Garay juega nervioso y mal. Arieta, el nueve del Athletic, sabe mucho de su gusto por el juego, sabe que se deja matar antes que rifar un balón, y lo aprovecha. En el minuto 7, Garay se entretiene, Arieta le quita el balón y el central le hace falta. Koldo Aguirre tira entre la barrera y marca. Un minuto después, Quintela se va por la derecha, centra, Arieta se adelanta a Garay y remata de volea. Todavía antes del descanso hay una cesión de Garay a Pesudo que se queda corta por el barro; Arieta, siempre al acecho, marca. Al descanso se van 3-0, y Garay ha estado como sospechoso en los tres goles. Luego, el Barça recompondrá el tipo y hará dos goles en la segunda parte. Final, 3-2.
El socio bilbaíno se retira con una sensación equívoca. Han ganado al Barça, hacían falta los puntos, pero daba lástima que los goles hubieran sido a costa de Garay. Se le seguía queriendo, se interpretó su salida como un sacrificio. Gracias a él había 4.000 socios más, en una nueva tribuna que desde ese día quedó bautizada para siempre como Tribuna Garay. Ni Tribuna Norte ni Tribuna Misericordia. Tribuna Garay.
Las cosas no les fueron bien por separado al Athletic y a Garay. Al Athletic le costó tiempo su renovación. En los primeros sesenta pasó angustias desconocidas, hasta que se asentó una nueva generación, con los Iríbar, Uriarte, Aranguren, Sáez, Larrauri, Argoitia, Arieta II, Villar, Rojo… Y eso que Echeberria, el central que finalmente ocupó el sitio de Garay, resultó. Al final de esa temporada 61-62, ambos, Echeberria y Garay, irían con España al Mundial de Chile.
En cuanto a Garay, tampoco para él nada fue igual. Le tocó un Barça de entreguerras. La primera temporada tuvo la desdicha de perder la final de la Copa de Europa ante el Benfica, el día de los cuatro tiros a los postes cuadrados y los fallos de Ramallets. Se le escapó la oportunidad de ser campeón de Europa. En cinco años ganó una Copa. Y no estuvo en su ambiente. Él era extremadamente religioso, como lo era en aquellos años el propio Athletic, cuyos jugadores hacían ejercicios espirituales cada temporada. Él y Orúe dirigían el rezo del rosario en el autobús del equipo. Entendía mal el modelo laico y cosmopolita de la plantilla del Barça, donde su devoción religiosa resultó una rareza. Los compañeros bromeaban con él. Cumplido el contrato, en la 65-66 se fue al Málaga, que acababa de ascender y se reforzó bien. Allí encontró Garay a un antiguo amigo que tras pasar por la Legión se había hecho sacerdote. Juntos convencieron al club para hacer unos ejercicios espirituales al estilo del Athletic.
Garay gustó allí, se le quiso y se le respetó. El empaque de su juego llenó de admiración a La Rosaleda. Pero no fue suficiente. Su último partido fue el descenso, al empatar en La Rosaleda el partido de vuelta de promoción con el Granada. Decidió dejar el fútbol. Le ofrecieron quedarse como secretario técnico del club, pero rehusó. Ya estaba bien.
Regresó a Bilbao para no salir más. Si acaso, a Bakio, a pocos kilómetros, donde invirtió y tuvo su casa de vacaciones. Su figura, paseando por la ciudad, fue muy querida de todos. Fue asistente asiduo a San Mamés hasta que falleció, en 1995, con 65 años.
Y después también, porque se había convertido en tribuna. Siempre que he ido a ese campo, he mirado para allá y he evocado la memoria de su juego elegante. Anoche volví a recordarle, al ver al Athletic y al Barça frente a esa tribuna por hacer…