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Sam Bradford, los sambenitos y la historia del Ave Fénix

Iba conduciendo hacia la redacción del periódico dándole vueltas a un artículo sobre Sam Bradford cuando al llegar me he topado con la dura realidad de que León ya ha escrito sobre el asunto. En un primer momento pensé en dejarlo correr y escribir sobre otro temas, pero al final he preferido no leer el de León hasta después de escribir el mío. ¿Que decimos lo mismo? Pues mala suerte, lo dejáis de leer cuando os aburráis y aquí paz y después gloria. ¿Que decimos lo contrario? Ayudará aún más a que os forméis vuestra propia opinión.

Sam Bradford fue elegido por los Rams con el número 1 del draft de 2010. No fue una elección desesperada como las que hemos visto los últimos años. Corrijo, en realidad sí lo fue si pensamos que su quarterback titular había sido Marc Bulger desde la marcha de Warner. La diferencia es que todos los analistas sí que veían en él una gran estrella futura de la NFL. No era un elección de quarterback llena de ‘peros’ e interrogantes. Todos los vaticinios apuntaban a que se comería el mundo.

Un inicio en los Rams que ni fu ni fa

Desde el primer día le critiqué muchísimo. Una barbaridad. No porque lo hiciera mal, sino porque era profundamente insípido. Era un quarterback que no trasmitía nada, del que era complicadísimo sacar un vídeo de ‘highlights’ como Dios manda. A un número 1 del draft hay que pedirle mucho más que seguridad y honestidad. También debe ser brillante. Y más si había firmado un contrato estratosférico, el más alto con diferencia de un novato hasta ese momento.

Sin embargo, me sorprendió la defensa numantina que hacían de él todos los aficionados de los entonces St Louis Rams. Siempre hay que aplicar un coeficiente de reducción a las opiniones de los aficionados de los equipos, que ante la duda suelen ver el vaso medio lleno, justifican las decisiones del equipo de sus amores con argumentos que solo ellos se creen aunque sean peregrinos y suelen defender lo indefendible.

En el caso de Bradford esa defensa tenía un matiz. No solo estaba llena de argumentos mucho más sólidos de lo normal, también se extendió durante los cinco años que el quarterback estuvo en el equipo. Incluso cuando su marcha era inevitable después de que Bradford, eternamente lesionado, se perdiera más de la mitad de la temporada 2013 y completa la 2014, los seguidores de los Rams aceptaban el hecho con resignación y frustración. Aunque parecía inevitable que se tenía que marchar por un cúmulo de circunstancias, hubieran recibido encantados la noticia de su continuidad.

Pese a todo, en St Louis hubieran seguido con él

Por hacer un resumen, los seguidores de los Rams decían que a Bradford no había que valorarle por unos números que obviamente no eran espectaculares, ni por unas grandes jugadas que brillaban por su ausencia, sino por cómo era capaz de sobreponerse para mover un ataque prácticamente sin armas. Para que os hagáis una idea, el mejor receptor que Bradford tuvo en su etapa en los Rams fue Amendola, que tenía la misma manía de Bradford de estar siempre lesionado. Otro argumento era que nunca tuvo una buena OL. La pesadilla que Bradford vivió el año pasado en Minnesota no fue nueva para él. Ya la había sufrido en sus cuatro años en St. Louis. Además, los seguidores del equipo recordaban que Bradford tuvo que aprender un sistema nuevo prácticamente cada año dentro del caos que era el staff del equipo. Eso provocó que nunca acabara de asentarse en un sistema. Por último, su aparente fragilidad se explicaba en la avalancha de golpes que sufría en cada partido, digna de un combate de boxeo.

Así, mientras el resto de la NFL le había colgado a Bradford un buen número de Sambenitos, en los Rams tenían muy claro que nada de eso era del todo cierto. Pese a todo, el criterio de la mayoría fue el que caló en el imaginario popular, y para el común de los mortales Bradford quedó como un quarterback fracasado que se rompía con mirarle.

