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Historia de la NFL

La muerte sobre el terreno de juego en la NFL

A pesar de tratarse de un deporte fundamentado en el contacto, sólo ha habido un fallecimiento sobre el emparrillado, el de Chuck Hughes.

El legendario Dick Butkus contempla la dramática escena de un Chuck Hughes que yace sobre el terreno de juego y que moriría en el hospital una hora más tarde.
© Bettmann/CORBIS

Antonio Puerta, Reggie Lewis, Raymond van Schoor, Tom Simpson, Bill Masterton, Stefano Casiraghi, Marco Simoncelli, Ayrton Senna, Dale Earnhardt, Pascal Terry, Tolo Calafat, Hans Horrevoets, Lars-Erik Torph, Frankie Campbell, Ryan Shay, Valdimir Smirnov, Sergo Chalibashvili, Fran Hayes o Kurt Meier…todos ellos deportistas de élite en cada una de sus categorías, todos ellos fallecidos durante la práctica de sus deportes. Fútbol, baloncesto, cricket, ciclismo, hockey hielo, offshore racing, motociclismo, Formula 1, Nascar, París-Dakar, alpinismo, travesías oceánicas, rallyes, boxeo, atletismo, esgrima, salto, equitación o incluso ajedrez… pocos son los deportes que no han tenido que lamentar la muerte de alguno de sus deportistas. Y hablo de decesos durante la competición o el entrenamiento, porque la lista de fallecimientos como consecuencia de la práctica de un deporte sería interminable.

Huelga decir que la tasa de mortalidad oscila severamente atendiendo al tipo de actividad deportiva. Es necesariamente más elevada en deportes de motor que en el tenis de mesa, y considerablemente más reducida en el volley-playa que en deportes de contacto. Al hilo de esto último, y dejando al margen las disciplinas deportivas de combate, especialmente el boxeo y sus variantes, desde la Ultimate Fighting hasta las artes marciales regulares y mixtas, no hay deporte, no ya en el que el contacto sea más violento, sino que se analice, se premie y se estimule el impacto físico, como en el fútbol americano. El tackle es una ciencia y, consecuentemente, se estudia, se entrena y se gratifica. Una media de cien impactos se suceden en cualquier partido de football. Morris Badgro, lineman de los Giants en 1927, media 6,0 pies y pesaba 190 libras. Alan Page, primer jugador defensivo galardonado con un MVP, en 1967 pesaba 245 libras y medía 6.4; Haloti Ngata, a pesar de sus 335 libras y sus 6.5 de altura, recorre 40 yardas en apenas 5 segundos…

Yo soy de letras puras, pero no me cuesta mucho comprender que la creciente masa muscular de un defensive back combinada con las extraordinarias velocidades que hoy alcanzan puede generar hasta 1600 libras de fuerza, con incrementos de fuerza G en los cascos de los jugadores de entre 30 y 60 G, que son absorbidas - los investigadores valoran la capacidad de absorción de impactos con una métrica llamada G-Max- por el encajador del tackle, que en ocasiones puede ser otro armario ropero, pero también un receptor, corredor o pasador con 30 o 40 libras menos de peso o, sencillamente, un desvalido y liviano kicker o punter. Pues bien, a pesar de estas incontrovertibles evidencias derivadas de la aplicación de leyes físicas, en el gridiron, y sobre un emparrillado, sólo ha habido que lamentar la muerte de un jugador profesional de la NFL en toda la historia de esta competición. Y reitero, sobre el terreno de juego. Si quieren en otro artículo hablamos de las devastadoras consecuencias de las conmociones cerebrales en jugadores retirados o de los jugadores fallecidos estando en activo, mas no sobre un terreno de juego (el gran Derrick Thomas, por poner sólo un ejemplo significativo). Pero en esta entrada no.

Un balance tan asombrosamente magro de fallecimientos durante la competición o el entrenamiento en un deporte tan extraordinariamente rudo, en el que tanto el juego ofensivo como el defensivo pivotan sobre el golpeo, la intercepción y el bloqueo del contrario, nos debe llevara a considerar algunos elementos nucleares de este juego: de una parte, el descomunal esfuerzo e inversión de los responsables de la competición en investigar, diseñar e implementar las más avanzadas medidas de protección física del jugador - durante un tackle, el acolchado de espuma viscoelástica de las protecciones, que fue diseñada por la NASA para proteger a los astronautas de las fuerzas G durante el despegue, conserva su forma mejor que la espuma convencional, rebotando inmediatamente después de los golpes, comprimiendo y absorbiendo la energía y reduciendo la velocidad del impacto-, así como en el desarrollo de protocolos de seguridad durante los partidos, como en pocos deportes se advierte.

