Ninguna consola está más allá de sus juegos
La muerte de Stadia refuerza una lección fundamental para cualquiera que quiera entrar en el mundo del videojuego
Stadia cierra sus puertas de forma abrupta y las lecturas serán a buen seguro variadas. Hay quien lo verá como una refutación del modelo en la nube, tan cacareado como el futuro inescapable de un videojuego cada vez más digital; otros lo verán en clave tecnológica, como parte de esa odisea repleta de cadáveres que es Google y su caótica evolución. Pero hay una lectura más llana, más de andar por casa y más familiar para los que llevamos tiempo siendo testigos de la evolución del videojuego: el valor de una consola está en sus juegos y en su catálogo.
Google se une a una larga lista de gigantes tecnológicos que han intentado entrar en el videojuego en alguna ocasión y se han estampado en el intento. Son numerosas las máquinas que se han quedado en el camino y el motivo en una amplia mayoría de los casos ha sido el mismo: un catálogo poco atractivo, poco desarrollado o poco diferencial. Da igual lo potente, o lo innovadora que sea una plataforma, que tenga una circuitería excelsa, o que esté en la nube o en el metaverso: no vas a ningún lado sin juegos que los aficionados quieran jugar.
A todos los efectos, Stadia ha sido una pieza atractiva de tecnología. Ha sido un paso meritorio para demostrar que el juego en la nube es ya una realidad, y ha abierto las puertas a comprobar cómo títulos exigentes como Red Dead Redemption 2 o Cyberpunk 2077 eran jugables en cualquier pantalla sin apenas hardware de por medio. Su entrada ha animado a otros competidores y ha obligado a ponerse las pilas a los actores ya establecidos como Sony y Microsoft, que han redoblado esfuerzos en ese flanco para evitar sustos. Pero, de nuevo, la tecnología no es nada sin los pesos pesados que atraigan al público; el contenido es, y será siempre, el rey sol por el que vivirá o morirá una plataforma.
Repasando el reducido listado de exclusivas de Stadia (que, por cierto, esperemos que Google tenga a bien dar facilidades para que lleguen a otros formatos), no hay ningún clásico o superventas que haya podido tirar del carro. La compañía hizo diferentes intentos de adquirir proyectos e incluso entendió que debía tener equipos propios para desarrollar títulos para su plataforma. Pero el hacer videojuegos es difícil, especialmente la clase de videojuegos triunfales de los que son capaces de mover al público a comprar una máquina. Con todo el planetario poder y músculo financiero que amasa el coloso californiano, nunca pudieron o supieron conseguir este objetivo.
De cara a entrar en el mundo del videojuego dedicado, en las grandes ligas donde compiten Sony, Microsoft y Nintendo, hay que conseguir uno o, preferiblemente, dos de estos elementos fundamentales: grandes juegos que no tengan otras plataformas, y (si no eres Nintendo) evitar que las otras plataformas tengan demasiados juegos que no tengas tú. Microsoft lo entendió perfectamente en su día y más allá de desarrollar sus propios títulos, con dispar fortuna, trabajó con convicción para conseguir que los GTA, FIFA, Call of Duty y demás no se quedaran sólo en la competencia. Y ahí sigue, intentando fortalecer sus estudios internos de diversas y espectaculares formas mientras se sigue asegurando que ningún título relevante se salte su plataforma (y si hay que ir a Japón, se va las veces que haga falta).
Por ello, la muerte de Stadia conviene que sea un nuevo aviso a navegantes: la tecnología no es tan importante como el contenido. No importa que estemos hablando de consolas, de portátiles, de la nube o de gafas de realidad virtual. Es necesario un catálogo completo a la vez que diferencial, es necesario crear estudios potentes o saber comprarlos de una forma que se integren correctamente y puedan aportar contenido añadido. En definitiva, hace falta invertir en juegos, en buenos juegos y en buenos desarrolladores. Invertir, creer y perseverar en el contenido. Una verdad inmutable para cualquiera que quiera competir en un espacio en el que el dinero, el prestigio o el tamaño de una empresa no será nunca garantía de éxito.