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El Athletic clausuró el Metropolitano

El Athletic clausuró el Metropolitano

Es el 7 de mayo de 1966 y el Athletic de Bilbao visita al Atlético de Madrid. Se decía en esos años que la Copa era una competición cuya final jugaban el Athletic de Bilbao y otro, y que generalmente la ganaba el Athletic. Le llamábamos El Rey de Copas. El Atlético de Madrid había ganado la Liga. Eran tiempos en los que la Copa jugaba sus tramos decisivos, de dieciseisavos en adelante, una vez terminada aquella.


El partido, de ida, se va a jugar en sábado, no en domingo. Esa mañana, el Abc informa de que aunque sólo venía siendo habitual adelantar partidos a sábado en víspera de competición europea, esta vez el Atlético lo hacía entendiendo que buena parte de su afición lo prefería así, dado que empezaba la costumbre de salir el domingo de excursión. Son los años de explosión del Seat 600 y de las primeras pequeñas salidas a la sierra, con mantel y tortilla, o al pueblo, o al chaletito, los más acomodados. Se va a jugar, todavía, en el Metropolitano. Ya están vendidos los terrenos, avanzan rápido las obras de un estadio nuevo, junto al río. Incluso, contrato en mano, habría que haber abandonado ya el Metropolitano, el 25 de marzo. De hecho, en cumplimiento del acuerdo, se convocó para ese día un acto en cierto modo solemne en el Hotel Palace, en el que el presidente del Atlético, Vicente Calderón, entregaría las llaves del campo a López Álvarez, consejero delegado de la nueva propietaria, Inmobiliaria Vista Hermosa. Pero en el acto, López Álvarez dio una sorpresa más o menos preparada a los atléticos, al anunciar que prorrogaba el derecho de uso del campo por parte del Atlético hasta el fin de su temporada oficial. Aquello fue saludado con entusiasmo. A los atléticos no les hubiera hecho la menor gracia jugar la Copa en el Bernabéu, donde hubieran tenido que admitir la presencia de los socios madridistas en sus partidos, condición que imponía el Madrid para prestarles el campo.

Así que el Atleti pudo jugar la Copa en el Metropolitano. El viejo campo databa de 1923 y había sido una brillante iniciativa de los hermanos Otamendi (Joaquín, Miguel, José María y Julián), fundadores de la Compañía Metropolitana. A fin de tirar de la ciudad hacia aquella zona por la que se extendía la Línea 1 del Metro, decidieron hacer allí un Stadium. (Tomaron la idea de Londres y su Empire Stadium en Wembley, levantado con parecido fin). La idea de los Otamendi era que lo compartieran los cinco equipos fuertes de la capital en esos días: Madrid, Atlético, Racing, Gimnástica y Unión Sport. Les cobrarían un alquiler (el propietario era, claro, la Compañía Metropolitana) y se suponía que el tirón del fútbol daría más desarrollo a la zona y, de paso, más viajeros al metro. Funcionó en su diseño general, pero el Madrid se desmarcó. Prefirió partir peras aparte, tener su propio campo, primero el velódromo de Ciudad Lineal, pronto el viejo Chamartín. Al Stadium fueron los otros cuatro. Con los años y el profesionalismo, sólo quedó en pie el Atlético, así que en la práctica el Metropolitano, popularmente conocido así, quedó para su uso exclusivo. Pagando (o dejando a deber) alquileres hasta 1950, cuando lo compró.

Aquel campo, situado al final de Reina Victoria, a la derecha, a 900 metros de la estación de metro de Cuatro Caminos (“a 15 minutos de la Puerta del Sol”, como repetía la propaganda de los Otamendi) le dio carácter al Atlético. Tenía una morfología asimétrica y entrañable. Construido aprovechando una hondonada natural, un fondo era enorme y el de enfrente muy pequeño, con un chalet en la esquina que hacía de oficina, almacén y vestuarios. Los jugadores salían por allí. Visto desde la gradona grande, a la derecha había otra zona, de altura media, donde iban los socios del Atlético, motejada por los madridistas de la gradona como La Jaula. A la izquierda, la tribuna principal, cubierta en su parte alta, con el techo sostenido por columnas. Estaba dividido en dos zonas: la más baja, descubierta, y la más alta, separadas por un pasillo bastante ancho, de unos diez metros, por el que se circulaba, paseaba y charlaba antes del partido, y en el descanso, en una especie de rito social-futbolístico singular. Se llamaba El Paseo.

