Latynina: "Gané un Mundial embarazada de cuatro meses"
La gimnasta rusa se mantiene como la mujer con más medallas olímpicas (18), conquistadas entre los Juegos de Melbourne 1956 y Tokio 1964 . Recibió a As en su casa antes de viajar a Madrid.
Larisa Latynina (Jersón, Ucrania) es la reina de los Juegos Olímpicos. Ninguna mujer tiene más medallas que ella, que ganó un total de 18 (nueve oros, cinco platas y cuatro bronces) entre las citas de Melbourne 1956, Roma 1960 y Tokio 1964. Sobrevivió a la II Guerra Mundial, compitió por la URSS, dejó el legado de una gimnasia plástica y elegante y sólo Michael Phelps (que se retiró con 28 preseas) logró superar su récord. Un récord que le duró 48 años. Casi eterno. Como su gimnasia.
-Cumplirá 84 años en diciembre. ¿A cuántos jóvenes habrá servido de inspiración?
-Si he conseguido que muchos niños y niñas se hayan enamorado de la gimnasia, habrá sido estupendo. Me hace feliz. Pero sobre todo lo soy, y me siento muy orgullosa, cuando alguna madre pone el nombre de Larisa a su hija recién nacida por mí, porque a ella le serví de inspiración.
-¡Habrá miles de Larisas en Rusia, entonces!
-(Sonríe y se le iluminan los ojos) ¡No me he puesto a contarlas nunca! Además, miren, en griego, Larisa significa gaviota. Y la competición en mi honor que se organiza en mi escuela se denomina Golden Seagull (Gaviota de Oro). Es bonito, ¿no?
-Durante 48 años tuvo el récord de medallas olímpicas. Igualó ya en Roma 1960 las 12 que ganó Paavo Nurmi entre 1920 y 1928. Y en Tokio 1964 las superó. Hasta 1979, cuando un reportero checo le mostró un recorte con el ranking, usted no sabía que era la primera. Quince años después...
-Así es. ¡No lo sabía, no tenía ni idea! Y este récord fue mío durante 48 años. Nadie consiguió superarme en casi medio siglo. Aunque yo no hice nada especial para mantenerlo… simplemente competí en mi época y dejé ahí ese registro. Sin pensar más allá. Luego, en Londres 2012, Michael Phelps por fin consiguió romperlo…
-Y usted estuvo allí aplaudiendo a Phelps cuando ganó la medalla 19, ¿no?
-Sí, sí que acudí a la piscina cuando nadó el relevo (el 4x200 libre conquistó el oro). Pero, por cierto, de los cuatro competidores de su país fue él el que peor lo hizo (se ríe pícara, como si lanzara un dulce dardo). Entre sus medallas, hay muchas (doce exactamente) que las consiguió en relevos. Pero me gusta que haya podido surgir gente con tanto talento como para ser capaz de batir un récord que duraba tantos años.
-¿Le hubiera gustado entregársela?
-El protocolo del Comité Olímpico Internacional dice que sólo sus miembros pueden poner la medalla al cuello. ¡Todos los periodistas querían esa foto, pero la tradición es la tradición!
-¿Su infancia forjó su carácter ganador?
-Claro, sobreviví a la Gran Guerra. Y los años posteriores fueron muy duros. Pero el talento, la capacidad de ser un campeón, se lleva o no se lleva dentro. Recuerdo que, cuando jugaba, hacíamos carreras y si me veía por detrás me tiraba en plancha al suelo, hiriéndome incluso con el asfalto. ¡Pero mis manos cruzaban por delante la meta!
-¿Siempre pensó que debía ser la primera?
-No es exactamente así. Cuando salía a competir era con la idea de hacerlo siempre lo mejor posible. Trataba de recordar la última vez que lo había hecho bien. Mi entrenador, Alexander Mishakov, siempre me decía ‘Hazlo como lo sientes’. Si alguien lo hacía un poco mejor, pues a entrenar, entrenar y entrenar.
-¿Conoció el hambre?
-Sí, sí. Mi padre murió durante la guerra. Fue muy duro cuando mi madre y yo recibimos la noticia de que había caído cerca de Stalingrado.
-En el cerco de la ciudad por el ejército de Adolf Hitler.
-Eso es. Muchos años después, mi hija Tatyana fue de gira con su grupo de ballet a Volvogrado (Stalingrado pasó a llamarse así a partir de 1961). Visitó un monumento conmemorativo donde figura la lista de asesinados en esa batalla. Repasándola, leyó su nombre: Diriy Semyon Andreyevich. ¡Casi se cayó inconsciente! En aquel momento supimos que mi padre murió en la misma ciudad de Stalingrado, no cerca, defendiendo una fábrica de tractores.
-Y su madre, ¿cómo consiguió salir adelante?
