Análisis de Killing Floor 3, flojo despegue para la nueva entrega de esta conocida saga

La saga Killing Floor es una de nuestras debilidades. Nacida como un mod de Unreal Tournament 2004, su primera entrega en 2009 supuso todo un bombazo. Su mezcla de atmósfera de peli de zombis de serie B con mucho humor, y su propuesta de hacer frente a sucesivas oleadas de criaturas en escenarios cerrados en compañía de otros jugadores fue todo un soplo de aire fresco. En abril de 2015 se lanzó la segunda parte, un Killing Floor 2 que debutaba en forma de acceso anticipado para ir puliendo su propuesta y añadir contenido paso a paso previo al lanzamiento de la versión final. Si bien no fue un lanzamiento exento de críticas, en general las sensaciones fueron positivas.

Uno de los títulos a priori potentes para este año era precisamente la tercera entrega de la saga, pero los antecedentes no eran los mejores. Una beta abierta que dejó muchas dudas y críticas, y el consiguiente retraso de 4 meses en el lanzamiento para tratar de arreglar el percal no resultan señales muy halagüeñas. Efectivamente, el lanzamiento final de killing Floor 3 ha resultado ser algo muy decepcionante, especialmente para los seguidores más acérrimos de la franquicia, quienes han visto cómo gran parte de la esencia de la misma se ha perdido por el camino para tratar de imitar las sensaciones que ofrecen los shooters multijugador modernos. Y lo grave es que nos da la sensación de que estas concesiones además de alejar al público clásico de la saga difícilmente atraerán a una nueva base de jugadores.

Killing Floor 3 es un título divertido, mucho si los jugamos con amigos a un grupo de gente experimentada, pero es un paso atrás en prácticamente todos y cada uno de sus apartados con respecto a la anterior entrega, y en el estado actual de uno y otro queda muy por debajo de aquella. Hay un montón de decisiones inexplicables, un diseño general del juego que se sale de lo esperable, e infinidad de omisiones que se echan mucho en falta. Pero lo más grave es que la sensación es que la base no es buena, la jugabilidad resulta alienígena para los amantes de la saga y ni por asomo es tan satisfactoria como la de Killing Floor 2. Si no nos equivocamos, aquel se lanzó en Early Access con solo 3 mapas y 4 clases, por 19,99 euros. Las sensaciones del mismo eran que la base era perfecta, solo hacía falta más contenido. Esta tercera entrega se publica con 8 mapas y 6 clases, por 39,99 euros, pero nos parece un lanzamiento mucho menos pulido y que va a necesitar muchos más ajustes que la segunda parte para alcanzar un estado mínimamente satisfactorio.

Las guerras clon

Pese a que en última instancia aquí hemos venido a pegar tiros sin mayor complicación, Killing Floor 3 ofrece una trama subyacente para justificar el frenesí asesino. La situación es que el mundo se encuentra asolado bajo el azote de unas grotescas criaturas conocidas como Zeds, monstruosos clones creados por la corporación Horzine. Como miembros de Nightfall, resistencia clandestina que trata de hacerles frente, seremos desplegados en diversos escenarios a lo largo y ancho del globo para tratar de limpiarlos de las viles criaturas y en última instancia sobrevivir.

El desarrollo del juego consiste en hacer frente a varias oleadas de enemigos, masacrándolos en perspectiva en primera persona, hasta que eliminamos al número de enemigos que componga esa oleada, momento en el que tendremos unos segundos para correr a una máquina donde pertrecharnos con nuevo armamento y diversos ítems como paso previo a la siguiente ronda. Pese a que se puede jugar en solitario, lo ideal es hacerlo en grupos de hasta 6 jugadores. Existen 6 clases con una misión determinada en la batalla,desde el comando con un alto poder de fuego ideal para hacer mella en las filas enemigas con eficacia hasta el médico que debe velar por la salud de sus aliados.

