Lewis Hamilton siempre gana

Verde. Como la de un cantante de rap, pero con el color de su patrocinador malayo. Distinta. Y con mil dolores de cabeza para los responsables de márketing de Mercedes. Así es la gorra bajo la que sonreía repleto de victoria en Sepang, la droga de la felicidad, Lewis Hamilton. A veces la verdad se encuentra en los detalles. Mientras unos pilotos echan mano de cualquier gorra que haya en el box, otros piden una talla especial. Y Hamilton, modelo único. Es un piloto distinto, cuajado con una personalidad que puede exasperar tanto como enamorar, pero dueño de uno de los mayores talentos que la historia de la F-1 ha disfrutado en los circuitos del mundo.

El británico, tras un problema con la unidad de potencia de su Mercedes en Australia, logró su primera victoria en Sepang y se prepara ya para la segunda en Bahrain. Es el gran favorito para lograr el título esta temporada. Lo cierto es que parece haber encontrado la cuadratura del círculo. Esta vez posee un monoplaza rápido, como casi siempre, que también es fiable, pese al error de juventud de Melbourne, un equipo poderoso, técnicos dispuestos a atender sus peticiones y una escudería en la que es considerado la gran apuesta y en la que se siente cómodo. A su antojo. Todo lo que necesitan las estrellas para brillar: libertad y confianza.

Hamilton cree en sí mismo y en su coche. Hasta el punto de ser capaz de declarar su adoración por la Flecha de Plata que pilota: “Es el mejor coche que he llevado nunca, una gran máquina con la que poder ganar carreras”. Quizá nunca ha llevado un coche que domine tanto como éste, pero también es cierto que Lewis siempre ha tenido buenos coches. Ésa es una de las causas, junto a sus manos de genio, que le han llevado a lograr un récord histórico: es el único piloto que ha ganado al menos un gran premio en ocho años consecutivos desde su debut. Datos que impresionan. Y 23 victorias.

En 2007 apareció en McLaren como ese piloto que debía crecer a la inmensa sombra de un piloto superlativo que venía de ser doble campeón del mundo con una escudería menor: Fernando Alonso. Pero entre su carácter, su talento, las artes de su equipo en contra del español y alguna otra cosa de la que se han escrito miles de páginas lo cierto es que estuvo a punto de ser campeón y logró cuatro victorias. Un año después fue campeón, con cinco carreras ganadas. Aunque es cierto que su único título hasta el momento lo consiguió en la última curva del último gran premio de la temporada ante un piloto como Felipe Massa. En ese momento, todos esperaban que sus títulos fueran cayendo como cocos en las palmeras malayas, con naturalidad. Pero no. En 2009 su McLaren no fue tan rápido como esperaba y a pesar de todo ganó en Hungaroring y Singapur. Al año siguiente luchó por el título hasta el final, ganó tres pruebas del Mundial, y fue un actor famoso invitado en la película que protagonizaban Alonso y Vettel.

Algo similar ocurrió en la temporada 2012, con cuatro. Al final de año, Lewis se sentía ahogado en McLaren, su antiguo valedor Ron Dennis le imponía límites que él no aguantaba. Y se fue. Mercedes. Otro reto. Un desafío de valientes. El año pasado, el GP de Hungría. Y éste, con los nuevos motores tiene pinta de ser su año. Otra vez. “Estoy pilotando mejor que nunca”, dice. Hamilton, el enemigo íntimo de Alonso, el que nunca se fue, al fin ha vuelto.