Cine
El lustro de Cervantes en Argel, a través de las voces de ‘El cautivo’: “Si nos pinchan, ¿acaso no sangramos?"
Miguel Rellán, Fernando Tejero, Alessandro Borghi y Julio Peña se introducen en una profunda charla con Diario AS en el interior del infierno.
Sepan vuestras mercedes lectoras que el infierno en la Tierra existe y que no halló otro confín donde manifestarse que el que separa el Sáhara del Mediterráneo, en los baños de Argel, allá por 1575. Allí fue enviado don Miguel de Cervantes Saavedra tras ser atrapado por corsarios berberiscos —piratas musulmanes— cuando regresaba a España desde Nápoles. De su cautiverio salió cinco años después. Y al mismo laberinto de piedra y arena regresa ahora Alejandro Amenábar con El cautivo.
El director de cine hispano-chileno comanda una oda a las historias. La película en sí misma hace las veces de Ruy Pérez de Viedma, aquel personaje que Don Quijote y Sancho se encuentran en una posada —en los capítulos 39 y 40 de la magna novela— y en quien proyecta Cervantes su propia vida. Es decir, cuenta su historia. De eso trató siempre: la magia que reside en el relato y en la catarsis; la concepción del narrador como creador de vida. De ahí germinan las ramas del parnaso que terminan por romper los muros de Argel.
De la mente y las tripas de Cervantes y del bajá
Para escapar del averno primero hubo que meterse en la mente de Cervantes. “Creo que es imposible. Lo primero que pensé fue: ¿Por dónde empiezo?“, reconoce Julio Peña (San Sebastián, 2000), quien interpreta al escritor en el filme. Sobre la mesa del actor apareció un guion que deconstruía al escritor para después volver a dibujarlo: ”Quería hacerle justicia. Sobre todo porque se trata de una figura de Cervantes distinta a la que todo el mundo tiene en la cabeza". Se dejó llevar. Dejó que la confianza en Amenábar y su propia intuición hicieran el trabajo. Y así empezó a revelarse ‘el manco de Lepanto’: “Una persona que para mí es terriblemente sensible, muy inteligente y con esa magia que permite contar historias: hace que la gente le escuche y le siga”. De nuevo, las historias.
Así florecieron los relatos entre los muros de los baños de Argel, bajo el sol moro y abrasador. Las letras y su manifestación eran un hilo de esperanza entre sangre y arena; la ilusión, en el sentido literal de la palabra, que uno decidía abrazar cuando el grito sordo de un preso delataba su muerte. Asfixiaba el nudo de Hasán Bajá, renegado de origen albanés, uno de los hermanos Barbarroja, que creció en el corazón del Viejo Continente, que fue corsario y que, cuando Cervantes pisó Argel, gobernaba con mano férrea.
Fue el Bajá unas de las personas que marcaría el devenir del cautiverio. “Ha sido muy difícil encontrar material que hablara de Hasán”, reconoce con una suave pronunciación italiana Alessandro Borghi (Roma, 1986), quien encarna al gobernante musulmán, confesando que cada día Amenábar, en su vocación por contar la historia, le enviaba “20, 30 o 40 páginas”.
Luego debió introducirse en su piel. “Uno de los aspectos en los que más me he centrado es que el personaje fuera un esclavo cuando era joven. Pensar en el recorrido entre la esclavitud y ser un bajá... Ahí en medio tenemos la clave para construir sus altibajos, esa montaña rusa que permite al público pasar de tenerle miedo a sentir cariño y ternura, pena, y, de nuevo, detestarle”, desgrana. Todo ello lo visualizó desde un prisma concreto: “El ejercicio del poder y la gestión de su cuerpo con respecto a Miguel de Cervantes”.
De la homosexualidad, Argel y dos clérigos
De la relación entre ambos, que transita derroteros pasionales difíciles de garantizar en términos históricos pero de interesante análisis en el plano que ocupa la creación de una ficción, nació un vínculo del que Cervantes solo escapó por amor, precisamente, a la literatura. Lo vio con malos ojos Blanco de Paz, religioso dominico que traicionó a Cervantes por un escudo de oro y una jarra de manteca; con una mirada preventiva advirtió de aquella extraña compañía al autor Antonio de Sosa, clérigo, teólogo y escritor portugués.
Cada uno, ambos figuras clave del cautiverio cervantino, representan una cara del cristianismo. “Pero más allá de ser curas, son dos personas. Y no solamente la iglesia era castradora y censora”, señala Fernando Tejero (Córdoba, 1965), quien hace de Paz, lamentando que “hoy hay muchas personas como Blanco de Paz, que no son curas, y que hacen mucho daño. Son homófobos, personas que, como él, no están felices consigo mismas. Están castrados por ellos mismos”.