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De otra parte, en el no menor esfuerzo en la preparación física de estos deportistas, verdaderos superdotados, capaces no solo de saber encajar impactos descomunales, sino instruidos muscular y mentalmente para recuperaciones sencillamente milagrosas. Cada vez que veo a Big Ben levantarse tras un hit y a cualquier futbolista desplomarse espasmódicamente después de sentir el roce de una rodilla, me deprimo.

Finalmente, y salvo los descerebrados que confirman cualquier regla, el football es un deporte noble. De otra forma, no habría roster que aguantara ni media temporada.

El tristemente fallecido Chuck Hughes.
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El tristemente fallecido Chuck Hughes.

Hoy por tanto toca honrar la memoria de Chuck Hughes, único jugador que perdió la vida sobre un campo de juego de la NFL. Nacido en Filadelfia el 24 de marzo de 1943, pronto él y sus trece hermanos se mudaron a la localidad texana de Abilene, en cuyo instituto el joven Hughes, a pesar de no ser especialmente alto, ni rápido ni fuerte, comenzó a destacar en los Eagles locales, lo que le valió ser captado por el programa de football de la Universidad de Texas-El Paso, los Miners, en donde su inteligencia en la búsqueda de rutas (una suerte de Wes Welker de los sesenta), le permitió dejar un notable legado en forma de records: mayor número de yardas en un solo partido, 401 en 1965 contra North Texas State; mayor número de recepciones en un solo partido, 17, frente a Arizona State en 1965 o mayor yardaje por partido en una temporada. Huelga decir que su camiseta está retirada y cuelga en el UTEP Athletics Hall of Fame desde 2006.

El 14 y 15 de marzo de 1967, el Gotham Hotel de la Quinta Avenida con la 55 de Nueva York (actual Peninsula Hotel), acogió el primer draft conjunto de la AFL-NFL tras el Merger firmado en 1966. Y en ese draft, Hughes era uno de los prospectos elegibles. Un draft por cierto, inolvidable, pues al margen de que el número 1 de la elección fue el legendario Bubba Smith –cómo olvidar a Moses Hightower de Loca Academia de Policía-, aquel draft fue el de Hall of Famers de la talla de Bob Griese, Floyd Little, Alan Page, Gene Upshaw, Lem Barney o Willie Lanier. En la cuarta ronda y con el pick 99, Filadelfia seleccionó a Hugues como primera opción para cubrir el puesto de receptor, franquicia en la que permaneció tres temporadas.

Su rookie season puede decirse que fue inédita: dos fumbles en su casillero. Y es que aquella primera temporada tenía por delante en el roster a un intratable Ben Hawkins y a un Gary Ballman que aún era capaz de acumular casi setecientas yardas de las de antes, cuando los quarterback no eran intocables y el pass interference era poesía.

En la siguiente temporada, Hughes tampoco entró en los planes ofensivos de Kuharich, y con tan solo dos titularidades (el primer partido en casa, frente a Giants, el 22 de septiembre de 1968 y en la décima semana, ante Redskins, el 10 de noviembre del mismo año) su saldo fue de unas magras 39 yardas en otra temporada nefasta para los Eagles, con un balance final de 2-12 en la Capitol Division.

El cambio de entrenador en la siguiente temporada, no sólo no modificó el status de Chuck, sino que lo empeoró. Jerry Williams relegó al absoluto ostracismo a Hughes, lo que provocó la salida del jugador de la franquicia de Pensilvania y su firma por los Lions en la temporada de 1970.

En la franquicia de Michigan, por entonces dirigida por la gloria local Joe Schmidt, las cosas pintan bien para Hughes, que en esa primera temporada comparece como titular en nueve de los trece encuentros de la fase regular, acumulado 162 yardas, con una media de 20.3 por recepción. El conjunto de Detroit alcanza la postseason por vez primera desde 1958, cayendo en el divisional ante los Boys por un socceriano 5-0 (un field goal y un safety sobre Greg Landry).