-Ella murió mucho más tarde, cuando yo ya estaba en Moscú. Me vio competir y cumplió en mí un sueño. Ella no sabía leer ni escribir, no tenía educación y limpiaba casas. Cuando comencé a practicar gimnasia, también sacaba buenas notas. Y ella le dijo a mi entrenador: ‘Si baja las notas, saldrá de su gimnasio’. Y me gradué con medalla de oro. ¡Fue la primera, con los estudios!
-¿Y esa medalla de oro, la graduación con honores en el Instituto Politécnico Lenin, es de las que guarda con más aprecio?
-Sí, de las que más.
-Dicen las crónicas que su gimnasia era “belleza, gracia y coreografía”. Hizo de la gimnasia un arte. ¿Lo siente así?
-Yo me inicié en el ballet. Quería ser una gran bailarina. Durante muchos años, sentí envidia de ellas.
-¿Había celos en la gimnasia como dice que los hay en el ballet?
-En mi equipo siempre hubo unas relaciones muy buenas entre nosotras. Con algunas mantengo una gran amistad. Una de mis mejores amigas es Tamara Manina (doble campeona olímpica), que vive en San Petersburgo. Nos conocimos en 1953 (se ríe al recordarlo). También Lidia Ivanova, que estuvo conmigo en los Juegos.
-Se ve en vídeos en internet y, ¿qué le parecen ahora?
-Tengo impresiones muy variables. Ahora, la gimnasia se ha complicado muchísimo. Pero me hace feliz que la Federación Internacional tomara la decisión de puntuar por un lado la dificultad y por otro la ejecución. Eso permite que se valore más la expresión. Siendo entrenadora del equipo nacional, siempre incidía en este aspecto y muchos me lo echaban en cara.
-Hablando de dificultad, ¿qué me dice de Simone Biles?
-Tiene unas capacidades innatas. Sus saltos son impresionantes. Sus acrobacias. Pero… también es humana. Antes del último Mundial de Doha todo el mundo pensaba que nunca fallaría, y se cayó dos veces. Las debilidades humanas existen.
-¿Cree que ella le superará en medallas olímpicas?
-(Se pone seria). Bueno, a ver, a ver…
-Cuando volvió a su casa de Jersón tras Melbourne 1956 regaló una de sus medallas a su entrenador en la escuela, Mikhail Sotnichenko. ¿Por qué?
-Sin el amor que me transmitió a la gimnasia, yo nunca las habría conseguido. Lo merecía.
-Ya estaba casada y con 21 años logró seis medallas en Melbourne 1956. Ahora es imposible ver a una deportista casada a esa edad...
-¡Bueno! Entonces era normal. Sofia Muratova también lo estaba. ¡Éramos más maduros que los deportistas actuales!
-En 1958 descubre que está embarazada y compite de cuatro meses en los Mundiales de Moscú. En secreto. Ganó cinco oros y una plata. ¿Le obligaron a salir o fue elección suya?
-¡No me obligaron, nadie lo sabía! Ni el doctor del equipo ni el entrenador. Sólo lo conocía un ginecólogo, que me dio el visto bueno para participar. Cuando gané el campeonato, enseguida salí a llamarle y cuando me cogieron el teléfono en su despacho en Kiev, me dijeron que había muerto una semana antes. Fue muy triste. Mi marido también lo sabía, claro.
-¿Cómo consiguió compatibilizar la maternidad y la gimnasia de alto nivel? Entonces no habría muchas ayudas…
-Yo tuve la de mi madre y la de mi suegro, porque tenía que salir a entrenar y competir fuera muy a menudo. No me costó demasiado. No me quejo.
-Se retiró en el Mundial de Dortmund 1966 con 32 años. ¿Cómo pudo aguantar tanto?
También se empezaba más tarde en el alto nivel, casi a la edad en la que algunas se retiran ahora. Me gradué en Educación Física y recibí una oferta para dirigir el equipo nacional ruso. Fui la jefa en México 1968, Múnich 1972 y Montreal 1976 y mis chicas consiguieron diez medallas de oro.
-¡Hay que sumárselas!
-(Carcajada). No, no. Yo sólo era su guía. Las que se entrenaban muchísimo eran ellas.
-¿Qué supuso la aparición de la rumana Nadia Comaneci en Montreal 1976 para la Unión Soviética? Rompió su dominio y a usted le costó el puesto.
-Sí. ¡Pero la gente con talento puede nacer en cualquier país! Traté de explicárselo a los directivos, pero no lo entendieron.
-¿Se sintió un poco traicionada en ese momento?
-Al principio sí, pero enseguida fui invitada a formar parte del comité organizador de los Juegos de Moscú 1980 y eso me permitió aprender otras cosas: construcción de gimnasios, equipamientos, todo muy interesante…
-¿El deportista recibía premios en la antigua Unión Soviética que le permitían vivir mejor?