Cada clase cuenta con un árbol de mejoras y habilidades que sí nos parece más interesante que los de anteriores entregas de la saga, uno de los pocos puntos a favor de esta entrega. También cuentan con una habilidad especial que se recarga con el tiempo tras su uso. Una vez superadas las rondas, habrá que hacer frente a un enemigo final, de entre 3 diferentes. Y lo cierto es que todos ellos nos parecen terribles, criaturas genéricas sin ningún tipo de carisma que además son infames esponjas de balas y que ofrecen unos enfrentamientos muy frustrantes y nada atractivos.

Un paso atrás

Varios son los puntos en los que esta tercera entrega patina con respecto a su predecesora. El principal es la jugabilidad, con un manejo de las armas nada satisfactorio y a años luz del de la segunda entrega. Las armas carecen de la contundencia que tenían en aquella, los diseños son horribles y el sonido de las mismas no es excesivamente bueno, parecen de juguete. El gunplay de Killing Floor 2 era excelente, y esta tercera entrega tiene un larguísimo camino por delante para igualarlo. El movimiento también se siente extraño y más lento, pese a que hemos ganado en agilidad con un movimiento de desplazamiento rápido o dash y la posibilidad de escalar obstáculos, algo que cierta medida va en contra del espíritu de la serie de evitar quedar arrinconados por los enemigos. Actualmente hay muy pocas armas, y solo podemos llevar 2 a la vez, atrás queda el sistema de peso de la entrega anterior.

El número de rondas de la partida ya no se puede elegir, siempre es el mismo, y no podemos cambiar de clase en medio de una partida, si el médico abandona la sala por lo que sea vamos a tener problemas. Solo hay 3 niveles de dificultad, por los 4 que contaba la entrega anterior. Se ha cambiado el sistema de recuperación de salud, limitándolo a tres usos por ronda, y lo que es más grave, no podemos usar la jeringuilla sanadora con un aliado, una decisión poco entendible en un juego cooperativo. El diseño de los escenarios también nos ha decepcionado, siendo tremendamente genérico y falto de la chispa que tenían los 2 juegos anteriores, todos son muy similares y no tienen personalidad ninguna, bien podrían estar sacados del COD de turno.

El caso es que hay cosas aún más graves y nada entendibles, como que no exista la posibilidad de elegir servidor para unirnos a una partida, dependiendo en exclusiva de un matchmaking terrible. Por no haber, no hay ni chat de texto, en un multijugador cooperativo en pleno 2025, totalmente inexplicable e inexcusable. Por supuesto, lo que sí hay es diversas opciones de monetización dentro del juego en forma de skins y similares. Otro punto de polémica, que sí parece que va a ser solucionado en breve dadas las fuertes quejas al respecto, es el hecho de que cada clase de personaje esté unido a una skin de personaje determinada.

Un buen espectáculo visual

El uso del motor Unreal Engine 5 permite que Killing Floor despliegue un potente espectáculo visual, llenos de sangre y brutales desmembramientos de enemigos. Lo cierto es que estamos ante un título atractivo en lo visual, aunque nuevamente el cambio de estética no contentará a los seguidores más acérrimos de la saga. Todo es demasiado limpio, y tiene un aire muy militar e industrial, y la paleta de colores parece más propia de un Call of Duty que de un Killing Floor. Algunas animaciones de los enemigos también rechinan algo y parecen bastante ortopédicas, se deberían trabajar más. De igual manera, el irregular rendimiento del juego necesita un apaño, presentando caídas en la tasa de imágenes por segundo mostradas que no viene muy a cuento.

El apartado sonoro nuevamente cuenta con un excelente doblaje de las voces al castellano, aunque las frases sean demasiado irreverentes y faltas de buen gusto en algunos casos. La banda sonora recicla viejos temas propios, aunque se echan de menos temas licenciados cantados de bandas como Demon Hunter, Fit For a King u otras presentes en KF2.

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