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DeAngelo Williams, un capricho de la agencia libre


El verano es un buen momento para darse un pequeño capricho. Quizá por eso se inventaron los helados. No se donde leí que los romanos trasladaban bloques de hielo y nieve durante la canícula, desde los Alpes hasta Roma, en una carrera frenética contra el tiempo y el cambio de estado, para que los más poderosos pudieran disfrutar de deliciosos sorbetes de frutas.

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Así que ni los antiguos pudieron resistirse a los caprichos veraniegos. Porque ver a alguien rechupeteando un cornete, con un bigote de nata, los labios húmedos y sacando la lengua sin pudor para lamer el fresco placer y rechupetearse en un regocijo que aísla del mundo, provoca en el espectador un ansia irrefrenable de acercarse a la heladería más próxima y hacerse con el objeto de deseo que nos lleva a la cima del placer.

Me encantan los helados y, por encima de cualquier otro, soy feliz cuando en Asturias, o Santander, encuentro una heladería Regma, la reina del deleite veraniego. Siempre pido un helado de una bola, del primer sabor que se me ocurre, y contemplo extasiado cómo la heladera escarba sin complejos para formar una bola inmensa, imperfecta, llena de dulces recovecos, solo apta para enfermos de gula, que una vez probada no se defiende como esas bolas de piedra que se pegan a la lengua, sino que se transforma en la boca en una crema exquisita que te hace perder pie y anula el resto de los sentidos.


En serio, con esos helados se me ponen los ojos en blanco. En mi último viaje al norte presencié una herejía; una mujer se quejaba a la heladera de que le había hecho un helado demasiado grande y que no quería engordar. No se lo dije, pero lo pensé: “Señora, usted no está comprando un helado. Eso es una escultura, una obra de arte. Cójala, contémplela y, si quiere, puede darle algún que otro lametón orgásmico. Tras un violento escalofrío de placer descubrirá que de ninguna manera es demasiado grande”.

¡Por Dios! No se si seré capaz de aguantar hasta mi siguiente viaje al norte.

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Pues DeAngelo es el helado de la próxima agencia libre. Posiblemente innecesario, tal vez prescindible, pero solo pensar en él provoca que se le haga la boca agua a muchos de los entrenadores de la NFL.

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Yo nunca he terminado de entender la trayectoria de DeAngelo Williams. Para empezar, llegó al draft de 2006 como una de las grandes joyas pero, increíblemente, bajó hasta el pick 27. A mí me pareció una aberración que los Saints eligieran con el pick número 2 a Reggie Bush, que con los años se ha ido desinflando como muchos sospechábamos, y dejaran escapar a un corredor no muy grande, pero con unas manos prodigiosas y unos movimientos increíbles, imposibles, inconcebibles. Un extraterrestre. Pero mi sorpresa fue mayor cuando vi que seguía bajando y bajando posiciones para ser elegido al final de la primera ronda.


Mi asombro no terminó ahí. Fox, se lo guardó en el bolsillo mientras seguía confiando en DeShaun Foster como corredor número uno del equipo. Eligió a un primera ronda con vocación de jugador franquicia para darle descanso a un tipo que era claramente peor. Un despropósito. Y no lo hizo durante una temporada, sino en dos seguidas. Qué es lo que pudo ver Fox en DeAngelo que le disgustó tanto siempre ha sido un secreto para mí. Sigo sin entenderlo. Y lo peor es que cuando el novato salía al campo, el equipo tenía otro aire. Porque DeAngelo, Además de bueno, es puro espectáculo.

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Mi estupor fue a más. Foster se marchó de los Panthers, todos pensamos que había llegado el momento de Williams, pero Fox eligió en primera ronda, con el pick número 13, a Jonathan Stewart. ¿Dos running backs de primera ronda en tres años? Eso solo se hace si el primero ha sido un fracaso, pero el pobre DeAngelo ni siquiera tuvo la oportunidad de demostrar su valía. Insisto, me gustaría que algún seguidor de los Panthers me explicara una de las historias más incomprensibles de los últimos años.

La llegada de Stewart pareció ser la mecha que encendió a Williams. En su tercera temporada con los Panthers se convirtió en un ciclón. Fox no se rompió la cabeza. En un drive sacaba a Williams y en el siguiente a Stewart. Si uno sufría un golpe salía del campo y era el otro el que terminaba el resto del drive. No había rachas, ni historias. Williams terminó con más de 1.500 yardas. Stewart superó las 800. Ambos formaban el mejor backfield de toda la NFL. Si me apuráis, dudo mucho que nunca haya habido en toda la historia de la NFL una pareja más letal, un juego de carrera más demoledor. Nuestro protagonista ponía las grandes jugadas, Stewart el juego machacón. En la siguiente temporada (2009), ambos superaron las 1.100 yardas de carrera. Los que me lleváis leyendo muchos años sabéis de sobra mi opinión. El innombrable solo era una molestia, una piedra en el camino que impedía que ambos corredores arrollaran para llevar a Carolina a los playoff con el arma más antigua y más decadente de la NFL: la carrera.


El año pasado terminó el sueño. DeAngelo sufrió una larga lesión y Jonathan aguantó renqueante como pudo. Poco más de 1.000 yardas entre los dos. Fin de la historia.

Dicho lo anterior, tengo que creer que a DeAngelo Williams le falta algo. No me gusta Fox como entrenador, pero es un tipo serio y conservador, un tipo práctico, y algo debió ver para no vender su alma a un corredor que hubiera sido estelar en la mayoría de las franquicias de la NFL. El tiempo ha demostrado su fragilidad, una preocupante facilidad para sufrir lesiones, pero en los primeros tiempos no apareció esa falla. Eso lo descubrimos más tarde.

Así que ahora, a las puertas del fin de la guerra, con la agencia libre acercándose, hay una joya en el mercado que fue All-Pro en 2008 y probowler en 2009, un corredor con manos de oro para jugar como receptor, con una capacidad casi mágica para encontrar huecos imposibles, con una cadera que recuerda la de Terrell Davis y piernas de bailarín. Un saltimbanqui especializado en acumular big plays y que no da ni un solo problema en el vestuario. El novio que todos los propietarios querrían para su equipo. ¿Por qué no se ha parado el mundo?


Estoy seguro de que hay algún motivo secreto para que nadie termine de creerse a deAngelo Williams, una explicación para esa teoría que asegura que solo funciona cuando se mantiene fresco, que no es capaz de soportar un partido completo. ¿Cómo se puede pensar eso de un tipo que superó en una temporada las 1.500 yardas? Incluso los analistas dicen que pujarán por él equipos que ya tienen potencial en el backfield. Suenan Broncos (otra vez con Fox), Dolphins e incluso Giants. Hasta se habló de que su destino final sería Boston después de que los Patriots regalaran a Mark Ingram a los Saints en el draft, pero la lista de equipos interesados podría ser mucho más larga. ¿Quién no querría a DeAngelo Williams en su equipo?

Quizá este año, por fin, descubramos cual es el problema que ha impedido a DeAngelo Williams convertirse en un aspirante al Hall of Fame. Cual es la kriptonia que no le deja volar.

Mientras tanto, me muero de curiosidad por saber quién se comerá el helado más sabroso de este verano.