El triunfo de la madurez: Marc López toca el cielo a los 34
En lo que va de temporada, el tenista español ha añadido a su currículo el torneo de Doha (ATP 250), Roland Garros y el oro en Río.

Ganada en 2016, la medalla de oro de Marc López y Rafa Nadal empezó a forjarse en 2009. Fue entonces cuando Tomeu Salva, amigo de ambos, les unió en una pista de tenis, los dos al mismo lado de la red. Y a la primera fue la vencida: jugaron y ganaron el ATP 250 de Doha. La victoria metió en Marc el gusanillo del dobles, modalidad que con el paso de los años le colmaría de gloria.
Con Nadal no pudo formar pareja de hecho: lo hacía incompatible la agenda de conquistador de Grand Slams de Rafa en individuales. Pero, precisamente de esa imposibilidad, Marc hizo una de sus mejores virtudes. Lo mismo le daba con quién jugar: si sujetaba una raqueta y pasaba alguna que otra bola, el de Barcelona le mejoraba. También supo convertir sus 175 centímetros, algo escasos para gobernar la red, en una fortaleza: quién necesita la altura de la jirafa teniendo los reflejos del gato. Así, en el mismo 2009, con Robredo a su lado, ya fue cuartofinalista de Roland Garros.
Los títulos, generalmente demasiado modestos como para acaparar los focos, fueron sucediéndose. Tres cayeron en 2010: con Nadal, el Masters 1000 de Indian Wells; con Marrero, el ATP 250 de Estoril y el 500 de Hamburgo. Uno más en 2011, de nuevo con Nadal en Doha (ATP 250). Y en 2012, tras Indian Wells con Rafa, y Roma (Masters 1000) y Gastaad (ATP 250) con Granollers, celebró lo que parecía su culmen, una quimera transformada en realidad: levantar, con el propio Marcel de partenaire, la Copa de Maestros.
Un oro como homenaje a Eduardo
Tanto tardó en subir el siguiente peldaño, el de la consolidación en los títulos, que hasta pareció que el ascenso no llegaría. Y no fue por no intentarlo. Ni por no merecerlo: en 2014, todavía con Granollers, se tuvo que conformar con ser segundo en Roland Garros y en el US Open. El torneo de Buenos Aires (ATP 250) consoló su vitrina.
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Pero a Marc, como a tantos otros antes, lo que no le dieron las piernas, se lo está dando la cabeza. A sus 34 años, con una madurez que ha revitalizado su ya de por sí chispeante tenis, está disfrutando los mejores momentos de su carrera. 2016 le ha conducido por el camino del éxito: el título con Feliciano López en Doha fue el aviso, el triunfo en Roland Garros (también con Feli), su primer Grand Slam, fue la confirmación, y el oro olímpico en Río 2016, la consagración en el olimpo de los doblistas.
Aunque, si algo significa la conquista en los Juegos, es la paz de haber visto saldada la deuda que la vida le debía desde 2012, cuando el fallecimiento de su padre tras una larga enfermedad le hizo renunciar a Roland Garros, parada indispensable para sacar el billete con destino Londres. Poco importa ahora. Esta medalla, como las lágrimas que la han regado, va por usted, Eduardo.
