Ya he comentado en alguna ocasión que no me parece demasiado gratificante que la Fórmula 1 tenga que recurrir a un jubilado para completar la parrilla, incluso tratándose de uno tan ilustre como Michael Schumacher. Un piloto de 41 años no debería tener sitio en la élite del automovilismo, en el campeonato de los campeones precoces y de la juventud al poder. Por simple ley de vida, un deportista en el retiro desde hace tres años debería haber perdido una parte significativa de las cualidades que se exigen en la competición al máximo nivel, que para eso lo es. Por supuesto que respeto absolutamente lo que Schumacher puede decidir y entiendo que el efecto mediático de su fichaje reportará enormes beneficios a Mercedes incluso antes de subirse al coche (de hecho ya lo está haciendo sin haberlo fichado aún), pero eso no evita que sienta cierto desencanto con la situación.

Pero dicho esto, tampoco me cuesta reconocer que el regreso de 'El Kaiser' tiene un morbo sensacional. Básicamente, porque podremos desvelar la incertidumbre de su rendimiento. Ha sido el más grande entre los grandes, sin duda, pero insisto en que el tiempo pasa de forma inexorable para todos. Por eso, si es capaz de ganar a Alonso, Hamilton, Vettel o Button será para reflexionar en profundidad sobre qué está ocurriendo en la F-1. Por supuesto que Schumacher no hará el ridículo, sería de necios siquiera pensarlo, pero en la superélite la diferencia entre el éxito y la derrota se mide por matices, la gloria y el fracaso están separados por suspiros y son esas menudencias las que deberían impedir a 'Schumi' plantar cara a las estrellas del momento. Si lo consigue, sus rivales deberían hacérselo mirar... y a él subirle a los altares del deporte.