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Contador en rojigualda

Siempre me han gustado los Campeonatos Nacionales de carretera. Sobre todo el de fondo profesional, evidentemente. Me atrae por su carácter diferente, porque no se parece en nada a ninguna otra carrera del calendario (quizá al Mundial, y tampoco). Su atractivo radica en sus numerosas singularidades. Para empezar, la fecha: el fin de semana anterior al comienzo del Tour de Francia, donde la mayoría de campeones estrena su maillot nacional, normalmente una gran banderola con los colores patrios (excepciones ‘echavarrianas’ al margen) que le distingue del resto del pelotón.

Me gusta también por el carácter ‘democrático’ de su palmarés. Cualquier profesional con licencia puede participar, independientemente del equipo donde corra. Hay oportunidades para todos, de ahí que en su historial veamos un abanico amplio de perfiles, desde Guillamón o García Camacho a Ocaña o Indurain. Menos me gusta el carácter ‘dictatorial’ de los equipos: aquellos que cuentan con más españoles disponen de mayores posibilidades de victoria. En cualquier caso, no deja de ser una singularidad más. Es lo que hay.

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También aplaudo que el ciclismo pueda llegar, al menos por un fin de semana, a lugares con menos tradición o menos frecuentados, como en esta ocasión es el caso de la provincia de Castellón. Y otra faceta de mi agrado es que se celebre en todos los países europeos en la misma fecha. Si el domingo en liza yo no me encontraba trabajando en la redacción, como ha venido siendo habitual en los últimos veinte años, porque en esa fecha estaba retomando fuerzas para afrontar el Tour, el lunes siguiente me iba disparado al quiosco a comprar el AS para ver ese cuadro que preparaba Chema Bermejo con los campeones de cada país. Ahora, con internet, nos solemos enterar mucho antes. Pero me sigue gustando…

El maillot rojigualda no se lo suele enfundar ni el más fuerte ni el mejor corredor, salvo en contadas excepciones. Óscar Freire, que ha ganado tres Mundiales, no tiene en su palmarés este título de rango teóricamente inferior. Este año se ha operado de sinusitis y ni siquiera será de la partida. Ni tampoco el oro olímpico Samuel Sánchez, que prefiere reservarse para el Tour. Una tendencia cada vez más extendida.

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Antes era distinto, porque todo campeón que se preciara quería tener en su armario un maillot de campeón de España. Aquí lo vistieron Bahamontes, Luis Ocaña, Julio Jiménez, Berrendero, Pérez Francés, Bernardo Ruiz, Olano o Valverde. El propio Miguel Indurain se empeñó en tenerlo, a pesar de las reticencias de su equipo, que prefería no arriesgar en fechas tan cercanas al Tour, ni tapar su publicidad con ninguna enseña. Y lo conquistó en 1992 en Oviedo, con una gran dosis de fortuna: Jon Unzaga celebró el título antes de tiempo y Miguelón se le coló en la foto-finish.



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Alberto Contador se ha apuntado este año a las dos carreras: la contrarreloj, que ya ganó en 2009 en Cantabria, y la de fondo. Podríamos decir que lo hace siguiendo la tradición de estos grandes campeones, aunque la razón quizá está más cercana a otros asuntos menos románticos. El ‘Pistolero de Pinto’ y la Real Federación Española de Ciclismo (RFEC) trabajan conjuntamente en su defensa ante el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) del próximo agosto. Su presencia en Castellón es una muestra de agradecimiento y complicidad hacia sus ‘socios’ y organizadores. Ahora bien, ya conocemos el carácter de campeón de Contador. Y una vez que ha venido, no se conformará sólo con pasearse.

Me gustan los Campeonatos Nacionales, sí. Por tantas singularidades y por tantas tradiciones. Una de las más arraigadas, por cierto, es ver a Jeannie Longo alzarse con su tropecentésimo título de campeona de Francia: el jueves ganó la contrarreloj, a sus 52 años, y sumó su 58º maillot tricolor en diferentes disciplinas. No me digan que no es un clásico.

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