-Percibíamos una beca especial para que pudiéramos alimentarnos bien. Y cuando fui campeona olímpica y tuve a mi hija, también me dieron un apartamento. ¡Pero es ridículo si lo comparamos con lo de ahora!
-¿Se imagina la cantidad de dinero que podría haber ganado?
-¡Ohhhhhh! Sí, sí. Pero no sé si es del todo bueno que ganen tanto. A veces los gobiernos dan demasiado a sus deportistas, acortan sus carreras cuando reciben dinero y se portan un poco mal…
-Usted vivió la Guerra Fría en el deporte. ¿Cómo fue aquello?
-Prácticamente no lo sentíamos. Llegamos a competir incluso en Estados Unidos, y no pasó nada. Nunca me impusieron el lema: ‘Sólo vale la victoria’. Sí puede ser que esa presión se trasladara a los entrenadores.
-¿Cómo ve ahora los boicots de los Estados Unidos a los Juegos de Moscú o de Rusia a Los Ángeles 1984?
-No fue justo. Porque los deportistas se entrenan y sacrifican la mayor parte de su vida por los Juegos. No fue correcto, ni para un lado ni para otro.
-¿La política ha jugado demasiado con el deporte?
-Desgraciadamente, sí. Pero pensemos en que eso ya no va a volver…
-¿Y cuando viajaba fuera le daba tiempo a ver otras ciudades, a sentir cómo se vivía en otras sociedades?
-Lamentablemente, poco. Pero fíjense, en un viaje a Estados Unidos Tamara Manina y yo convencimos a todo el equipo para hacer una salida y visitar el Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York. ¡Muchos no lo entendían! Decían que era malo. Estuve viendo con Tamara esos cuadros tan extraños para nosotros… Esos juegos de líneas y colores.
-¿Qué le pareció Nueva York?
-Subimos al Empire State y, mirando hacia abajo y con tanto rascacielos, perdone pero lo que me pareció es que debajo tenía un cementerio (se ríe). Esa fue mi primera impresión.
-Federico García Lorca, escribió 'Poeta en Nueva York' veinte años antes y también veía la ciudad como algo así, deshumanizado…
-¿De verdad? No se puede comparar con Madrid y Barcelona. Ciudades impresionantes, me encantan.
-¿Cuál es su deportista actual favorito?
-(Se lo piensa mucho) Francamente, no sabría decirle nadie en concreto. Me gustó mucho la gimnasta holandesa que ganó el campeonato mundial. Muchísimo. Es muy complicado lo que hace. (Se refiere a Sanne Wevers, que en los Juegos de Río se impuso a Simone Biles y Laurie Hernández en barra).
-¿Y tenistas, atletas, futbolistas…?
-Me gusta mucho el tenis. Comencé tarde a verlo y a jugarlo. Y conocí a mi marido cuando comenzó a enseñarme a jugar en una casa de campo. Ahora me he alegrado mucho del triunfo de Sascha Zverev en el Masters, que tiene sangre rusa y fue capaz de superar a Novak Djokovic.
-¿Quién ha sido el más grande de la historia?
-(Se lo piensa un rato). ¡No son pocos! Es muy difícil. Mire, en 2010, el COI organizó una gala en Viena, a la que asistí, para elegir a los mejores deportistas del Siglo XX. Yo estaba allí con mi familia, seguros de que recibiría ese premio con 18 medallas. Pero la preparación de este evento se gestó durante un año. Nuestra jefatura no se tomó en serio el asunto y sí lo hicieron los representantes de Nadia Comaneci. Así que fue anunciada como mejor atleta y gimnasta del siglo… por delante de mí y de Vera Caslavska. Nadia tenía un gran talento. ¿Pero fue la mejor del Siglo XX?
-Por último, ¿qué le parece el Premio Leyenda de As, tantos años después y tan lejos?
¡Es tan agradable, no se lo imaginan! Se lo agradezco muchísimo a toda la gente que recuerda, aprecia y valora mis logros.
-Porque quizá, hasta que no estuvo Michael Phelps con la posibilidad de batir su récord en Londres 2012, usted no había recibido el reconocimiento debido a sus 18 medallas…
-(Se ríe) Así es. Estoy muy agradecida a todos los que han escrito sobre mí, y toda la información que hay ahora en internet. Pero hay muchos deportistas talentosos.
-Usted es una leyenda…
-¡Bueno! Lo primero que se mira para pensar en los más grandes es en su número de medallas. Pero hay deportes en los cuales no puedes ganar tantas en una sola edición. Por ejemplo, vean el caso de Irina Rodnina (patinadora artística). Fue a tres Juegos y consiguió tres oros. ¡Pero no podía conseguir más! Tuve mis oportunidades, y las aproveché.