No es la primera vez que escribimos una noticia así, ni desgraciadamente será la última. Como profesional de la comunicación, con el paso de los años he sabido tomar distancia y hasta inmunizarme cuando sucede una tragedia de este calibre en el deporte. Aunque una vez que me quito el traje de periodista, un escalofrío me vuelva a recorrer el cuerpo y sienta otra vez ese nudo en el estómago. Otro nudo más. ¿Y cuántos van ya?
Cada vez que se repite el drama, veo pasar por mi cabeza las mismas imágenes. Sobre todo las de aquellas primeras veces, cuando no había hábito ni costumbre… Recuerdo a Antonio Martín, una vida segada a los 23 años por el golpe de un retrovisor, siete meses después de haberse proclamado el mejor joven del Tour de Francia en 1993. Antonio Martín tenía mi edad y los dos empezábamos juntos a soñar. Cada uno en lo suyo.