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Federer luce abono en Hamburgo

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Tomás de Cos

Roger Federer puso fin en Hamburgo a su peor racha desde que se erigiera número uno del mundo (hace 172 semanas): cuatro torneos consecutivos sin llevarse un título a la boca. Y lo hizo a lo grande. Frente a Rafa Nadal, el mejor terrícola de la historia, con un resultado inapelable (2-6, 6-2 y 6-0) y con un impactante parcial final de once juegos a uno. El genio de Basilea sumó su sexto título sobre polvo de ladrillo e incluyó el Masters Series previo a Roland Garros entre sus torneos favoritos, junto a Halle, Dubai y Wimbledon, en los que también ha ganado cuatro veces. Pero sobre todo se quitó la espina clavada de ser incapaz de vencer a Nadal en su superficie talismán. Ser el encargado de frenar tan estratosférica racha de victorias se queda en una mera anécdota -Davydenko y Hewitt ya dieron serios avisos- porque desde hace un par de temporadas el suizo y el español son las dos caras de una misma moneda.

Nadal conocía la lección al dedillo pero acusó cierta fatiga mental. Quizás al ser consciente de su falta de chispa salió en tromba tratando de llevar cuanto antes a Federer a ese estado de ansiedad y descontrol al que sólo el de Manacor sabe llevarle. Pero tras encajar un soberbio arranque del spanish bull, con cinco juegos consecutivos y un 15-40 con 1-1 en el segundo set en contra, Federer dio un paso al frente. Salvó los muebles y pasó al ataque. Se metió dentro de la pista para contrarrestar el alto bote liftado de las bolas de Nadal y para dar rienda suelta a su talento. Entonces sus pelotas comenzaron a correr mucho -sobre con la derecha- y castigó las piernas de Nadal de un lado a otro de la pista. Siempre por detrás de la línea de fondo. Hasta que el 'rey de la tierra' comenzó a sentir la impotencia que otros grandes especialistas en tierra como Ferrero, Robredo o Ferrer, sienten frente a Mr Perfecto. Con la máquina ya engrasada y en máximo rendimiento es muy difícil no quedarse corto. Y entonces es cuando Federer se gusta. A media pista define como nadie y juega con sus rivales: escondiendo el zarpazo definitivo, amagando antes de cada contrapié, dejándoles sentados tras su demoledoras 'paradinhas' o sacando de paseo su mano en la volea.

A menos de una semana para el comienzo de Roland Garros, Federer parece tener su tenis más afilado que nunca. Ha aprendido a sufrir y eso le ha hecho más fuerte. París sigue siendo feudo de Nadal, que sigue luciendo un espectacular balance en finales -de 21-4, 16-1 en tierra-, pero el suizo es consciente de que París le separa de convertirse en el mejor de todos los tiempos. La batalla está servida.