Crítica de ‘The Running Man’, la distopía de ritmo brutal con la que Edgar Wright vuelve a demostrar por qué es uno de los mejores
Emoción, adrenalina, acción y puro espectáculo en una de las películas más entretenidas del año.
Edgar Wright lleva años demostrando que, si alguien sabe cómo manejar el ritmo, es él. Lo hizo en ‘Baby Driver’ (2017), lo repitió en 'Última noche en el Soho' (2021) y, mucho antes, en ‘Arma fatal’ (2007). En ‘The Running Man’ (Paramount Pictures, 2025), vuelve a esa velocidad narrativa que no concede tregua y convierte cada secuencia en un impulso constante hacia adelante.
Ben Richards (Glenn Powell) se ve atrapado en un futuro donde los realities de supervivencia se han convertido en deporte nacional. Tras verse entre la espada y la pared, sin trabajo y con su hija enferma, su única salida es participar en The Running Man, un programa donde los concursantes deben sobrevivir a cazadores profesionales retransmitido en directo para todo el país. Mientras corre por su vida, la maquinaria mediática alimenta el espectáculo y retuerce la verdad, convirtiendo a Richards en héroe, villano y víctima según convenga.
Powell se apropia del personaje: carisma, ironía y gran interpretación que encaja con la crudeza del relato. Funciona porque entiende el tono: un protagonista que mezcla descreimiento y coraje sin caer en la parodia. En cambio, el personaje interpretado por Emilia Jones (Amelia) llega tarde a la historia y su desarrollo avanza a trompicones. La idea de fondo es potente (de hecho, en el libro de Stephen King es un personaje muy bien construido y completo), pero la película no le dedica el espacio que necesita y acaba siendo un personaje descafeinado y que no consigue calar en el espectador.
Wright imagina una distopía reconocible y cercana. Hay elementos futuristas, pero nada rompe la verosimilitud: pantallas omnipresentes, una sociedad que consume violencia como entretenimiento y un aparato mediático que fabrica narrativas al instante. Esto genera una sensación de inmediatez incómoda, más aún en un año en el que los debates sobre manipulación informativa y otros factores que no podemos desvelar por contener algo de spoiler.
Acción clara, mundo reconocible y un protagonista sólido
La mano de Paul Machliss en el montaje se nota. Es un colaborador habitual de Wright desde ‘Scott Pilgrim contra el mundo’ (2010) y aquí vuelve a demostrar que dominan juntos un estilo caracterizado por la adrenalina pura. La acción es rápida, pero comprensible. No abusan del corte fácil ni del caos visual. Cada persecución se entiende y cada momento emocional respira.
La banda sonora —otro sello marca de la casa— encaja a la perfección dentro del propio relato. Las canciones están perfectamente seleccionadas y estas siempre contribuyen a acompañar a la historia e imprimir de carácter propio a cada una de las secuencias de la película. Wright vuelve a usar la música como un elemento narrativo más, no como un adorno.
¿Merece la pena ver ‘The Running Man’?
Sí. Funciona como película de acción, como distopía y como entretenimiento puro. Edward Wright nos regala una película que cumple con lo más básico del cine: entretener.