Los pésimos resultados del atletismo español en los Juegos Olímpicos de Londres (con algunas honorables excepciones) han abierto de nuevo el debate sobre José María Odriozola, en un año que es electoral. Este deporte camina cuesta abajo, con una inercia fatal que no sé si alguien será capaz de detener. Creo que Odriozola, no. El antiguo mediofondista fue un espléndido presidente hasta hace unos años, pero ahora creo que no hace ningún favor al atletismo. Sus decisiones y sus declaraciones me dejan, a veces, perplejo. El Consejo ha tenido que corregir las decisiones de la RFEA en materia de dopaje y cada día se nos aparece una nueva escandalera en estos temas tan sensibles. Cosas que suceden ahora ni siquiera me las podía imaginar hace cinco años. Además, la RFEA está casi en quiebra económica.
Las críticas se recrudecen en un año electoral. Ayer se sumó a ellas Abel Antón, un atleta de la Edad de Oro del atletismo español. El doble campeón mundial de maratón (Atenas 1997 y Sevilla 1999) y oro europeo en 10.000 metros, además de bronce en 5.000 (Helsinki 1994), dijo ayer a este periodista una frase casi lapidaria, que hoy reporducimos en AS y en as.com: “Si Odriozola ama al atletismo, debe irse”.
Yo, que tengo una relación magnífica con Abel, estoy de acuerdo a medias. Yo creo que el problema del presidente no es que tenga la edad que tiene ni que lleve muchos años en el cargo, sino que últimamente lo está haciendo muy mal, que está encerrado en un mundo particular, que considera enemiga a cada persona que discrepa de su política, aunque sea sólo un poquito, que vive refugiado en sus aduladores, algunos de los cuales le regalan los oídos en un sitio y se los hacen zumbar en otros, dependiendo.
Yo no creo que Odriozola deba irse porque sí. Creo que debe haber unas elecciones limpias y claras y que aquella persona que pretenda sucederle en el cargo, le gane en buena lid. Por eso digo que estoy de acuerdo con Abel Antón a medias. Sería bueno un relevo en la cúpula de la RFEA (no sólo en el presidente), pero desbancándole en las urnas. Democráticamente. Como él venció, por cierto, en enero de 1989 a Guillermo Ros, el candidato oficialista. Entonces generó una ilusión que hace años que se ha disipado.