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Pompeya: La leyenda del Vesubio

Pompeya: La leyenda del Vesubio

Pompeya: La leyenda del Vesubio - El Segundo Día

Tras levantarte del impluvium en el que yaces como un vil borracho resacoso, a partir de este momento comienza tu aventura, estaras dispuesto a pagar el precio de tan duros tiempos.

EL SEGUNDO DÍA

(21 DE AGOSTO DEL 79)

Para averiguar qué nuevos retos le esperan a nuestro protagonista, sigue este vínculo hacia la explicación del TERCER DÍA.

Para regresar a la parte anterior del recorrido, sigue este vínculo hacia la explicación del PRIMER DÍA.

Aparecerás ante Popidus. Está ocupado con sus oraciones y te ruega silencio. Sal de la casa. Chocarás de frente con Fructus, el loco iluminado que parece saber muchas más cosas sobre ti que el resto de los pompeyanos. Dirígete a la calle del templo de Isis. Al principio de la misma el edil te pregunta si has visto a Fructus. Dile que no. Después camina hacia el final de la calle. Una vez allí mira el suelo y recoge el brazalete. ¿A que es bonito? Habla con Locusta, la maga con lumbago. Ella te preparará dos filtros. Para que pueda hacerlo tienes que conseguir unos ingredientes determinados.

La "lista de la compra" y dos probetas para recoger muestras pasan a formar parte de tu inventario. Locusta sale de escena entre quejidos y chirridos provenientes de su espalda. Ya que es maga podía fabricarse una columna vertebral nueva. En fin... Vuelve por donde has venido y párate ante la puerta del templo de Isis, justo en el lugar donde te encontraste con el edil. Entra en el templo y habla con el sacerdote. Entrégale el agua sagrada del Nilo.

El hombre se revuelve de alegría. ¿Tan sedientos estarán sus dioses? Dirige tus pasos a la derecha, hasta una sala con la entrada arqueada. Ahí recoge de la mesa el objeto situado más a la derecha: una pluma de Ibis. Un ingrediente para los filtros es tachado de tu lista. Pero ten mucho cuidado con el jarrón que reposa en la esquina izquierda de la mesa. No lo toques. Romperá y la aventura habrá terminado.

Sal del templo y ve a la cauponae de Dyonisos, la taberna de Lucius. Allí encontrarás tres ingredientes más. Incieso, aceite de la luz y vino puro. Recógelos de las estanterias situadas a las espaldas del tabernero. Éste es tan vago que ni se digna a entregártelas en mano. Ahhhh.... A caballo regalado no le mires la entrepierna.

Y hablando de caballos, bueno, de mulas... consigamos acto seguido el polvo de muela de mula molido. ¿Dónde demonios encontraremos tan extraño ingrediente? Pues en la panadería de Sotericus, un poco más allá de la cauponae (te recuerdo otra vez que hay un mapa para disposición de despistadas y poco orientadas personas. Pulsa la barra espaciadora.) Entra en la panadería. El panadero, muy ocupado en sus quehaceres, te saluda con un seco salve. Tú, ni caso.

Entra en la habitación de la izquierda, camina un poquito hasta que, a tu derecha, tirada en el suelo, encuentres la muela junto a unos sacos de harina. Luego sigue hacia el final de la habitación hasta encontrarte con una mula atada a un molino. Usa la muela en el molino.

La mula, muy trabajadora y disciplinada, se pone patas a la obra y en un abrir y cerrar de ojos termina su trabajo. Ahora sólo tienes que recoger el resultado, en la parte baja del molino. Otro ingrediente es tachado de la lista.

Y ahora... la rosa que crece a los pies de Venus... perfecto. Dirígite a la puerta de la cauponae. Camina una vez más hacia delante, con un solo click desde la taberna. Mira a tu derecha. Un rosal. Y una pintura. Coge la rosa. Cuando lo haces, una paloma pasa ante tus ojos. Se le escapa una pluma. Recógela también, qué caray.

¿Qué es lo que queda por conseguir? La lágrima de Apolo, la sangre del animal y las piedras del jardín. Empecemos por la lágrima... ¿qué mejor sitio para buscarla que el propio templo de Apolo? Vaaaaaamos pallá. Junto a la puerta del templo un hombrecillo te dice que no se puede entrar. Que vuelvas más tarde. ¡Ja! Ni caso. Adentro. Habla con el sacerdote. Si quieres intenta pedirle la sangre y la lágrima, pero no te va a servir de mucha ayuda.

