Pittsburgh Penguins y Nashville Predators, una final de opuestos
La lucha por conquistar la Stanley Cup comienza esta noche con dos equipos, que no pueden ser más diferentes, a la caza del preciado trofeo.
Una de las narrativas que más parece gustarnos en los medios de comunicación es la del choque de estilos en las grandes finales. Desconozco si se trata de algo que vende, que llama la atención, o que somos tan simples que tiramos de los clichés establecidos con tanta asiduidad que ya no sabemos vivir sin ellos. Cada vez que leo algo como "dos equipos opuestos en todo" me echo a temblar, porque me parece que estoy ante un argumento precocinado y que apunta a cierta vaguería.
Queridos amigos, os voy a hablar de la final de la NHL, esa que otorga la prestigiosa Stanley Cup, como un choque de estilos, como el duelo de dos equipos opuestos en todo. Porque lo creo y porque no me da miedo caer en mis propias contradicciones si, como es el caso, considero que el cliché es absolutamente cierto de cabo a rabo.
Pittsburgh Penguins y Nashville Predators inician hoy un viaje que les puede llevar, por un mínimo de cuatro partidos y un máximo de siete, a concluir una campaña histórica que quedará grabada para siempre en las retinas y corazones de sus seguidores. Pero lo hacen desde posiciones alejadas en escala sideral.
Pittsburgh Penguins
Los Penguins. Los actuales campeones. Una franquicia histórica. Aspiran a su quinta Stanley Cup. La segunda consecutiva. Las dos primeras las ganaron a principio de los años 90, en la era del gigantesco Mario Lemieux, uno de los mejores jugadores de la historia del hockey sobre hielo.
Sidney Crosby, gran capitán y héroe de este grupo, junto a su inseparable Evgeni Malkin, están a la puertas del que sería su tercer triunfo absoluto de su era, lo que les pondría incluso por delate de Lemieux en el imaginario colectivo de Pittsburgh y, sobre todo al primero, a las puertas de los debates de cómo de grande ha sido su carrera y si estamos ante uno de los más grandes que jamás han patinado en la NHL.
Un equipo con pedigrí y que juega al ataque, que ha batido a los Washington Capitals, grandes rivales en la conferencia Este, en la segunda ronda de los playoffs y que tiene acomodo en el Olimpo, no entre los mortales.
Nashville Predators
Los Predators. El #8, y último, en el cuadro de los playoffs de la conferencia Oeste. Fundados antes de ayer, en 1998. Ya no es que no tengan ningún título, sino que es la primera vez que se asoman a la final. Encima de Nashville, Tennessee, con unas medias de temperatura más parecidas a Madrid que a Oslo, desde luego, donde eso de patinar sobre hielo era visto hasta hace nada como una excentricidad.
Concepto clave: hasta hace nada.
Porque lo que se ha vivido en la ciudad, en el estado, con los Predators en estos playoffs ha sido una locura. Una zona de Estados Unidos muy poco relacionada con el éxito deportivo ha encontrado en esta banda de agresivos desarrapados y pegadores patinadores la razón por la que volverse locos. Los partidos en casa de los Predators son una fiesta absoluta. Una locura. Tienen a toda su comunidad con ellos. Media plantilla de los Tennessee Titans, de la NFL, ha acabado por hacer del Bridgestone Arena su segunda casa y no hay estrella del country que no haya pasado por allí los últimos dos meses.
Tiran bagre a la pista antes de empezar, están orgullosísimos de ser un equipo defensivo que es todo intensidad, garra y, claro, bofetadas. Aquí no hay lugar para la lírica. Son puro rock and roll.
Por todo, y perdonad de nuevo, la final de la NHL de esta temporada es un choque de estilos, el duelo de dos equipos opuestos en todo. Y bien que me parece. Ah, sí, no me voy sin jugármela: Pittsburgh Penguins en siete partidos.