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Atomicrops

Atomicrops

Huerta nuclear

Atomicrops, análisis PC

Bajo la apariencia de un farming simulator, Atomicrops nos ofrece una intensa experiencia bullet hell y muchas horas de diversión roguelite.

Actualizado a

La comparación es uno de los recursos más eficaces para hablar de un videojuego. Establece un marco de referencia sin apenas palabras, de modo que cualquiera sepa fácilmente qué se encontrará a los mandos. Basta comparar un título con otro para descubrir el género, la dificultad, el estilo gráfico o las mecánicas del más reciente. Algo que ayuda especialmente al dar a conocer nuevos indies, juegos más pequeños y muchas veces desconocidos para el gran público. Aunque denostada por los excesos que de ella se han hecho, la comparación es decisiva en el periodismo de videojuegos. Si se hace bien, por supuesto. Con Atomicrops, el juego que nos atañe, es vital hacerlo bien.

Habrá quien compare la obra de Danny Wynne con Stardew Valley, por ejemplo. Ambos comparten un bonito pixel-art, elementos del farming simulator y hablan de granjas, de ganado y de un modo de vida más tranquilo. El trabajo de Eric Barone es el primero que se nos vino a la mente cuando supimos de la existencia de Atomicrops porque, al fin y al cabo, la conexión es evidente. Pero se trata de una comparación superficial, que no profundiza y que habla del tejado en lugar de sobre los cimientos. Como ocurre con Dark Souls y los juegos retantes, parece que cualquier obra que abogue por lo bucólico es deudora de Stardew Valley. Dicha afirmación, claro está, es tan inexacta como esa idea con aires de dogma de que todo es Dark Souls. Pese a la primera impresión, si hubiera que comparar a Atomicrops con una obra precedente para entender su tono, su jugabilidad y sus aspiraciones sería con Nuclear Throne.

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Patatas nucleares en un infierno de balas

Por sorprendente que parezca, Atomicrops no es el típico farming simulator coqueto y juguetón con verduras coloridas y pajares colmados de heno. Es más, ni siquiera lo catalogaríamos como un simulador de granjero al uso. Lo que propone Bird Bath Games es más bien un twin stick shooter con ecos de Nuclear Throne por su ambientación posnuclear y de Enter the Gungeon por su constante infierno de balas. Hay algún matiz de simulación de vida como los coqueteos en la plaza del pueblo, pero es un mero aderezo. Comprender que Atomicrops le debe más a la juegografía de Devolver Digital que a Yasuhiro Wada es básico porque trastoca por completo lo que uno puede esperar y obtener de este indie.

Atomicrops nace como reinterpretación satírica del farming simulator, como puede apreciarse es su hilarante tráiler. Heredamos la granja de nuestro difunto tío y un vecino nos enseña las bondades de la vida del campo. El protagonista descubre un refugio nuclear que no duda en explorar e invita a pasar a su compañero de huerta. Este se ríe, pues jamás ha pasado nada malo en los alrededores. Ambos estallan en risas cuando una bomba nuclear hace lo propio y desolla al granjero, dejando ojiplático al pobre novato. Suena una música de banjo y los personajes empiezan a conejos mutantes, babosas deformes y topos zombi. La carta de presentación de Atomicrops nos dice que aquí hemos venido a reír y disparar más que a plantar y pasear. Y basta con empezar a jugar para constatar que es absolutamente cierto.

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Cuatro estaciones, cientos de peligros

La vocación roguelite de Atomicrops se explicita en su estructura. Cada run se divide en cuatro estaciones de tres días de duración y cada día se compone de tres fases: mañana, noche y visita al pueblo. Las primeras horas del día sirven para plantar alguna que otra hortaliza y explorar los alrededores de la granja que acabamos de heredar de nuestro tío. Tenemos en torno a un par de minutos para acumular semillas y mejoras, regar las plantas y fertilizar la tierra con los cadáveres de tus enemigos. Cada caballón es una trinchera y todo espantapájaros es bueno para plantar una torreta y contener a las hordas de verduras rabiosas. Todavía en la fase matinal, el juego nos invita a explorar los biomas cercanos al este y el oeste, siendo este último el más sencillo y el que nos otorga kits para reparar puentes y acceder a otros biomas. En ellos, cómo no, aguardan decenas de enemigos y mucho, muchísimos aperos de granja: semillas, tractores y algún que otro arma. El loot de toda la vida, vaya. No podemos encantarnos, ya que hay que vigilar la granja de tanto en tanto y regresar a defenderla de los ataques mutantes. Como si fueras un híbrido entre Rambo y Juliana del nuevo Animal Crossing, pronto te verás gritando cosas como “nadie toca mis nabos” mientras agujereas el cielo con tus balas.

