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Fórmula 1 | La intrahistoria

El monoplaza de Schumacher en las Petronas

En la noche son como una eterna sucesión de cuchillos de luz que amenazan con rozar el cielo, rodajas inmensas de milhojas, plantas y más plantas de una catedral de 452 metros de altura unidas como hermanas siamesas por el centro, como princesas que no quieren separarse nunca de su reino. Las Torres Petronas son el sexto edificio más alto del planeta y la construcción gemela más importante del mundo. En el fin de semana del GP de Malaisia iluminan la ciudad y alrededor se vive una fiesta inmensa.

En la entrada de las torres hay una maqueta de un Mercedes y los malayos se hacen fotos. Ante una pareja que viene desde Sepang, un inglés les dice que no es el coche real, que sólo es de cartón piedra, pero a veces la verdad no puede derrumbar las ilusiones. "Es el coche de Schumacher, lo ha traído Michael para que lo podamos ver todos los ciudadanos de Kuala", le espetan.

Durante la semana del gran premio, muchos hoteles rinden homenaje a las carreras. El Equatorial Kuala Lumpur, por ejemplo, junto a las Petronas, pinta sus cristales con imágenes de la historia de la F-1, siempre con algún error, ahí aparece Alonso ganando sus dos títulos vestido de Renault blanco y naranja ING en vez del azul que provocó la marea y la locura en España. En el vestíbulo, paneles de cartón con las nuevas normas, la formas y maneras de ir al trazado y en el exterior un Lotus de competición junto a otros Ferrari, Lamborghini, un Audi R8, que sus dueños alquilan, por puro placer según ellos, para que los visitantes comprueben lo que es conducir un auténtico deportivo. En el restaurante italiano Modesto's, una gran imagen de Trulli nos avisa que allí se vende vino del piloto transalpino y en los bares de alrededor como el Sangria Beach, las banderas a cuadros rodean la terraza. Algunos equipos, como Red Bull, organizaron una exhibición callejera, también Lotus, la escudería malaya.

Pero no todo es bello en Kuala Lumpur. Como toda gran ciudad, es caótica en ocasiones y los vagabundos duermen en las calles frente a las fotos de los ídolos. Pero durante unos días, muchos olvidan problemas y se divierten en conciertos improvisados y viajan en la imaginación hacia mundos de velocidad implacable. Algunos, incluso, discuten a un británico altivo donde está realmente el coche de un tal Michael Schumacher.