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Historia

Joseph “Shoeless” Jackson, segunda parte

Cada vez que se abre la puerta del salón de la fama, todos tratan de evitar un nombre. Joseph “Shoeless” Jackson es hoy un icono de la cultura popular americana.

Joseph “Shoeless” Jackson, segunda parte

Una vez suspendido de por vida, se volvió con su mujer, Katie, a Carolina del Sur. Tuvieron un negocio bastante próspero de limpieza en seco en Savannah y Joe terminó montando una licorería en la calle Pendlenton de Greenville.

Jamás habló a nadie de su familia sobre su pasado como jugador, como demuestra el hecho de que su sobrina y muchos miembros de su familia no se enteraron de su historia hasta que apareció en un periódico de Columbia en 1949. “Tengo la conciencia tranquila” era la frase que repetía como un mantra.

Y es que aquellos White Sox se habían convertido en Black Sox por vender aquellas finales. Una de aquellas tardes, Jackson estaba paseando cuando Candil se le acercó y le explicó que siete jugadores se habían unido para recibir 20.000 dólares por dejarse ganar. Cuando fue preguntado al respecto por el gran jurado, reconoció que recibió 5.000 de los 20.000 dólares pactados, que un compañero le tiró un sobre con el dinero a la alfombra y que durmió con ellos debajo de la almohada. También declaró que él siempre jugó para ganar, algo que sus defensores argumentan con sus magníficos números de la serie mundial, y que su mujer lloró amargamente por meterse el dinero en el bolsillo.

Mientras regentaba la tienda de licores jugó al béisbol en equipos semi-profesionales. Un día de abril de 1946, dos viajeros pararon en la tienda provenientes del Masters de Augusta. Joe levantó la vista durante un segundo y siguió limpiando con un viejo trapo el mostrador. Parecía que los invitados querían comprar unas bebidas, pero uno de ellos dijo: “Yo te conozco, tú eres Joe Jackson. ¿Te acuerdas de mí? Sólo he venido a saludar. Tenías el mejor swing que jamás vi.” Era Ty Cobb, la gran estrella del béisbol que se había hecho rico una vez retirado, gracias a sus inversiones en Coca-Cola. “Te conozco, pero no estaba seguro de que quisieras hablar conmigo” dijo Joseph. Cobb le pidió una bola autografiada, seguramente sin saber que Joe sólo había firmado cinco cosas en su vida: su tarjeta de reclutamiento, su hipoteca, el permiso de conducir, una bola de béisbol y su voluntad. “Te la conseguiré pero tendrás que volver mañana”. “Sólo estamos de paso, en otro momento” respondió Cobb.

Joe Jackson falleció cinco días después en la casa de ladrillo rojo que compartía con su mujer en Greenville. El hombre, cuyo guante era el lugar en el que morían todos los triples, fue el espejo en el que se miró Babe Ruth para realizar su swing.

Pasado el tiempo, Ted Williams, junto al gobernador de Carolina del Sur y otras autoridades, presentó un memorándum de 58 páginas argumentando que su expulsión de la liga había prescrito con su muerte y que debía ser exonerado. El propio Ted Williams declaró que “cuando era joven, los Red Sox paraban a veces en Greenville, el hogar de Joe Jackson, y él todavía estaba vivo. Cuánto me hubiera gustado haberlo saludado y haber podido hablar con él sobre bateo”.

La casa en la que vivió es hoy un museo que honra su memoria y en la que hay una placa, exactamente igual a las del salón de la fama con su efigie y sus logros. Joseph “Shoeless” Jackson es hoy un icono de la cultura popular americana. Para unos el rostro de la vergüenza, para otros un excepcional jugador que debería figurar en el salón de la fama. Lo único que puedo añadir es que no soy nadie para llevar la contraria al gran Ted Williams.