Pollard y De Klerk o cómo dirigir el buldócer sudafricano
La bisagra Springbok ha brillado en este Mundial. De Klerk ha manejado a sus delanteros con maestría y Pollard se ha confirmado como un apertura de élite.
El rugby de trincheras que plantea Sudáfrica requiere una bisagra consistente. La tuvieron en el Mundial de 1995, con Joost Van Der Westhuizen en el 9 y Joel Stransky en el 10, y fueron campeones. La tuvieron en el Mundial de 2007, con Fourie Du Preez y Butch James, y fueron campeones. La han tenido en este 2019, con Faf De Klerk y Handré Pollard.... y han sido campeones del mundo.
El medio melé de los Sale Sharks ha manejado al pack de delanteros más poderoso del Mundial con una autoridad impensable hace no mucho. Se debut se produjo en junio de 2016, tiempos oscuros para los Springboks, y fue uno de los que tuvo que pagar el pato de aquel annus horribilis en el que perdieron 8 de los 12 partidos que disputaron. Tras ver una amarilla en el último partido de la temporada, derrota 27-13 ante Gales, se tiró más de año y medio sin volver a vestir la camiseta verde y oro, hasta el tour sudafricano de Inglaterra del año pasado, cuando Erasmus apostó por él empezó a forjar con Pollard la sociedad que ha encumbrado este Mundial.
El melenudo rubio (ha confesado que tiene más productos para el cabello que su mujer), de 1,72, 80 kilos y toneladas de mala leche, está en todas partes. Tal es su hiperactividad, que a veces le pasa factura en la toma de decisiones. Se le ha criticado el tamaño, en un equipo consagrado al músculo, y excesos en el pateo, pero lo cierto es que su juego al pie es básico en un equipo que busca continuamente jugar en campo contrario y su arrojo en el placaje (10 contra Japón, 35 en todo el torneo) es poco frecuente en un medio melé.
A su lado, Handré Pollard se ha confirmado como el apertura de élite que siempre apuntó a ser. El estilizado (1,89, 98 kilos) 10 de Somerset West ha terminado como máximo anotador del torneo, con 69 puntos, y desde este sábado es el jugador con más puntos en la primera parte de la final de un Mundial, 12, junto a Matt Burke, el zaguero australiano de la edición de 1999, así como el segundo que más ha anotado en total en un partido por el título, 22, sólo por detrás del propio Burke, con 25.
Pollard, que evitó una amputación tras sufrir una infección en el hombro derecho en 2016, lleva cargando con el sambenito de gran esperanza sudafricana desde que guiara a los Bokkes al título mundial sub-20 de 2012 y fuera nombrado en 2014 Mejor Jugador Joven, en la misma temporada de su debut con la selección nacional.
Cinco años y un Mundial después (ya estuvo en el de 2015), finalmente ha encontrado la horma de su zapato. En esta cita ha hecho daño con sus patadas, ha descosido líneas defensivas con su inteligencia, visión y sentido del espacio y se ha revelado como un activo más en el implacable engranaje defensivo de Sudáfrica, país que abandonará la temporada que viene tras seis años en los Bulls de Pretoria (con un pequeño paréntesis de tres meses entre 2015 y 2016 en el que jugó para los Red Hurricanes japoneses).
Los millones del Montpellier de Mourad Boudjellal, que le ha puesto una ficha cercana a los dos 'kilos', han tentado a un dignísimo nuevo capítulo en la estirpe de aperturas sudafricanos. Los Botha, Stransky, James o Steyn tienen un excelente sucesor.