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Sekiro: Shadows Die Twice, análisis final

Analizamos la última obra de From Software y Miyazaki, Sekiro Shadows Die Twice, un título llamado a ser el mejor de la fórmula soulsborne.

Hidetaka Miyazaki lo ha vuelto a hacer. A estas alturas parece que ya deberíamos haber asumido que el creador de Dark Souls y Bloodborne iba a firmar otro juego de semejante calibre, pero aun con esas el dirigente de From Software nos sigue sorprendiendo.

Sorprende, porque es capaz de coger su propia fórmula, imitada por otras compañías con diferentes grados de acierto, y seguir evolucionándola como si fuese el siguiente paso lógico. Como si no le costase trabajo. Y sin embargo Sekiro, ahí donde lo veis, consigue algo tan difícil como coger la cantidad justa de elementos de Dark Souls para que todos sepamos su procedencia, y luego llevarlos hacia un lugar donde la saga no había estado antes sin que por ello la mezcla deje de parecer natural en ningún momento. Como si fuese la secuela más refinada de algún otro juego que ahora mismo no recordamos haber jugado.

Con infinidad de desafíos, secretos, varios finales posibles, un combate tan técnico y el buen hacer de From Software con la dirección artística, Sekiro sigue manteniendo el pedigrí de Miyazaki en el más alto de los pedestales. El hombre insiste en hacernos sufrir, pero hay belleza y lógica en sus cámaras de tortura. Trabajan tus músculos y al final, si eres capaz de salir de una pieza, lo haces con incluso más fuerza que cuando entraste.