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FÓRMULA 1 | Aniversario del mito canadiense

Treinta años evocando al genio Gilles Villeneuve

El 8 de mayo de 1982 sufrió un accidente mortal en Zolder. Su talento, aun sin títulos, le ha hecho ser considerado uno de los grandes de la historia.

Treinta años evocando al genio Gilles Villeneuve

Gilles Villeneuve no dejaba indiferente cuando se ponía al volante. Le amaban o le odiaban. Fuera de la pista, la mayoría le adoraba. Educado, tímido, leal, familiar... se transformaba en carrera y en su mente sólo existía la victoria. En su pilotaje no había sitio para vueltas sin exprimir el monoplaza. El príncipe de la destrucción, como le llamaban en Ferrari por su afán de buscar los límites, fue un piloto especial, el rey sin corona de la historia de la F-1. Título que sí logró su hijo Jacques en 1997.

A los siete años, Gilles se sentaba en el regazo de su padre, Seville, mientras éste conducía y soportaba unos gritos que siempre pedían adelantar. Poco después ya lo llevaba él. Eso sí, de pie para llegar a los pedales y ver por el cristal. Después llegó el cortacésped y a los doce descubrió las motos de nieve, donde llegó a ser campeón del mundo. Y, por supuesto, su amor por los helicópteros.

Su vida dio un giro en 1976 cuando en una cita de la Fórmula Atlantic corrió James Hunt, futuro campeón de F-1 ese año. Al acabar, Hunt llamó a Teddy Mayer, jefe de McLaren y le dijo: "Me ha ganado un piloto local. Entraba en las curvas derrapando y se mantenía deslizando el tren trasero sin desviarse de la trazada. No hay nadie en la F-1 capaz de hacer algo así. Tienes que ficharle, no harás mejor inversión en tu vida. Su nombre es Gilles Villeneuve". Mayer le firmó un precontrato y debutó con McLaren en el GP de Gran Bretaña de 1977, pero Enzo Ferrari se lo llevó a la Scuderia.

Su vida en la F-1 estuvo ligada al patrón rojo que le adoraba. Con Ferrari se convirtió en mito. Una leyenda que se resume en el duelo que libró con Arnoux por ser segundo en el GP de Francia 1979, en Dijon. Una batalla de tres vueltas rueda a rueda sin miedo al peligro que ganó, claro, Gilles. En Zolder 82 nos dejó y voló hacia el cielo.

martes, 8 de mayo de 2012