Chuck inicia la siguiente temporada en Motor City con los ánimos renovados y con una edad, 28 años, plena de madurez y experiencia, interviniendo tanto en la unidad ofensiva como en los equipos especiales. En la semana sexta de competición, la franquicia de Schmidt luce un balance de 4-1 y las expectativas son optimistas de cara a la postseason. En esa jornada de Monday Night Football, el venerable Tiger Stadium de la avenida Trumbull se prepara para acoger a los Bears del espeluznante Dick Butkus, uno de los tres mejores linebackers de la historia de la NFL. Un Lions-Bears es un monumento del football, no en vano, estas dos franquicias históricas se venían enfrentando desde 1930, cuando los Lions eran los Portsmouth Spartans.

Aquel lluvioso y ventoso 24 de octubre, Hughes no compareció sobre el terreno de juego hasta bien entrado el cuarto periodo, cuando su equipo perdía 28 a 23, tras el último touchdown de Bobby Douglass. A falta de dos minutos para el final del partido, Larry Walton, el receptor titular local se lesiona, y Hughes salta al campo para jugar el último drive de su equipo. En la primera jugada de la secuencia ofensiva, Hughes atrapa un pase de Greg Landry para 32 yardas, que otorga a los Lions un primer down crucial a falta de un minuto y veintiséis segundos para el final.

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Los dos siguientes snaps se saldan con sendos pases incompletos, cuando Hughes, recuperando su posición en el huddle, súbitamente, y tras echarse mano al pecho, se desploma sobre la yarda 15 de los Bears. Los jugadores de Chicago especulan con que esté simulando una lesión y le instan a que no pierda tiempo y se levante. Hay otros que, viendo al temible Butkus cerca de él, piensan incluso que le ha recetado uno de sus monstruosos placajes. Pero el fenomenal linebacker no le ha tocado un pelo a Hughes. Más al contrario, es el primero en darse cuenta de la gravedad de la situación, pidiendo auxilio a la banda de manera inmediata.

Los doctores de Lions, Guise y Thompson, y el doctor Eugene Boyle, un anestesista de Gross Pointe que estaba en las gradas ese día, corren hacia el jugador y advierte horrorizados que el jugador está adquiriendo el característico tono azulado propio de la deuda de oxígeno, iniciando sin solución de continuidad las maniobras de reanimación sobre el mismo césped del Tiger Stadium ante una paralizada y estremecida afición que no puede creer lo que esta presenciando. Sin recuperar la consciencia en ningún momento, Hughes es trasladado al Henry Ford Hospital. El marcador se queda parado a falta de sesenta y dos segundos y el único sonido en esa parte de Detroit es el de la sirena de la ambulancia.

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Mientras, los dos equipos, abatidos, desgranan los segundos restantes de juego prácticamente deambulando sobre el césped, a la vez que los 55.000 espectadores de aquel lunes, en un impresionante silencio, abandonan incrédulos el estadio. Los jugadores, una hora después, recibían la confirmación de la fatal noticia en el vestuario, desencadenándose escenas dramáticas ente sus compañeros. Tras la autopsia, se diagnosticó un cuadro de trombosis coronaria aguda, provocada por el endurecimiento prematuro de las arterias. La naturaleza le había dado a Hughes el corazón de un hombre de sesenta años. Chuck, al inicio de la temporada se había quejado de un leve dolor en el pecho y tras un examen rutinario, se le autorizó a jugar. En este sentido, su viuda Sharon demandó a los Lions, al Hospital Henry Ford y a varios médicos por negligencia con resultado de muerte, transando las partes de manera extrajudicial. La camiseta número 85 del Chuck cuelga hoy del Ford Field –la familia de Hughes dio permiso a Kevin Johnson en 2005 para usar el dorsal-, y anualmente se entrega el Chuck Hughes Most Improved Player Award en su memoria.

En noventa y seis años de historia de una competición extraordinariamente física, un solo fallecido sobre un terreno de juego y, nótese, no a raíz de un impacto, sino fruto de una dolencia cardiaca congénita. Es una estadística que dice mucho de la previsión, atención, seguimiento, preparación y cuidado que se dispensa a los profesionales de este durísimo y maravilloso deporte. Ojalá que Chuck siga siendo el único.

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¡Feliz Navidad a todos!