Golpe a la mística de la Ryder Cup: los estadounidenses cobrarán por jugar
La PGA de América anuncia que a partir de la edición de 2025 sus representantes recibirán 500.000 dólares, de los cuáles 200.000 serán de libre disposición.
La mística de la Ryder Cup, uno de los pocos eventos del deporte profesional con el que sus participantes no se lucraban hasta ahora, recibió un golpe este lunes, cuando la PGA de América, responsable de su organización al otro lado del Atlántico, emitió un comunicado en el que anuncia que sus representantes, es decir el equipo estadounidense, cobrará por jugar a partir de la próxima edición, que acogerá en septiembre Bethpage Black, en Nueva York.
Como mínimo, desde ahora tendrán la opción de hacerlo, toda vez que la estructura retributiva de la parte norteamericana, que antes comprendía 200.000 dólares (unos 190.000 euros) por jugador que debían donarse a una iniciativa benéfica de su elección, ahora consistirá en 500.000 dólares (unos 475.000 euros) per capita, de los cuáles 300.000 irán a fines solidarios y 200.000 serán de libre disposición. Es decir, que quien quiera puede decidir quedárselos como pago por sus servicios. Habrá que ver, llegado el momento, en qué sentido se pronuncian sus futuros receptores. Keegan Bradley, designado capitán y que tiene opciones de clasificarse también como jugador, ya ha anunciado que su medio millón será donado al completo.
El cambio es producto de la polémica surgida en la última edición de la bienal, cuando emergieron informaciones que hablaban de una fractura en el bando estadounidense entre jugadores y organizadores. Según las mismas, un grupo liderado por Patrick Cantlay reclamaba algún tipo de remuneración por su presencia, y por ese motivo el californiano habría decidido, como forma de protesta, jugar sus partidos sin la gorra con el logotipo del Team USA, en lo que se dio en llamar, con cierta sorna, Hatgate. La filtración condujo a una avalancha de opiniones encontradas y al acoso por parte de la siempre sardónica afición Europea en el Marco Simone de Roma, en el que muchos asistentes decidieron agitar sus gorras al paso de Cantlay frente a las tribunas.
Tanto Cantlay como su gran amigo y compañero en el equipo, Xander Schauffele, negaron los rumores en torno a sus demandas, y la nota lanzada por la PGA este lunes se cuida mucho de subrayar que ningún implicado ha pedido recibir ningún tipo de pago, así como que el sistema vigente hasta la fecha lleva sin revisarse desde su introducción en 1999.
La llama parecía extinguirse hasta que el pasado noviembre The Telegraph informó de que estaba en marcha un nuevo sistema que distribuiría 400.000 dólares por jugador, cifra que al final se ha quedado corta. A la luz de esa noticia, varios ‘capos’ del bando europeo, como Rory McIlroy, Tommy Fleetwood o Shane Lowry, se pronunciaron en contra, lanzando un mensaje inequívoco: estarían dispuestos a pagar por jugar la Ryder. “Si quieren hacerlo, es su decisión”, devolvió el fuego Tiger Woods, que dejó entrever con ello un apoyo cuanto menos implícito a esta decisión, que muy probablemente habrá sido fundamental para la PGA americana a la hora de tomarla. En dirección contraria, la semana pasada Sports Illustrated publicó que 12 excapitanes estadounidenses habían enviado una carta a la entidad pronunciándose en contra de estos pagos.
El principal argumento de quienes ven en esto un acto de justicia está en el inmenso caudal económico que genera el evento, el pan y la sal del circuito europeo y un activo importantísimo también para las organizaciones que se nutren de él en Estados Unidos. Por dar una idea, la diferencia de ingresos de la PGA de América entre un año en el que organiza la Ryder en suelo estadounidense y otro en el que no se disputa es de unos 30 millones de dólares. En el caso del circuito europeo, que comparte su 50% con la PGA de Reino Unido e Irlanda y con la Confederación de Golf Profesional, este flujo de dinero es imprescindible incluso cuando la organización corresponde a la parte contraria, como muestra el hecho de que en 2019, año de descanso, reportó pérdidas por valor de 28 millones de dólares, y en cambio en 2021, cuando Wisconsin acogió la edición pospuesta en 2020 por la pandemia, tuvo unos beneficios de 9,2 ‘kilos’. Los partidarios de la medida creen que los jugadores, obviamente el principal reclamo de la cita, deberían participar del reparto de esa tarta.
Ninguno de ellos, o al menos ninguno que se haya expresado públicamente, está en el bando del Viejo Continente, que mantendrá su sistema inalterado. Un agravio comparativo que seguramente sea gasolina para la rivalidad entre ambos equipos, un potencial foco de debate y polémica en el próximo enfrentamiento. Pero, sobre todo, un viraje que choca con el espíritu y la tradición de un torneo que, quizá por ello, acabe siendo víctima también de la caída en las audiencias que el cisma provocado por el LIV ha generado en el mundo del golf profesional.
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