Lo mejor es que camines hacia el altar que hay en el exterior del templo. Gracias a que se ha limpiado recientemente todavía conserva restos de agua, lo que nos viene de perlas. Usa el tubo de cristal en el charco. Luego acércate a la cara de apolo, vierte el contenido del tubo en su ojo y cuando la fina línea de agua se deslice por la cara del dios, vuelve a recogerla con el tubo. Ya tienes una lágrima. La sangre está muy cerca. Sal del modo zoom que te acercó a la cara de Apolo. Sin moverte del sitio desliza el cursor por la hierba que crece a la izquierda del altar (donde has conseguido el agua), y activa de nuevo el zoom: un rastro de sangre.

Coge el otro tubo de cristal que tienes en el inventario y consigue, así, este sangriento ingrediente.

Sólo nos quedan las piedras. Las encontrarás, como habrás adivinado por el nombre, avispado lector, en el jardín de Octavius. Así que vamos hacia allí. Un esclavo, en la puerta de atrás, impide nuestro acceso al jardín. Lo engañaremos fácilmente. Entra en el lugar y coge las piedras: están al principio de tan verde y bucólica zona, a mano izquierda.

Con los ingredientes todavía fresquitos corremos al lugar donde nos habíamos citado con Locusta, la taberna. La muy bruja ya está en el exterior, esperando por nosotros. Como la mujer necesita un tiempecillo para preparar sus pontingues te dice que mañana los filtros ya estarán listos.

¿Y qué hacemos ahora? Pues nos vamos a la perfumería, a los baños de Stabias. A ver si sacamos algo en limpio. Al llegar allí, Ascula, la dependienta de la perfumería, te saluda muy efusivamente. Pero tu prefieres a la mula que está fuera, tu vieja amiga, aquella con la que te encontraste al principio del juego. Hazle una caricia. Animalillo... Pero las simpatías que te despierta tan noble bestia no son compartidas por Ascula, ni mucho menos. Para ella la mula más que un simpático bicho es una delirante pesadilla.

Se come sus flores y el olor a cuadra sucia que despide espanta a los clientes, todos ellos limpísimos y muy dignos ciudadanos de Pompeya. Seguro que el problema tiene solución.

Y tú eres el encargado de buscarla. Habrá que mantener una conversación a tres bandas, entre Ascula, el dueño de la mula y el vejete de la tienda de pigmentos. Pero antes de iniciar las conversaciones recoge los dos cestos de flores que flanquean la entrada a la perfumería. Después habla con el dueño de la mula, ese brutote moreno de inteligencia más que dudosa. Tras unas palabras con Ascula lo convences (el pobre hombre no tiene dinero para perfumar a su esposa). Cuando hayas conseguido el permiso del dueño para utilizar a la mula dirígete al vendedor de pigmentos.

Exponle el problema y su solución. Entusiasmado con la idea te diseña un cartel muy chulo. Ahora pongamos manos a la obra, convirtamos a la mula en un animal-anuncio. Coloca el cartel que ha dibujado el vendedor de pigmentos sobre el soporte de madera. Haz lo mismo con las cestas de flores, una a cada lado del animalito. Listo. A modo de desquiciada celebración aparece Fructus diciendo incoherencias, como buen loco/lúcido que se precie. El espectáculo no tiene desperdicio y Ascula, emocionada por tu creatividad (las vuelves locas a todas) te ofrece sus favores a cambio (apunte para mal pensados: el Canal Plus sigue poniendo interesantes películas los viernes de madrugada. Ahí os remitimos). Dile a Ascula que sus botellas son muy bonitas. Y ya que te da la oportunidad de coger alguno de sus perfumes sin pagar un vil sextercio, acércate al final de la tienda y utiliza la recién regalada botellita sobre los envases que reposan en las estanterías. Un perfume perfuma ahora tu inventario.

Como buen diplomático que eres necesitas descansar después de tan duras negociaciones.

Pásate por la cauponae y échate una partidita a los tabis. Cuando te canses de perder saldrás automaticamente de la taberna para aparecer ante la casa de Octavius. Cambia unas palabrejas con el deslenguado esclavo y adéntrate en el interior de la casa. En el jardín ves a Sophia. Aprovecha que Lavinia está ausente y entrégale los dátiles y el perfume. Ella te toma por un galán del tres al cuarto que intenta llevársela a la alcoba.

Evidentemente tus intenciones son otras. Ponla sobre aviso del peligro que corre, convéncela de que debéis largaros de la ciudad. Sophia duda. Te dice que tiene que pensárselo. Eso le llevará todo un día y te cita para mañana. En esto, Lavinia entra en escena. Dale su apestoso brazalete y aguanta la perorata. Tus planes de huida se ven complicados enormente. Sophia, te dice Lavinia, no es mujer para ti. Está comprometida con un tal Habbinas, con el que se casará en las calendas de Noviembre. Pero tú eres un hombre de ideas fijas. Por los dioses que lo conseguirás. Tu segundo día en Pompeya toca a su fin. Pocas horas más te separan del éxito o de la muerte.