Justo cuando te acostumbras al ritmo que imponen tareas como recolectar semillas y defender tus tierras, Atomicrops cambia de fase y arranca la noche. Ahí es cuando las cosas se ponen feas. Los enemigos aumentan en número, tamaño y dificultad, con conejitos francotiradores y babosas monstruosas como mejores ejemplos. Y no solo querrán tu sangre, sino también tus verduras. De nuevo, salvar tu vida es tan importante como recoger tu cosecha intacta. Si pierdes alguna de las dos cosas, vuelta a empezar. Si resistes, un helicóptero te rescatará y te llevará al pueblo. Estás salvado. De momento.

De visita por el pueblo

Una vez en la civilización, se nos recompensará con unos cuantos anacardos, la moneda del juego, por lo que hayamos logrado cosechar. También puedes dar un garbeo y flirtear un rato —uno de los pocos elementos de life-sim que sí incluye Atomicrops— para que te echen un cable defendiendo tu granja. Con algo de paciencia y unas cuantas rosas, la afinidad de nuestro interés romántico en cuestión aumentará, ganaremos habilidades y en última instancia añadiremos un nuevo efectivo a nuestra trinchera hortelana.

El pueblo también es el lugar ideal para adquirir armas, mejoras y nuevas semillas antes de emprender un nuevo día de sangre, sudor y chirivías. Nadie regala los anacardos y los precios son relativamente elevados, así que deberás meditar muy bien sobre qué necesitas. Las armas, por ejemplo, solo duran un día. Son mucho mejores que tu lanzaguisantes inicial y cada una tiene rasgos especiales que nos facilitarán la tarea. Sobre todo de cara a la tercera noche.

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Cada tercer día de cada estación, las hordas nocturnas acuden a tu granja lideradas por un jefe temible. Entonces habrá que hacer frente a un tractor desquiciado, un conejo a lomos de un caracol descontrolado y otras tantas locuras. Sobrevive y el alcalde, un nabo parlanchín, te recompensará en base a los anacardos que hayas ganado durante esa estación. ¿Y después? Llega el verano. El otoño. El invierno. Y más jefes.

Un desafío poco bucólico

Esa es la estructura que comparten todas las partidas de Atomicrops, el ciclo que se repite si algún topo colérico acaba con nuestra vida y toca volver a empezar. Bird Bath Games impone un ritmo rápido tanto en la gestión de la granja como en la jugabilidad. La variedad la aportan los tres personajes desbloqueables —empezamos con Lavender— y el hecho de que las mejoras no son permanentes. Hay alguna excepción, pero su repercusión es mínima y la norma general en Atomicrops es que cada partida te obligue a combinar nuevas armas, habilidades y mejoras. Nunca se siente repetitivo y su sistema de progresión confía en que sea el jugador quien mejore más que en ir desbloqueando mejoras permanentes hasta resultar un paseo. No es fácil acostumbrarse y su dificultad plantea más de un reto, pero a cambio tenemos juego para rato.

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La pega, porque siempre la hay, es que el componente farming que tanto se promocionó antes del lanzamiento palidece al lado de su vertiente bullet hell. Esos toques de juego bucólico sirven más para justificar una ambientación y brindarnos una distracción mientras combatimos, algo que defender, que para construir un imperio de patatas y sandías como en Stardew Valley. De ahí que esta crítica arranque señalando que Atomicrops no debe compararse con el simulador de Barone, incluso si la propia publicidad del juego ha intentado darle ciertos aires de farming simulator. Como juego de disparar y esquivar balas cumple bastante bien, pero tampoco llega para revolucionar nada. Su argumento es simple y todo aquello que se aleje de los balazos es bastante simplón. No obstante, la voluntad de Atomicrops es de satirizar a los granjeros pixelados, de juego que quiere que pases un buen rato con una base sólida y pocas virguerías. A veces, con eso basta. Y esta es una de esas veces.

Conclusión

Si acudes a Atomicrops en busca del típico simulador de granja con algún que otro elemento de shooter, huye. La obra de Danny Wynne es justo lo contrario: un juego de disparos con los aderezos granjeros justos. No le pidas tranquilidad y rutinas relajadas plantando pepinos como a Harvest Moon y sus herederos espirituales, pero sí momentos vibrantes y auténticos infiernos de balas. En todo lo demás va un pelín justito, pero sin dejar de ser correcto en ningún momento. Lo que sí encontrarás es un juego con muchísima personalidad, diversidad y retos como para disfrutarlo durante horas y horas.

Lo mejor

  • Rejugabilidad infinita: cada partida obliga a combinar nuevas armas y habilidades
  • Ofrece un reto a la altura de los grandes twin stick shooters de los últimos tiempos
  • Su sentido del humor y los personajes son divertidísimos

Lo peor

  • Los elementos de farming simulator son demasiado superficiales
  • Las relaciones con los personajes son planas y solo sirven para conseguir mejoras
7

Bueno

Cumple con las expectativas de lo que es un buen juego, tiene calidad y no presenta fallos graves, aunque le faltan elementos que podrían haberlo llevado a cotas más altas. Cómpralo sin miedo.