La montaña más peligrosa del planeta no es el K2 ni el Annapurna: es el Gongga, que tiene más muertes que cimas

Si el K2 es el asesino elegante del alpinismo, el monte Gongga es su primo lejano: discreto, desconocido… y aún más letal. También llamado Minya Konka, este coloso de 7.556 metros se alza en la provincia china de Sichuan como una aguja de hielo solitaria. Es la montaña más alta fuera del Himalaya y el Karakórum, y durante décadas ha sido también la más asesina: han muerto intentando coronarla más alpinistas que los que lo han conseguido.

La historia de Gongga es tan fascinante como trágica. En 1929, el botánico y explorador Joseph Rock, que tenía más entusiasmo que precisión, afirmó que la montaña medía 9.220 metros, lo que la convertía en la más alta del mundo. National Geographic publicó su estimación sin pestañear, y durante tres años se creyó que Minya Konka superaba al mismísimo Everest.

No fue hasta 1932 que una expedición estadounidense liderada por Terris Moore y Richard Burdsall corrigió el error, midiendo la montaña con rigor y estableciendo su altura real. De paso, fueron los primeros en alcanzar la cima. Y luego… silencio. Durante más de veinte años nadie más lo logró. Hasta 2003, solo ocho personas habían conseguido coronarla, mientras dieciséis murieron en el intento. Hoy las cifras son aún más brutales: 24 cimas frente a 37 muertes documentadas. En el Gongga, las probabilidades no están de tu lado: casi la mitad de los que lo intentan mueren en la montaña. Una tasa de mortalidad que ronda el 50 %, y que en algunas décadas ha llegado al 80 %, convierte al Annapurna (32 %) y al K2 (22 %), los ochomiles más peligrosos, en montañas casi amables en comparación. Aquí no hay margen: el error se paga con la vida.

La razón no era solo la dificultad técnica. Gongga es una montaña sagrada para los tibetanos, que la consideran la morada de los dioses. Los monjes locales no veían con buenos ojos que los extranjeros se encaramaran a su cima, y durante años se negaron a colaborar con expediciones. Un lama de la región llegó a decir: “No hay lugar más bello en la Tierra que Minya. Pero no todos están llamados a pisar su cumbre”. Y parece que la montaña se tomó esa advertencia muy en serio.

En 1981, una expedición japonesa sufrió uno de los peores desastres de la historia del alpinismo en China. Ocho montañeros murieron. Dos cuerpos aparecieron 26 años después y seis desaparecieron para siempre. El glaciar Halugo, que se extiende como una lengua de hielo traicionera, se los tragó sin dejar rastro. Desde entonces, el Gongga se ganó el apodo de “la montaña asesina”, aunque nunca tuvo el marketing de sus primas himaláyicas.

El Gongga es también un lugar de leyendas. En sus laderas hay cadáveres congelados que nunca fueron recuperados, atrapados en grietas profundas o sepultados por avalanchas. En 1998, una expedición suiza encontró restos humanos a más de 6.000 metros, con equipo japonés de los años 80. Nadie sabe cuántos cuerpos hay realmente allí. Algunos sherpas locales aseguran que la montaña “devuelve lo que quiere, cuando quiere”. Y hay historias que parecen sacadas de una película: como la de la ‘vaca sagrada’ que, según la leyenda, desató una tormenta cuando unos porteadores la sacrificaron para comer. Desde entonces, los monjes prohíben matar animales cerca del Gongga.

En septiembre de 2025, el Gongga volvió a los titulares por una historia tan absurda como trágica. Un joven alpinista chino se quitó el arnés para hacerse una selfie en una cornisa a 5.500 metros. Resbaló. Su cuerpo fue encontrado dos días después, 200 metros más abajo, entre rocas y hielo. En el Gongga, la vanidad se paga con la vida.

La dificultad técnica de la montaña es otro de sus sellos. Las rutas más accesibles tienen pendientes de hasta 50°, con tramos expuestos, hielo quebradizo y clima impredecible. Las tormentas pueden aparecer en minutos, y las temperaturas caen en picado. En 2002, una expedición rusa vivió una pesadilla. Dos miembros del equipo cayeron en una grieta y quedaron atrapados en una zona inaccesible cerca de los 7.000 metros, en la ruta del NW Ridge, con pendientes de hasta 50° y con el tiempo empeorando por momentos. El resto del grupo, tras varios intentos fallidos de rescatarlos y con el tiempo y las fuerzas agotándose, tuvo que abandonarlos en la grieta mientras escuchaban sus voces pidiendo ayuda.

A pesar de todo, el Gongga sigue atrayendo a los más osados. En 2017, un equipo chino logró abrir una nueva ruta por la cara norte, considerada hasta entonces impracticable. El líder de la expedición, Li Zhixin, declaró: “No hay gloria sin riesgo. El Gongga no perdona, pero tampoco miente. Si lo respetas, te deja pasar”.

Y ese respeto no es solo físico. Muchos alpinistas aseguran haber sentido una presencia espiritual en la montaña. No es raro que antes de iniciar el ascenso, se realicen rituales tibetanos, se ofrezcan oraciones y se pidan permiso a los dioses locales. Algunos incluso llevan amuletos bendecidos por monjes de los templos cercanos.

Hoy, el Gongga sigue siendo un misterio. No hay colas como en el Everest, ni cobertura mediática como en el K2. Pero su leyenda crece en silencio, alimentada por cada intento, cada fracaso, cada historia que se pierde entre la nieve. Es una montaña que no busca fama, pero que la merece. Porque en sus laderas se pone en juego la vida más que en ningún otro lugar del planeta.

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