El PGA echa de menos a Rahm
El arranque de curso en el circuito estadounidense evidencia que el trasvase de estrellas al LIV ha dañado su producto, aunque las audiencias resisten.
El titular que encabeza esta pieza bien podría terminar en puntos suspensivos. En ese caso, continuaría así: “...y a Koepka, y a DJ, y a DeChambeau, y a Cam Smith”. Vaya por delante que no inventamos la rueda al decir que el PGA echa de menos la enorme cuota de talento que ha perdido en estos años de refriega con el LIV. Pero lo cierto es que este arranque de 2024, en el que el circuito necesitaba narrativas potentes ante la pérdida del vasco, que por resultados y carisma en el momento de su marcha estaba entre sus cinco imágenes más potentes (comiendo en la mesa de McIlroy, Spieth y Scheffler, con Tiger en el sillón presidencial), ha sido más bien pobre.
Cojamos la lista de ganadores en los siete primeros torneos de este año, los que conforman la West Coast Swing, la gira por la costa oeste de Estados Unidos, majors aparte seguramente el mejor momento del curso, por el pedigrí de los campos que se juegan y esos fields repletos de estrellas que proporcionan Signature Events como el Sentry, Pebble Beach o el Genesis. Chris Kirk, Grayson Murray, Nick Dunlap, Matthieu Pavon, Wyndham Clark, Nick Taylor e Hideki Matsuyama, sería la relación. Jon Rahm, Si Woo Kim, Jon Rahm, Max Homa, Justin Rose, Scottie Scheffler, Jon Rahm. Esta última es la del año pasado. ¿Notan la diferencia? Porque la hay.
No se trata de despreciar el potencial atractivo que hay en las historias de redención de Kirk y Murray, dos alcohólicos recuperados para la causa del golf de élite; o en la de Dunlap, el primer amateur que gana en el PGA en 33 años; o en Pavon, el primer campeón francés del circuito; o en la consolidación de Clark como primus inter pares. Pero seguro que no son los nombres en los que los patrocinadores pensaban cuando accedieron a incrementar sus aportaciones a las bolsas de premios para combatir el ciclo inflacionista que ha provocado la irrupción del LIV en este deporte. De hecho, el objetivo de tener una serie de torneos, esos Signature, con 20 millones a repartir, sin corte o con uno muy benigno, es tener a los mejores concentrados durante más días y más citas al año, lo que en principio debería producir más campeones emplatables para la audiencia, los espónsors y las televisiones. Suena fatal, pero en este mundo hipermercantilizado del que el golf profesional es una pata más, nadie salvo el público francés, que no es precisamente la gallina de los huevos de oro para el PGA, quiere ver a Pavon tocando metal en un campo como Torrey Pines. Tampoco un ganador a 54 hoyos en Pebble Beach como Clark, por mucho que su 60 el sábado dignificara el triunfo, o la marabunta de borrachos que convirtió el Phoenix Open en una rave.
Quieren ver lo que ocurrió el pasado domingo: Hideki Matsuyama, un campeón del Masters, tirando un 62 para hacer suyo Riviera (victoria que, por cierto, le convirtió en el asiático más exitoso en la historia del circuito, con nueve en total). O a Tiger Woods, que tuvo que retirarse el viernes con síntomas de gripe, completando 72 hoyos en un torneo oficial, diga lo que diga su marcador. O a Jordan Spieth en la parte alta de la tabla el fin de semana, cosa que no ocurrió este último porque el PGA sigue pensando que es razonable descalificar (y no cargar con dos golpes extra, por ejemplo) a alguien por entregar una tarjeta incorrecta. Como si un tenista fuera expulsado de un partido por pedir que se dé buena una bola que ha aterrizado a un metro de la línea.
Las audiencias resisten
La parte buena es que la batalla de las audiencias por ahora sigue siendo una victoria para el PGA. En parte porque el LIV aún no ha conseguido un socio televisivo de calado (The CW no lo es) en Estados Unidos, pero lo cierto es que la vuelta final del evento de la superliga saudí en Las Vegas fue seguida por 297.000 personas, mientras la del Phoenix Open, el mismo día, concentraba 1,7 millones. Una semana antes, una redifusión de la tercera ronda en Pebble Beach congregó cerca de 1,2 millones, con 430.000 espectadores siguiendo el desenlace del LIV Mayakoba, a pesar de que este terminó con un emocionante playoff entre Joaquín Niemann y Sergio García.
Gran parte de los problemas glosados anteriormente escapan al control del PGA, que no tiene poder de decisión sobre el clima, ni sobre el cuerpo de Tiger Woods ni sobre la cantidad de alcohol que pueden asimilar la ínclita parroquia de Phoenix. Pero, a falta de que la organización esclarezca cómo va a mejorar exactamente el producto, aparte de hacer más ricos a deportistas ya obscenamente ricos, con los 3.000 millones que inyectará el Strategic Sports Group en sus arcas, lo que ha quedado claro en este mes y medio de 2024 es que el golf profesional necesita paz, y que esta pasa por algún tipo de acuerdo, como mínimo un alto el fuego, entre el PGA y el LIV. Para que ni uno ni otro tengan que echar de menos a jugadores como Rahm, pero sobre todo para que no les echen de menos los aficionados, que al final son los que pagan el tinglado.