Para los sesenta, el campo estaba muy envejecido. Nada que ver con el Bernabéu, el Camp Nou, Mestalla, San Mamés, La Romareda, el Sánchez Pizjuán… Le faltaban, sobre todo, localidades de asiento. Además, el tirón que concibieron los Otamendi se había producido, en efecto, y la zona estaba muy revalorizada. Aquellas dos hectáreas pedían ya torres de viviendas…

Pero estábamos en la Copa de la 65-66, con el Atlético campeón de Liga. En dieciseisavos había eliminado al Mestalla, filial del Valencia, en octavos al propio Valencia. En cuartos toca el Athletic. Ida, el 7 de mayo. El Metropolitano se llena. El Athletic llenaba entonces los dos campos de Madrid, invariablemente. A las nueve menos cuarto de la noche salen al Metropolitano los dos equipos:

Atlético de Madrid: Madinabeytia; Colo, Griffa, Rivilla; Glaría, Jayo; Ufarte, Cardona, Mendoza, Víctor y Collar.

Athletic de Bilbao: Iríbar; Zorriqueta, Echeberría, Orúe; Larrauri, Uriarte; Arieta II, Aguirre, Ormaza, Argoitia y Lavín.

Arbitra Sánchez Ibáñez. Collar y Orúe intercambian banderines.

Va a ser el fin del Metropolitano, pero nadie repara en eso, ni en la prensa ni entre los asistentes, entre los que me conté. Las pasiones del fútbol son demasiado inmediatas cuando echa a rodar el balón. Además, era partido de ida, quedaba la vuelta… Ganó el Atlético, 1-0, gol del hondureño Cardona en el 43’. Los bilbaínos pidieron mano, pero el gol valió. Al salir del campo, se hablaba del gol de Cardona de mano o pecho, de un agarrón de Larrauri a Mendoza, de que si este, de que si el otro… De lo de siempre.

Entre semana, el Madrid ye-yé ganó la sexta Copa de Europa y Antoñete le hizo una faena inolvidable a un toro blanco de Osborne. No hay espacio para reflexiones sobre el Metropolitano. El domingo 15 de mayo, el Atlético devuelve visita en Bilbao. Ese mismo día, también en Bilbao, rinde viaje la Vuelta a España, que encumbra a Gabica. Por la tarde, el Athletic gana 2-0, prórroga mediante y pasa a la semifinal. Para el Atlético ya no hay Copa, hay vacaciones. Y ya no habrá Metropolitano.

El miércoles 18 de mayo entra la piqueta en el viejo y querido campo. La iluminación es desmontada, la aprovechará el Jaén durante unos años, en su viejo campo de La Victoria. La estrenará precisamente en un amistoso contra el Atlético.

Aquel campo entrañable ocupaba la manzana que ahora encierran las calles Juan XXIII, Santiago Rusiñol, Conde de la Cimera y Beatriz de Bobadilla. Quienes ahí viven, duermen sobre un solar sagrado. Ahí ganó España 4-3 a Inglaterra, un 15 de mayo de 1929, cuando a los inventores no había sido aún capaz de ganarles nadie. Ahí jugó el Atlético durante 40 años. Aquel campo exhaló su último suspiro en un partido bronco y copero, entre el Atlético y su club matriz, el Athletic, resuelto con gol polémico de un jugador indio de raza. Un final muy apropiado, visto en la distancia.

La pequeña Plaza Ciudad de Viena, situada entre torres, está sobre el puro campo de juego. Y está pidiendo una placa que recuerde lo que hubo allí.

Metropolitano