Ciencia y tecnología

Franz Reichelt, el hombre que se mató desde la Torre Eiffel probando su invento

La historia está repleta de personas dispuestas a todo por probar que tienen razón.

Franz Karl Reichelt nació en el reino de Bohemia en 1878 y en 1898 se trasladó a París, donde se nacionalizaría francés en 1909, habiendo creado un exitoso negocio de sastrería. Lo que tenía todo el aspecto de una vida relativamente acomodada sufrió un vuelco cuando una obsesión se cruzó en su mente: el vuelo. Eran los primeros años de la aeronáutica, y la humanidad vivía cautivada ante lo que parecía la culminación de uno de sus sueños más ancestrales. Fueron muchos los que querían participar de alguna forma en ese nuevo mundo, siendo una de las principales preocupaciones del momento el cómo lograr sobrevivir a un fallo del avión.

La historía del paracaídas se remonta a varios siglos atrás, con ejemplos exitosos (y no pocos fatales fracasos) de personas que habían podido sobrevivir a caídas letales utilizando diferentes utensilios. Pero esas alturas no tenían nada que ver con lo que suponía caer desde un avión, además del hecho de que se necesitaba algo que pudiera ir acoplado al piloto, que no tendría ni el espacio ni el tiempo de usar ayuda externa si el avión fallaba. Fue entonces cuando Reichelt vislumbó la oportunidad de entrar en la historia con mayúsculas, usando su área de conocimiento para crear un traje con paracaídas incorporado. La idea es que sería algo como un traje algo más voluminoso, con el que se podía entrar en cabina y funcionar normalmente; en caso de emergencia, el piloto “sólo” tendría que dar un salto y extender los brazos en forma de cruz para aterrizar suavemente en el suelo.

La obsesión con el traje-paracaídas

Para entonces, el gran referente de la aeronáutica era La Ligue Aerienne en el Aéro-Club de Francia, a través de la cual se ofrecía una recompensa a todo aquel que inventara un paracaídas efectivo para el vuelo. Reichelt intentó en varias ocasiones que aprobaran para pruebas su diseño, pero sería rechazado por no cumplir los requisitos (demasiado pesado, demasiado endeble), lo que le llevaba a seguir refinando el diseño. Inasequible al desaliento, el sastre incluso probaba él mismo sus diseños, tanto en muñecos como usándose él mismo como conejillo de indias. El hecho de que se rompiera la pierna en uno de estos intentos tampoco le apartó de su empeño.

A medida que iba acumulando fracasos, el sastre intentaba por activa y por pasiva que se le permitiera hacer una prueba desde la mismísima Torre Eiffel, algo que la Prefectura de Policía de París le permitiría finalmente el 4 de febrero de 1912, aunque con la noción de que el experimento se haría usando muñecos. Sin embargo, Reichelt se plantó esa fría mañana con la última versión de su traje en paracaídas y declaró su intención de saltar él mismo con él para probar su efectividad, ante la sorpresa de los gendarmes y el terror de los amigos que le acompañaban, que intentaron desesperados quitarle la idea. Nada funcionó. “Quiero experimentar conmigo mismo, sin trucos, ya que pretendo demostrar la valía de mi invención”, declaraba.

Una mañana trágica para el recuerdo

Tras acordar con las fuerzas de seguridad un perímetro de seguridad para un aterrizaje sin contratiempos, y ante las cámaras de los periodistas que habían acudido a ser testigos del evento, el sastre-inventor se plantaba en la primera plataforma de la emblemática torre, a 52 metros sobre el suelo, el equivalente a tirarse desde un edificio de 20 pisos. Una de las cámaras estaba en el lugar desde donde se iba a tirar, y la otra capturaba una panorámica lejana de la torre para observar la trayectoria. Tras unos interminables momentos de dudas registrados en la cámara superior y declarar que “nos vemos en un momento”, Reichelt se tira, pero su paracaídas no se termina de abrir y cae violentamente, en lo que es además la primera muerte registrada en cámara de la historia. A pesar de que su cuerpo se destrozó del impacto, los médicos dictaminaron que murió de una parada al corazón mientras se precipitaba al suelo.

Periódicos como Le Petit Parisien, La Croix o L’Humanité abrieron con el suceso y la policía parisina comenzó a ser mucho más estricta con la clase de pruebas que se hacían desde la Torre Eiffel (y siempre con muñecos). Representantes del cuerpo afirmaron que nunca autorizaron que la prueba se realizara con una persona. Tampoco se llegó a una conclusión del porqué Reichelt siguió adelante. Un amigo suyo declaró que su idea era hacer una demostración lo suficientemente impactante para atraer sponsors, antes de que su patente de traje con paracaídas expirase. Otros simplemente lo dieron por loco. En todo caso, un capítulo para la historia que ha sido revisitado en no pocas ocasiones.

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