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Super Bowl LII

El camino de los New England Patriots a la Super Bowl LII

Lo que comenzó como una sorprendente pesadilla en septiembre fue cambiando hasta convertirse en el aplastamiento de cada temporada.

El camino de los New England Patriots a la Super Bowl LII

Qué lejos queda septiembre de 2017. Qué lejos, en concreto, el siete de septiembre. Parece mentira que después de tanto tiempo... aún se pueda dudar de los New England Patriots en algún momento. Y lo hicimos. No, no os hagáis los duros, que lo hicimos.

El partido inaugural de la temporada en la NFL vio a los campeones asomarse a su Fóxboro querido para ser agasajados por los suyos en celebración del anillo de 2016 y, ya de paso, comenzar a pelear por el sexto título de la franquicia. Enfrente estaba un enemigo conocido, los Kansas City Chiefs. Conocido, sobre todo, por no poder plantarse delante de los Patriots y actuar más que como comparsa final.

No sucedió así. El equipo de Andy Reid, con un rookie desconocido llamado Kareem Hunt corriéndolo todo, por todas las esquinas, y Alex Smith en un partido de notable eficiencia y más notable aún brillantez, con un Justin Houston en papel estelar, asaltó la cueva del lobo y se llevó el trofeo a casa. ¿Sorpresa, malestar, sobrerreacción? Sí, sí  y sí.

Más lejos aún que septiembre queda julio, cosa que estoy seguro que ya sabíais. Entonces a los New England Patriots no se les pedía ganar: se les pedía una temporada perfecta. Que el equipo campeón se había pasado la offseason cambiando elecciones del draft por jugadores contrastados, como Brandin Cooks, y gastando con suficiencia en la agencia libre, como con Stephon Gilmore. Más favoritos que nunca, con las apuestas a su favor con avaricia. La derrota ante los Chiefs, hoy anécdota, fue relevante. Sí.

Más aún si la sumamos a la que, en la semana cuatro, tuvieron contra los Carolina Panthers. El récord se les ponía 2-2. Lo peor era que a ningún rival habían podido dejar por debajo de los 20 puntos, que parecía sencillo hacerles más de 30 y que la línea ofensiva dejaba lagunas de tamaño reglamentario. No era sólo perder dos partidos en un mes: era el cómo.

Fue el final de las bromas. Desde ese momento hasta hoy los New England Patriots tan sólo perderían un partido, una extravaganza en Miami contra los Dolphins que resulta difícil de explicar de manera racional, en la que les falló todo, empezando por el plan de juego.

Pero lo relevante se puso en orden. La línea ofensiva, como suele ocurrirles, fue cogiendo vuelo a lo largo del año hasta encontrar un lugar de solidez remarcable. La defensa pasó de porosa a muro de carga de manera gradual. Que dejaron, por ejemplo, a los Atlanta Falcons en siete puntos.

La demostración de que estábamos ante los New England Patriots de siempre se concretó en el partido contra los Pittsburgh Steelers de la Semana 15, y con el primer puesto de la AFC en juego. Un puesto que luego iba a ser clave para meterse en la Super Bowl LII porque, como ha quedado dicho en numerosas ocasiones, van cinco años seguidos en los que los equipos que juegan las finales de conferencia en casa las ganan.

En ese encuentro, jugado de poder a poder, el resultado se decidió en la jugada final, una intercepción a Ben Roethlisberger en la end zone, pero la historia se fijará más en la recepción/no recepción de Jesse James, el tight end de los Steelers, que hubiese dado el triunfo a su equipo. Es decir: jugado de poder a poder, en campo ajeno, con jugadas al límite que caen de su lado. Sí, huele a los New England Patriots.

13-3 por récord, bye en la primera ronda de playoff y a por enero. En la ronda divisional se encontraron a los Tennessee Titans en el partido más olvidable de toda la postemporada 2017. No porque los Patriots no hicieran todo lo que debían, y fueran excelentes, que lo hicieron y lo fueron, sino porque enfrente tuvieron muy poca cosa.

Muchísima más miga tuvo la final de la AFC, en la que los Jacksonville Jaguars les llevaron hasta el borde del precipicio. Con un plan de juego conservador en ataque y agresivo en defensa, los de Doug Marrone se pusieron por delante, dieron un repaso en la primera mitad que dejó Fóxboro helado y tuvieron aquí y allá dos o tres jugadas para sentenciar. Y no. Los Patriots se la jugaron por completo en ataque y defensa, cambiaron sus planes para saltar al vacío, a tumba abierta, Tom Brady dio un recital, Danny Amendola se convirtió en Rob Gronkowski y sobre la bocina, como siempre, se metieron en la Super Bowl LII.

La temporada no empezó como esperaban, como esperábamos, puede que el desarrollo fuera un poco más accidentado de lo previsto. Lo que es seguro es que el final, hasta ahora, es exactamente lo que cabría esperar de los New England Patriots. Su recorrido es del todo ajustado a quienes son. Es por eso que en la gran final sólo se puede esperar una cosa.

¿No?