Jon Rahm: más dinero, menos golf

La cuenta corriente de Jon Rahm va en dirección diametralmente opuesta a su hoja de servicios. Este domingo, cuatro meses después de firmar un contrato cifrado entre los 500 y los 600 millones de euros rumbo al LIV, el español concluyó la que es de largo la peor de sus ocho apariciones en el Masters de Augusta. Con su +4 en el día (76 golpes), su tercera vuelta sobre par de la edición, cerró 45º en casa club con +9. Hasta ahora su suelo era la 27ª plaza de 2017 (+3 respecto al par) y 2022 (+4).

Unos nueve primeros muy dignos, que abrochó en -1 con tres birdies (espectacular el del 7 desde la calle, su highlight de la semana) y dos bogeys, invitaban a pensar al menos en una vuelta de maquillaje de esas a la que acostumbra, y que tan bien hablan de su espíritu ultracompetitivo, cuando la victoria le queda ya a distancia quimérica. Todo se torció en la segunda mitad de Augusta, la más complicada: doble bogey al 10, bogey al 11, una tortura perenne esta semana, y doble bogey al 16. Se va de Georgia (EE UU) el vizcaíno con diez birdies (ninguno en el 2, con el que históricamente se ha llevado bien) y un +2 en los pares 5, el pan y la sal de este campo. El año pasado, el de su primera chaqueta verde, una edición que, todo hay que decirlo, se jugó en unas condiciones más benévolas por mucha lluvia que cayera, fueron 19 más un eagle.

Es evidente que ha habido un ‘clic’, y no para bien. ¿El motivo? No hay una respuesta científica a esto, y solo él sabe lo que tiene en sus tripas. El discurso oficial es que el movimiento al LIV, que ha significado aterrizar en Augusta con tres torneos menos de rodaje que hace una temporada, de ocho a cinco, no le ha afectado. En sus propias palabras llegaba “mejor físicamente”, pero ya dio la impresión hace una semana en Miami de que el juego no estaba donde tenía que estar para pelear el Masters, y se ha confirmado días después.

Sobre todo en lo que se refiere al putt, apartado que le sitúa en la mitad mala del field, aunque en su defensa los greenes han sido una autopista durante el fin de semana, auténticas centrifugadoras de buenos golpes. Si es excepción o tendencia, solo el tiempo lo dirá, porque sus cinco top-10 en otras tantas salidas en la superliga saudí este temporada se pueden interpretar tanto desde el prisma de la regularidad como desde el de la menor competencia, aunque solo sea porque allí juega contra otros 53 y una nómina normal en el PGA es de más del doble. Si los ponemos ante el espejo de 2023, esas tres victorias de enero a marzo, obviamente palidecen.

Cierta tensión

Preguntado, él sitúa la patología en los greenes: “Nunca he cogido la velocidad y he tripateado demasiadas veces. Realmente es la forma más fácil de ponerlo, pero es muy subjetivo teniendo en cuenta las condiciones en las que hemos jugado esta semana. Son muchas cosas las que han contribuido a que no tenga mi mejor semana”, analizó. Una de ellas quizá haya sido las tensiones que reconoció con algunos excompañeros de circuito: “Sí, era algo que esperaba. También lo contrario, alguno que pensaba que iba a estar muy seco y me dio un abrazo. Los que son mis amigos siguen siendo mis amigos y los que no lo eran, pues ya se sabe. Sabía que iba a pasar, solo me faltaba saber quién”, apuntó.

Si con algo se queda es con la recepción del gentío, inmune a su cambio de ‘casa’ (especialmente reveladora la ovación que recibió en el tee del 12, con buena parte de los espectadores en pie): “Es difícil hablar de esto cuando he jugado tan mal, pero ha estado bien haber tenido ciertas recepciones entrando en algunos tees, sin importar mi tarjeta. Pero cuando no tienes tu mejor semana, como yo esta vez, es difícil tener que quedarse ahora a ponerle a alguien la chaqueta verde sin siquiera haber tenido opciones reales de revalidarla”. La parte buena es que el tren de Augusta es uno que pasará muchas veces independientemente del circuito en el que milite. Para un campeón como él, todas las que quiera.

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