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Un periodista ante el TAS

Ya sé que las batallitas y las miserias de los periodistas no deben tener nunca ninguna prioridad sobre la información. Pero como ya he ido relatando, tanto en Twitter como en las páginas de AS, los cuatro días de la audiencia de Alberto Contador en el TAS; y como esto no deja de ser un blog, me vais a permitir que hable sobre mi experiencia como enviado especial en Lausana.

 

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El hermetismo ha sido absoluto. Una cláusula de confidencialidad impedía a las partes y a los árbitros hacer ningún tipo de declaración pública. Para que os podáis hacer una idea, ni siquiera nos facilitaron el orden de procedimiento y el listado de testigos. Tan sólo el compañero de ‘El País’ Carlos Arribas, otra vez brillante en su trabajo, tuvo acceso a algunos papeles de los informes previos. La filtración desesperó al propio tribunal, que tras conocer el martes su publicación comenzó la sesión de ese día con un interrogatorio a las partes para conocer quién había cometido el ‘desliz’. Bien por Arribas.

Las sesiones se desarrollaron en tres emplazamientos distintos: el inicio del primer día y las alegaciones del último fueron en el Castillo de Béthusy, sede del TAS (y lupanar de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, dicho sea como anécdota); la tarde del lunes, en la sala Juan Antonio Samaranch, en el COI; y las largas jornadas de martes y miércoles, en la sala Pierre de Coubertain, también en el COI.

 

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El Castillo de Béthusy sólo tiene una puerta, lo que nos facilitaba visualizar la entrada y la salida de los participantes. Si alguno se paró (y alguno lo hizo), fue únicamente para saludar. No hubo más contacto. Por su parte, la sala Samaranch, en la primera sesión, nos permitió ver la audiencia 'difuminada' gracias a un ventanal con una persiana traslúcida, además del movimiento de los testigos en las salas de espera a través de los cristales. Incluso cuando alguno salía a la calle a fumar o a estirar las piernas, podíamos hablar con ellos, aunque nunca mucho más allá de un “buenas tardes” o “esto va para largo”.

Al día siguiente, martes, se trasladó a la Coubertain, precisamente para evitar ese mínimo contacto con los medios de comunicación. El grueso de la audiencia se celebró allí, en una sala cerrada a cal y canto. Testigos y abogados ya no necesitaban pasar por el hall para salir a la calle, porque tenían una amplia azotea al lado. Así, desde fuera podíamos controlar los descansos: normalmente tres cada día. Desde abajo veíamos a árbitros y juristas con sus cafés en ristre. También divisábamos, a través de los cristales, el sofá donde esperaban su turno los testigos. Eso era todo.

 

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Cuando las sesiones se terminaban, una parte de los juristas salían a la calle por la puerta principal y esperaban allí a sus taxis. También los tres árbitros, que no evitaron nunca los saludos corteses con los periodistas, aunque siempre sin soltar prenda. Esa era la única relación diaria con una parte de ellos. La única. Alberto Contador, sin embargo, nunca siguió ese itinerario. Su taxi accedía al parking del COI y desde allí salía, siempre acompañado por su abogado y amigo Andy Ramos y por su hermano Fran. Inseparable trío.

Luigi Perna, compañero de ‘La Gazzetta dello Sport’ que cubre asuntos judiciales deportivos, comentó el primer día: “Esto no ocurre ni en los juicios penales. Allí, los abogados siempre hablan”. En estas circunstancias, informar ha sido complicado. Hemos tenido que tirar mucho de gestos, de intuiciones, de interpretaciones, de alguna frase “deslizada” casi sin querer, de mensajes sms en clave... ¡Cuántas veces hemos oído eso de ‘no te lo puedo contar’! No ha sido fácil, insisto, pero también este tipo de retos pueden llegar a ser apasionantes para un periodista.