Fórmula 1 | GP de Italia
Dulce podio de Alonso
Sebastian Vettel, virtual campeón, conquista la casa de Ferrari con su Red Bull mientras el asturiano acaba tercero con el monoplaza de la desilusión, un cochecito rojo que en estos instantes sólo tiene leyenda
Al borde de la lágrima, el campeón que ya es y seguirá siendo, miraba alucinado a su alrededor mientras tomaba aire y recogía su trofeo. Un minuto después, a su lado, el chico de rojo alzaba las manos para abrazar el suyo y se bajaba del podio para dedicar su derrota más dulce a la afición que llenaba la recta de meta. Y Monza estallaba en un grito: "¡Alonsoooo!".
Antes de la carrera, en el parque lombardo, las camisetas rojas, las banderas azules y rojigualdas teñían los alrededores. Y muchos pensaban más allá del milagro. Alonso es el único piloto capaz de hacer creer que puede hacer lo que no es posible. "Seguro que gana, sale cuarto, está cerca", decían unos. "Hace calor, el Ferrari irá algo mejor y él es el mejor", explicaba otro. "Nada, en la primera curva está primero. Seguro", zanjaba aquélla con una camiseta que define al campeón español. "No es mejor el que siempre gana sino el que nunca se da por vencido", se leía entre el pecho y la espalda.
Y sí, alguno tuvo razón. Porque si algo tenía claro Fernando era que la salida era a porta gayola, como los toreros buenos. O puerta grande o enfermería. Y la puerta grande de Monza se abrió para el ferrarista después de apurar el límite en la primera variante, salirse por la hierba esquivando el muro donde le quería enviar el enemigo íntimo y dejar a los tres últimos campeones del mundo tras su coche rojo. Salida de genio. Después se trataba de aguantar lo que se pudiera con un coche construido para la derrota, con el monoplaza de la desilusión, como lo definió el propio Montezemolo.
El objetivo era el podio, una locura con un coche que era mucho más lento que los Red Bull y McLaren e incluso que el Mercedes, pero que en las manos del asturiano entró tercero en meta. Dulce derrota. Dulce podio. Dulce, que causa cierta sensación suave, agradable, que no es agrio... Así se sentía Alonso tras llegar mucho más allá de donde le permite un coche que es el mismo desde Silverstone. Y seguirá siendo el mismo hasta el final de temporada. Podio. Otro más, el 70 de su carrera, casi el 50%. Sólo Prost, Senna y Schumacher tienen más. Sí, esos, las grandes leyendas. Nadie más. Y ya suma más de mil puntos.
Mientras, por delante, Vettel sólo tuvo que luchar contra sus ganas de llorar en el podio, porque pronto pudo con el español y a partir de ahí se largó hacia su octava victoria en trece carreras, la que le hace virtual campeón a falta de lo que dicen la estupidez de las matemáticas. La carrera del alemán fue tremenda, sin errores, duro y suave, aprovechando como sólo él sabe un monoplaza de época. Vettel se está ganando un lugar en la historia.
El segundo en adelantar a Alonso para bajarle un lugar en el podio fue Jenson Button. Curioso el caso del señor Button. Considerado un piloto de segunda clase en su país, ganador de un Mundial sólo por su coche, así lo dicen algunos, lo cierto es que volvió a completar una carrera perfecta adelantando a su compañero de equipo y a Schumacher mientras ambos se perdían en una batalla loca. Inteligencia, se llama. Dos en el podio.
El tercero, Alonso, segundo ya en el Mundial con su cochecito rojo que sólo tiene leyenda. Qué duro es ver cómo le adelantan con esos aviones después de jugarse la vida en la salida, dijo alguien. Imagina para él... Imaginen. Espera Singapur. La noche. Y las estrellas.