Un esperanzador fin de etapa en los Eagles

Tuvo una ‘última’ oportunidad en los Philadelphia Eagles en 2015, pero era como un pulpo que no pintaba nada en el garaje de Chip Kelly. Por las características de Bradford, parecía incompatible con el estilo del entrenador y rápidamente quedó demostrado. Pese a todo, fue en Philadelphia donde empezamos a ver la resurrección de Bradford. Durante el último mes de competición Kelly estuvo en el alambre y por fin fue despedido. En esos partidos finales, el equipo se dejó de inventos y practicó un football mucho más ortodoxo en el que Bradford se lució de verdad mostrando una gran seguridad en sí mismo, capacidad de improvisar, de dar cualquier tipo de pase desde el pocket, leer el campo con eficacia… Pareció que esos últimos partidos valieron a los Eagles para confiar en él una temporada más en un nuevo proyecto, pero terminó por ser traspasado a los Vikings que tuvieron que vender el alma por él tras la lesión de Bridgewater. Entonces ya nadie se acordó de esos últimos partidos y volvieron a emerger los sambenitos que siempre le han perseguido.

Una ¿mala? Temporada en los Vikings

Como sabéis, discrepo de la opinión de la mayoría. Creo que Bradford hizo en 2016 una muy buena temporada en los Vikings. La visión mayoritaria es que jugó para él, completando pases inútiles e intentando resucitar su carrera hinchando estadísticas de la peor manera posible (otra vez con todos sus sambenitos sacados a pasear). Yo creo que completar el 71,6% de los pases, por mucho que arriesgara lo mínimo indispensable y solo consiguiera 7,0 yardas por intento (Matt Ryan completó el 69,9 con 9,3 por intento), es algo sobresaliente. Quizá no fuera para tanto en otras circunstancias, pero Bradford jugó en un equipo al que acababa de llegar y en el que por enésima vez tuvo que aprenderse el sistema en tiempo récord, actuó detrás de una OL inexistente, sin backfield, con un cambio de coordinador ofensivo mediada la temporada, le partieron la cara sin parar… En realidad, las defensas sólo tenía que preocuparse de cerrarle las rutas de pase y cazarle ante un sistema previsible que no tenía otra solución que encomendarse a lo que hiciera su quarterback. Podía haberse conformado con salir vivo del emparrillado cada domingo, pero intentó con todas sus fuerzas mover un ataque sin recursos hasta el final.

Por primera vez en su carrera tiene casi todo a favor

Este año, Sam Bradford juega, por primera vez en su carrera, con casi todo a favor. No ha tenido que aprenderse un sistema nuevo ni acoplarse a un nuevo esquema. Tiene en Stefon Diggs, Adam Thielen y Kyle Rudolph un grupo élite de receptores a los que además conoce. Aparentemente, Dalvin Cook le da empaque a un backfield que va a asustar a las defensas rivales. Y sobre todo, no tiene nada que perder. Por eso sigo empeñado en que si la línea ofensiva de los Vikings simplemente cumple, y no vuelven a acumularse las lesiones, los de Minnesota son un serio aspirante incluso al anillo.

Aún está por ver que Sam Bradford mereciera ser elegido como número 1 del draft, pero estoy seguro de que a sus 29 años, y si le respetan las lesiones, no solo demostrará que sí merece ser considerado al menos un primera ronda del draft legítimo, también tendrá una fructífera y larga carrera en unos Vikings con un ataque temible conducido por un gran quarterback. Seguro que pensáis que este es el típico artículo de sobrerreacción, pero creo que Bradford nos acostumbrará este año a repetir actuaciones tan maravillosas como la que protagonizó ante los Saints. Ese fue por fin el Sam Bradford de verdad y no hay en la NFL muchos quarterback capaces de jugar a ese extraordinario nivel.

Aunque viendo su historia y sambenitos, ahora es cuando se lesiona en el próximo partido para toda la temporada y yo me hago una ensalada con los folios de este artículo. Veremos.