Maracanazo olímpico
La ceremonia se celebra en la catedral del fútbol l Una muestra de la pérdida de peso del atletismo en el deporte l Hoy (01:00, La 1)

Los Juegos Olímpicos y el fútbol se han caracterizado por una relación no tumultuosa, pero sí de cierta indiferencia, y a veces de abierta contrariedad. La relación se ha definido menos por la competencia que por el poder. Al fin y al cabo se trata de las dos expresiones deportivas que más impacto mundial han alcanzado después de su nacimiento a finales del siglo XIX. El fútbol derivó hacia la pasión de masas. Los Juegos Olímpicos surgieron de la idea regeneracionista de un aristócrata, el barón de Coubertin, cuya visión pasaba por la utilización del deporte como impulsor de un nuevo orden mundial. Lo que nació en el XIX todavía es trascendente en el siglo XXI. Por eso Maracaná, la catedral del fútbol brasileño, adquiere hoy un nuevo significado.
Maracaná será escenario de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Río, un acontecimiento que suele derivar al territorio kitsch eurovisivo. Cualquiera que sea la opinión sobre el espectáculo, a la audiencia le interesa. El escenario importa por varias razones. Una de ellas es su carácter simbólico. Es la pieza física central de las dos semanas de los Juegos, la plasmación visible de la grandeza de la idea olímpica. Otra razón es de orden práctico: el estadio alberga las pruebas de atletismo, el deporte olímpico capital.
Sutileza. La ceremonia de hoy ofrece una sutileza que explica la multitud de cambios que se han producido en el panorama del deporte. Por ejemplo, la devaluación del atletismo como espectáculo bandera. Hasta ahora parecía impensable que el acto inaugural de los Juegos Olímpicos se desarrollara en un campo de fútbol, que es exactamente para lo que nació el mítico Maracaná, entre cuyas rarezas figura su propio nombre, el de un periodista, Mario Filho Jr., máximo impulsor del campo en las vísperas del Mundial de 1950.
No hay conexión en el deporte más sagrada que la del atletismo y los Juegos Olímpicos, un vínculo que comienza a deteriorarse soterradamente. Hasta hace 20 años, los aficionados al fútbol podían oponerse a un campo rodeado por una pista de atletismo. Los políticos, apoyados en el prestigio del atletismo como deporte básico universal, solían pensar lo contrario, y en España hay pruebas de ello en los estadios de Anoeta y Sevilla. Algo parecido sucedía en otros países, con Alemania a la cabeza. De las nueve sedes del Mundial de fútbol de 1974, sólo Dortmund no disponía de pista de atletismo. Sólo tres de los nueve campos del Mundial de 2006 —Berlín, Nuremberg y Stuttgart— dispusieron de pista. En el Daimler Arena de Stuttgart ya no existe.
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En Río de Janeiro se levanta el estadio construido para los Juegos Panamericanos de 2007 y renovado para la ocasión olímpica. Se disputarán las pruebas de atletismo, pero no la ceremonia inau¬gural. Cualquiera que sea la explicación oficial para este cambio, no evitará la enorme pérdida del valor simbólico del estadio como núcleo central de los Juegos. Algo en el ambiente, y en la tremenda dificultad para rentabilizar unos edificios casi improductivos, indica que el atletismo ha perdido vigor y popularidad, al contrario que el fútbol, convertido en un tanque arrollador.
Un golpe. El mensaje del Maracaná olímpico trasciende lo coreográfico de la ceremonia inaugural. Es un aviso para navegantes. Los Juegos se mueven en la dirección que marca el dinero y la audiencia. El atletismo ha recibido en Río un golpe durísimo. Esta noche, cuando comience el desfile en un campo de fútbol, sufrirá su maracanazo particular.