“Tengo entendido que está levantando debate el hecho de la homosexualidad de Cervantes. ¿Por qué?“, se pregunta Miguel Rellán (Tetuán, 1943), cuyo rostro es el del padre Sosa. ”¡Pero es que en algunas personas no hay ni debate! ¡No saben por qué!“, salta Tejero, que hace extensa su queja: ”En ningún momento se dice de Cervantes que lo sea. Es cierto que tiene una relación con el bajá, con su captor; que yo creo que más que una relación de deseo es desde el intelecto, desde la admiración. Pero es que la gente... Están poniendo verde a Amenábar. Es un ‘maricón’ que ha decidido que Cervantes sea ‘maricón’ solo porque él es ‘maricón’. Lindezas como esa se escuchan. Hemos cambiado muy poco".
Fuera de los murallas que privaban a los cautivos de la libertad, el corazón de salitre de Argel. Por los callejones de adobe de la ciudad árabe paseaban hombres vestidos de mujeres, mujeres vestidas con velo y hombres con más hombres en actitud que cualquier hombre hubiera achacado a una mujer. No daba crédito Cervantes cuando lo vio. “Cualquiera que vea la película dirá: este ha convertido esto en Chueca o en el Orgullo gay. Pero que va, era así”, dice Tejero. Hasta que dejó de serlo. En palabras de Rellán: “La religión lo jode todo”. Y aquella esencia del antiguo mundo árabe quedó con el paso de los años en la clandestinidad o relegada a los ecos del desierto.
De Oriente y Occidente, el humano y la frontera
Del cautiverio de Cervantes han pasado 450 años. Milenios atrás, así como entonces y de la misma manera que ocurre hoy, la filosofía, la religión y la costumbre de Occidente sigue antojándose irreconciliable con la de Oriente Medio. Son dos mundos que parecen condenados a no entenderse jamás. Rellán carraspea. “Yo conozco el mundo árabe. He nacido allí [cuando Tetuán era protectorado español] y he vivido 21 años en Marruecos”, se coloca las gafas.
“Los seres humanos somos iguales en todo. Como dice Shakespeare en El mercader de Venecia: ‘Si nos pinchan, ¿acaso no sangramos?’. Lo que cambian son las costumbres o la moral. Lo que aquí puede ser un delito, que es fumarse un porro, en Marruecos no lo era; y, en cambio, allí tomarse un gin tonic sí, y aquí no. Pero somos iguales", reflexiona. A su juicio, la globalización tiene partes positivas y negativas. “De Marruecos, de los moros, debemos aprender el respeto a los mayores, la hospitalidad, la educación”, señala. Pero el mundo, así como en Argel a finales del siglo XVI, no parece destinado a la fusión cultural.
En la sala de al lado parece continuar Borghi la cavilación del veterano actor. “Desafortunadamente, los seres humanos están demasiado contaminados por el ego para hallar un punto de encuentro. Me gusta pensar que somos todos iguales, pero cuanto más avanza el tiempo, más difícil es reconciliación. Y eso me asusta mucho”, expresa. “Cervantes tiene ojos curiosos ante todo, pero la mayoría tienen ojos críticos. Eso todavía pasa en la actualidad”, añade Peña.
De los clásicos y las historias, de lo imperecedero
El autor logró salir de los baños de Argel tras ser pagado su rescate por los Padres Trinitarios. “Las finanzas siguen mandando en el mundo”, avisa Rellán. En 1580 regresa a España y, tras haberse impregnado en la tierra de Las mil y una noches de la magia de las historias, se lanza a la literatura. Un cuarto de siglo más tarde escribirá El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, considerada la primera novela moderna de la historia, con la que desmitifica la tradición caballeresca y cortés. Rompe con el mundo y se entrega en alma al trasfondo atemporal que rige todas las civilizaciones.
“El Quijote, que yo lo he leído varias veces y me sé trozos de memoria, tiene una ventaja. Como decía Italo Calvino, los clásicos lo son porque nunca terminan de decir todo lo que tienen”, sonríe Rellán, cuyo personaje, curiosamente, es la voz narradora que hilvana los hechos relativos al cautiverio en la película. “¿Por qué hay que volver a hacer Ricardo III, de Shakespeare, o la Sinfonía nº5, de Beethoven? Porque nunca terminan“, añade.
Los surcos alegres de su mirada profunda tratan de explicar por qué es importante contar historias. También él lo entendió hace tiempo. Deja al silencio y a la interpretación la esencia de un mensaje imposible de verbalizar y que solo puede transmitirse desde la ficción. Una magia que, en ocasiones, precisa atravesar el averno para florecer. Sin las llamas moras quizá no hubiera existido aquel parnaso, pues sepan vuestras mercedes lectoras que el infierno en la Tierra existió. Y fue tan caprichoso que vino a manifestarse en los baños de Argel, allá por 1575.
Suscríbete al canal de MeriStation en YouTube, tu web de videojuegos y entretenimiento para conocer todas las noticias y novedades sobre el mundo del videojuego, cine, series, manga y anime. Análisis, entrevistas, tráileres, gameplays, pódcast y mucho más. También te animamos a seguir nuestra cuenta de TikTok.
¡Síguenos en ambas y, si estás interesado en licenciar este contenido, pincha aquí!