Hooker se venga de Felder y le deja con la retirada en la mente
Dan Hooker derrotó a Paul Felder por decisión dividida en el estelar del UFC Auckland. Fue una pelea cerrada y al terminar el estadounidense dejó entrever su adiós.
Se arrodilló Dan Hooker tras escuchar el veredicto de los jueces. Del otro lado, a Paul Felder casi se le escapaba la lágrima. Dos maneras de vivir un mismo resultado. El neozelandés se llevó el triunfo por decisión dividida (48-47, 47-48 y 48-47) y después apuntó a "Justin Gaethje". Mientras, el estadounidense se mostró nervioso al escuchar al speaker. Después, triste, se quitó las guantillas. "¿Será tu último combate?", le preguntó el entrevistador. "Tengo una hija de cuatro años que sufre cada vez que paso por esto. No lo sé", apuntó. Es tiempo de reflexión para el de Philadelphia y de disfrute para el de Nueva Zelanda. Mira alto Hooker, aunque quizá el tiro es demasiado elevado en este momento.
El combate fue muy cerrado desde el inicio. Hooker, quién venía con inquina hacia su rival por burlarse de su apellido, fue cerebral y no dejó que su enfado se trasladase al octágono. Así salió a moverse para ir lanzando su jab desde lejos. Fue muy preciso en el primer asalto, lo mismo que en el tercero. En el segundo, Felder estuvo mejor, pero el round en el que mostró su potencial fue el cuarto. Llegó con las manos más claras. Hasta ese momento, Felder tenía un ojo casi cerrado y el rostro castigado. En el cuarto, la dureza se reflejó también en la cara del neozelandés.
La clave, por tanto, estaba en el quinto asalto. Hooker había mostrado más que movilidad y precisión. Intentó en varias ocasiones cerrar varias llaves y también meter presión contra la jaula. No habían sido letales, pero le habían ayudado en el devenir de los rounds. Lo mismo ocurrió en el asalto definitivo. Al golpe por golpe había igualad, pero "los derribos fueron de su parte", reconoció Felder al finalizar. Puso mas variantes técnicas Hooker y triunfó ante los suyos. También se vengó por las afrentas, aunque todo se olvidó cuando sonó la bocina por última vez. Y más todavía lo hizo el neozelandés con la emoción de Felder. Pudo ser su último baile.