Misa de Medianoche, crítica. El maravilloso drama sobrenatural de Mike Flanagan para Netflix
El apocalipsis llega a la isla de Crockett, en la que Flanagan articula con maestría las relaciones entre los distintos personajes.
El pueblo al completo se apelotona en el interior de la iglesia de San Patricio, una pequeña parroquia en el isleño pueblo de Crockett. Resuena el coro de voces, cuyo timbre retumba al unísono cuando los dos monaguillos entran en el edificio, seguidos de cerca por el Padre Paul (Hamish Linklater), que eleva la cruz de Cristo mientras se dirige al altar. Misa de Medianoche, la nueva miniserie de Mike Flanagan para Netflix, se sumerge en la vida de esta localidad, fuertemente arraigada en la tradición católica.
El creador de La Maldición de Hill House y de la Maldición de Bly Manor, series también disponibles en Netflix, vuelve al género sobrenatural, pero lo canaliza mediante una historia dramática y de suspense, que se construye sobre todos y cada uno de los protagonistas. Zach Gilford (Friday Night Lights) interpreta magistralmente a Riley Flynn, un muchacho que abandonó su apacible y aburrida vida en Crockett para labrarse una carrera de éxito en la gran ciudad, pero...
Todo cambia en el momento en que atropella a una chica en estado de embriaguez. Resulta impactante verlo rezar mientras los sanitarios intentan reanimar sin éxito a la mujer, que yace entre cristales y sangre. Poco después, uno de ellos se acerca a curar las heridas superficiales de Riley y le increpa por sus acciones. Durante su estancia en la cárcel, la culpa lo carcome y lo aleja de la religión que había abrazado durante toda su vida. Y luego, tras cumplir la condena, vuelve de nuevo a Crockett, donde le espera una madre amorosa, un padre atormentado por las dudas y un hermano adolescente.
La misa como catalizadora de un pueblo
La narración fluye al principio a través del personaje de Flynn, que nos sirve para conocer a los habitantes de la isla. Su regreso pone en el espejo lo que los demás piensan de él, y al mismo tiempo, nos permite indagar en sus personalidades. Paralelamente, el anciano sacerdote del pueblo, Monseñor Pruitt, es sustituido por el Padre Paul. Al parecer, o eso les cuenta Paul, el párroco se halla ingresado en un hospital debido a una extraña enfermedad.
Hay un elemento que une a casi todo el pueblo, la religión. Por eso, personajes como Flynn o el sheriff Hassan (Rahul Kohli) contrastan con respecto a la mayoría de habitantes. El primero se declara ateo y el segundo musulmán, unas circunstancias que Flanagan utiliza para reflejar el trato discriminatorio, que sobre todo encarna el policía. Al final, la misa y la comunión funcionan como una especie de engarce entre todos ellos, un vínculo inquebrantable en apariencia, una cita a la que nadie debe faltar. Quieran o no, todos terminan escuchando los sermones de Paul, monólogos que adoptan la forma del soliloquio y que expresan las ideas y las contradicciones que moldean a los protagonistas.
La historia bíblica se entrelaza con los acontecimientos sobrenaturales que Crockett está experimentando y que los anhelantes devotos interpretan como la llamada Dios. Pero al mismo tiempo, personajes que dicen estar cerca de Jesucristo se destapan taimados y sin escrúpulos, como Bev Keane (Samantha Sloyan), egoísta, poco empática y repleta de prejuicios.
Una profunda reflexión existencialista dentro de un drama sobrenatural
La serie entra de lleno en el terreno filosófico, en lo que significa la muerte y la propia existencia de todos los seres vivos. ¿Para qué estamos aquí? ¿Por qué hay vida terrenal si luego nos espera el paraíso? ¿Qué razón subyace al hecho de que nos aferramos al cuerpo, aunque sea para vivir 20 míseros minutos más? En ese sentido, el diálogo sobre la muerte entre Riley y su amiga Erin Greene (Kate Siegel) es precioso, delicado y sobrecogedor.
La ciencia y la religión, lo natural y lo sobrenatural, la identidad de Dios, su mera existencia y la interpretación de los textos místicos forma parte de la reflexión de los siete episodios o libros que conforman la miniserie. Esta es una ficción que se cocina a fuego lento, y por eso, da la impresión de que los dos últimos episodios se precipitan un poco hacia el desenlace.
El buen gusto estético de Flanagan y la espectacular banda sonora de los hermanos Newton redondea una de las series imprescindibles del año. Escuchar al pueblo cantar las canciones religiosas acongoja, tanto por la belleza de los temas como por lo que significan dentro del contexto de la ficción.