La tremenda historia de Joe 'Shoeless' Jackson
Cada vez que se abre la puerta del salón de la fama de la MLB, como ha sucedido esta semana, todos tratan de evitar pronunciar un nombre.
El 24 de julio Ken Griffey Jr. y Mike Piazza tuvieron el más grande reconocimiento del mundo del béisbol, ver una placa con su efigie y su nombre colgada de las paredes del salón de la fama y cuando éste se abre, un nombre aparece como un fantasma en la memoria de todos. Para unos es la personificación de la ignominia, para otros un héroe injustamente tratado. Y es que Joe “Shoeless” Jackson no deja indiferente a nadie.
George y Martha Jackson tuvieron en el Condado de Pickens, en 1887, al mayor de sus ocho hijos al que llamaron John. Se vieron obligados a emigrar a Greenville, Carolina del Sur, para salir de la más absoluta pobreza y trabajar en las florecientes fábricas de algodón. El béisbol era un respiro para aquellos que habían sido agricultores y tenían que trabajar en habitaciones ruidosas y polvorientas. Los dueños se percataron de que el béisbol promovía el espíritu de equipo y crearon la liga textil.
En 1902 el joven John trabaja barriendo el suelo de la fábrica en la que trabaja su padre, los estudios son un lujo que la familia no se puede permitir y toda ayuda a la economía doméstica es necesaria, por eso John empezó a trabajar a los seis años. No tardan en pedirle que forme parte del equipo de la empresa, los Spinners de Greenville, y con 16 años es el jugador más famoso de la liga. Durante un partido contra los Anderson Electricians, estrenó unos zapatos y terminó con los pies llenos de ampollas. Al día siguiente, el entrenador le hizo jugar a pesar de las magulladuras y John se calzó sus viejos zapatos, al sentir dolor decidió jugar descalzo y de ahí el apodo que le acompañará hasta la eternidad.
Después de una temporada con los Spinners, los Athletics de Philadelphia lo ficharon por 325 dólares en 1908. Sus comienzos no fueron fáciles, ya que alternó entre las Majors y las minors durante los dos primeros años. Después de jugar sólo diez partidos con los A´s, fue traspasado a los Naps de Cleveland, donde jugó su primera temporada completa con una media de bateo de 0.408, record de cualquier rookie. Su peregrinar continuó y en 1915 recaló en los White Sox de Chicago con los que se impuso en la Serie Mundial de 1917 a los Giants de Nueva York.
A pesar de contar con un equipo maravilloso, Charlie Comiskey, fundador y dueño del equipo, pagaba una miseria a sus jugadores. Además, éstos no podían hacer nada, ya que en aquella época eran poco menos que siervos. Para muestra un botón, en 1919 Comiskey había prometido 10.000 dólares a Eddie Cicotte, su pitcher estrella, si ganaba 30 partidos. Cuando se acercaba a esa cifra, ordenó que se le sentara en el banquillo.
Con este ambiente y la plantilla dividida en dos facciones, los White Sox llegan a las series mundiales de 1919, en las que son claros favoritos contra los Reds de Cincinatti. A pesar de firmar una media de bateo de 0.375 y lograr el único home run de la serie, los de Ohio se proclamaron campeones contra todo pronóstico.
Al año siguiente, fue suspendido con otros ocho miembros de su equipo, acusados de vender las series mundiales. Durante las audiencias ante el gran jurado del condado de Cook, en 1920, un niño se paró delante de John en la puerta del juzgado y sollozando le dijo “¡Say it ain´t so, Joe!” (Di que no es así, Joe).
En 1921, un jurado popular de Chicago, entre los vítores de los asistentes, declaró a los acusados inocentes, un jurado que aprovechó la ocasión para pedir autógrafos a los encausados. A pesar del veredicto, Kenesaw Mountain Landis, primer comisionado del béisbol, actuó en contra de la sentencia y les expulsó de la liga. De esta manera, Joe “Shoeless” Jackson vio cómo su carrera terminaba con 33 años.