Ruth Beitia toca el cielo: ¡oro!
La cántabra logró el oro tras saltar 1,97 metros. Beitia le da a España la 14ª medalla en estos Juegos Olímpicos de Río, la séptima de oro.


¡Siiiiií, siiiií!”, gritaba enloquecida Ruth Beitia, mientras corría espoleada por la gloria desde la colchoneta de altura de Río a la grada en la que estaba su gente. La cántabra, con un salto de 1,97 metros, había llegado al cielo a sus 37 años. A la medalla de oro, que llena el vacío que quedaba en un palmarés galáctico, con 13 podios en Mundiales y Europeos. El número 14 tiene sabor olímpico y es el primer oro de una mujer española en atletismo en unos Juegos. Ya es la más grande de todos los tiempos.
Este título es la cuenta pendiente de Ruth, el sueño añorado hace lustros, con el que confesaba levantarse cada mañana, la medalla en la que pensaba en las lluviosas sesiones de entrenamiento en Santander o en el escaño que ocupa en el parlamento cántabro. Aquellas fantasías olímpicas, de las que se vio privadas en Atenas, Pekín y Londres, se hicieron realidad en Río. Y fue de la mejor manera. De oro.
Ruth Beitia tenía una estrategia muy clara para esta final olímpica: no fallar tontamente ningún salto y hacer un concurso lo más limpio posible. La experiencia ha hecho a la española una experta en esos menesteres, en el manejo de la táctica. Y el plan salió perfecto. Se iniciaba el concurso con 1,88 y 19 mujeres en liza. Ruth, con gafas de sol para protegerse de los focos, saltaba la primera y franqueó esa altura con facilidad. Primer paso dado. Algunas rivales como la estrella croata Vlasic y la búlgara Demireva se enfangaban ya ahí. Llegó el 1,93. Otra vez Beitia pasó el listón impecable. Sólo dos mujeres seguían sus limpios pasos: Trost y Lowe. Si el 1,97 era rebasado sin fallos, la medalla estaba en el bolsillo. Por supuesto, saltó…
Quedaban sobre 2,00 metros cuatro mujeres: Beitia, Demireva, Vlasic y Lowe. Ruth era la única con el expediente impecable. Así que si fallaba una, sería bronce, si erraban dos, plata, si no acertaban las tres: oro. Y se dio este último escenario, el mejor de todos. Ruth tenía la medalla de oro sin necesidad de franquear los dos metros. Luego vino la explosión de alegría. Lágrimas, gritos, sensaciones incontrolables…Plata era Demireva, bronce para Vlasic, en otros tiempos inalcanzable, y la gloria para Beitia.
Ruth compartía su pasión con la delegación española, con su representante Julia García, y, sobre todo, con su entrenador, Ramón Torralbo, ese hombre que forma su otro "50 por ciento". Con el que comparte las maratonianas sesiones de técnica en La Albericia. Haga frío, llueva o truene. “Esto es un sueño hecho realidad, lo máximo”, decía el viejo Ramón, que lleva viendo entrenarse a Ruth en el camino a la excelencia desde hace 26 años.
También Torralbo fue el que la convenció de no dejar el atletismo después de los Juegos de Londres, cuando Ruth se llevó el gran chasco de su vida al ser cuarta. Fue la única vez que Beitia bajó los brazos. Decidió abandonar, pero Ramón estuvo allí, con su cariño. Diciéndole: “Entrena sólo un poco”. Y ese poco se convirtió en algo más y después en el regreso a la élite, donde, ya metida en la treintena, consiguió su mejor versión. Una superheroína. Igual de voladora gracias a su tobillo izquierdo y con una visión táctica de los concursos brutal. Con esa mezcla y los sueños olímpicos de cada día… Beitia es oro. El himno de España volvió a sonar en un podio de atletismo de unos Juegos 24 años después (los últimos fueron los de Dani Plaza y Fermín Cacho en 1992) y fue gracias a Ruth, que no paraba de llorar... Había tocado el cielo. Es la medalla 14 de España en estos Juegos.