Michelle Alonso: “Me retiro por la puerta grande, lo he logrado todo”
La nadadora paralímpica (oro en los 100 metros braza de los Juegos de Londres, Río y Tokio) deja el deporte de élite por una lesión en el hombro. “Es una decisión difícil”, confiesa la sirenita.
Michelle Alonso (Tenerife, 1994) no pierde la sonrisa ni en plena marejada. La vida trae olas inesperadas y la última le ha llegado en forma de lesión. De hecho, la nadadora paralímpica deja el deporte de élite por una tendinitis supraespinosa, a la que acompaña una bursitis, en el hombro derecho. El dolor se instaló en su vida a finales de 2021 y no le ha dado tregua desde entonces. Le incapacita para cosas básicas de su día a día, como peinarse, coger objetos... acciones cotidianas que le supongan levantar el brazo con un ángulo de 90 grados. Ese ha sido el motivo de su prematura despedida.
“Estoy un poco de bajona, como estresada. No estoy durmiendo ni comiendo bien por esto. He ido a un montón de médicos y tengo que empezar con la rehabilitación. Hago un gesto para evitar el dolor y ahora hay que corregirlo. El doctor me dijo que eso iba para largo, con mi discapacidad intelectual me iba a costar el doble aprenderlo. Cogí miedo porque me comentó que en uno o dos años tendría que pasar por el quirófano y no quiero. Decidí retirarme por la puerta grande. Me voy con la cabeza alta. No puedo demostrar nada más porque ya lo he conseguido todo”, explica la sirenita a AS.
Michelle sorprendía anunciando su retirada este lunes, cuando recogía un premio en la Gala del Deporte de Tenerife. Con la voz quebrada y entre lágrimas dejó ver que había sido “una decisión difícil”. “Lo pensé y lo hablé con mi familia. Es un adiós a la élite. Espero que lo entiendan y respeten”, afirma la nadadora, que no dejará la piscina. Su hábitat durante años y la medicina prescrita por los doctores para paliar sus problemas en la espalda siendo niña. “Debo seguir sí o sí”, aclara. Sus inicios no fueron fáciles. “Sufrí bullying en el colegio. Cuando empecé en la natación, con siete años, las niñas avanzaban más que yo y me sentía desplazada”, admite. Mientras la pequeña Michelle se planteaba abandonar, el destino hizo de las suyas. Se cruzaron en su vida el Ademi Tenerife y su entrenador y mentor, José Luis Guadalupe. Ellos le mostraron su potencial y el camino. “Guada ha sido un gran apoyo. Me vio y adivinó mi futuro. Le estoy muy agradecida. Es como de la familia”, argumenta, emocionada. Son muchas brazadas, infinidad de recuerdos.
“La natación me lo ha dado todo. He viajado a lugares que nunca pensé, he conseguido cosas que ni soñé… Soy joven, pero llevo años machacándome. Desarrollé una alergia al cloro de repente. Estaba entrenando en la piscina cerrada y me costaba respirar. Me hicieron pruebas y salió esa alergia y otra a los gatos. ¡Que yo tengo uno en mi casa!”, cuenta con la misma naturalidad con la que enumera sus logros. Los más destacados, sus oros en los 100 metros braza (S14) de Londres 2012, Río 2016 y Tokio 2020. La sirenita reina en los Juegos. “Los tres han sido especiales. A Londres fui muy jovencita. Me lo tomé como una competición más. No sabía lo que eran unos Juegos y me di cuenta de su dimensión años más tarde”, sentencia.
Sin embargo, de tener que elegir, ella lo tiene claro: “¡Tokio!”. Ni el calor, ni la pandemia... deslucieron esa ansiada cita. Michelle se convirtió en la abanderada del equipo español, junto al ciclista Ricardo Ten, en la ceremonia inaugural y disfrutó de cada instante. “Soy una fanática de Japón. He ido cuatro veces, pero me gustaría volver. Estoy enamorada de ese país. Es tranquilo, acogedor y la comida está riquísima”, ríe la protagonista de un documental que se emitió en la cadena nipona WOWOW: “Vinieron los japoneses a grabarme a Canarias. Aquello fue divertido”.
Esta Sirenita, una amante de la película de Disney, de ahí que tomase ese nombre para su nick de Twitter, cierra capítulo con una victoria en el Mundial de Madeira el pasado verano. Eso, a pesar de la lesión. Sólo pudo entrenar diez días con normalidad por la dichosa tendinitis, que le dejó el brazo inmovilizado mes y medio. “Cuando conseguí el oro grité y todo. Fue un estrés diario, no mejoraba… No quiero pasar por lo mismo otra vez. Lloré mucho cuando tomé la decisión y se lo comuniqué a mi club, a Guada, al Comité Paralímpico, a mi Federación…”, esgrime, antes de mirar al futuro: “Necesito descansar, desconectar... para afrontar luego la rehabilitación”. Ese es ahora su reto, desprenderse del dolor para seguir nadando libre. De momento, la sirena capea la marejada con su sempiterna sonrisa. Esa es, sin duda, su mejor medalla.