Carl Yastrzemski, el sueño imposible en las Grandes Ligas
Un hijo de inmigrantes polacos fue capaz de hacer que Boston volviese a entusiasmarse una vez más por sus queridos Red Sox.
“Espero que me agradeceríais como un vencedor porqué siento que, simplemente el hecho de haber jugado un partido en Fenway Park, hace de mi un vencedor”. Gracias a estas palabras un hombre de 43 años serio, pausado, visiblemente conmocionado, enseñó a su gente todo el orgullo que había tenido adentro de sí mismo a lo largo de 23 memorables campañas. Una dignidad de un trabajador imparable que restituyó a los aficionados de Boston el placer de paladear juegos inmortales. La ilusión de poder pelear por el anillo más precioso.
Un jugador que pasó cruelmente a la historia como perdedor, como un caballero que siempre estaba en el lado equivocado de la barricada en el momento del duelo decisivo. Pero el término perdedor es genérico y, en el caso de nuestro protagonista, exageradamente injusto. De hecho existe quien llega segundo, es decir lo que es mejor de todos los otros menos que uno. Carl Yaztrzemski ha sido él que, cargándose encima de su espalda a sus compañeros, ha regalado finales y encuentros leyendarios. Y ha hecho mucho más. Básicamente ha rehabilitado a toda una ciudad, permitiendo de rescatar a una magia que parecía perdida en un rincón desaparecido. Si tenéis la suerte de pasear alrededor de Fenway Park, podéis ver a un montón de aficionados que, 30 años después de su despedida, lucen su camiseta. Por esto tenemos que referirse a él como a un verdadero vencedor.
Estamos hablando de un hijo de un cultivador de patatas que vivió en primera persona el drama de la Gran Depresión. Carl Sr. era un grandísimo talento con el bate es sus manos, hasta el punto que los Dodgers, en la época en Brooklyn, y los Cardenales de Saint Louis le ofrecieron un contrato de ligas menores. Él rechazó, porqué el miedo a perder su granja era más grande que la ilusión por triunfar en las Grandes Ligas. Me permito, para que os podéis situar exactamente en la situación, de aconsejar la visión de la película Cinderella Man, imagen perfecta de lo que significó ser adultos en el periodo posterior a la caída de Wall Street. La historia de Carl Jr, empezó en el estado de Nueva York, en unas de aquellas áreas rurales donde un niño ve muy de lejos las luces de la gran ciudad.
Yaz creció con los mitos de los Yankees, soñaba con los jonrones de Di Maggio y Mickey Mantle. Su carácter se formó en la cultura del trabajo. Una misión que su padre llevaba diariamente e incasablemente. Tras la escuela, también Carl Jr solía ayudar en el rancho familiar y luego se inmergía en infinitas sesiones con el bate y la pelota. En los grandes espacios de la propiedad familiar desarrolló su estilo, su poderío, su constante deseo en búsqueda de la perfección. Desde joven arrasó en su instituto. Batió más que 600 en el high school, provocando la atención de las grandes ligas. Sin embargo, rechazó un contrato ofrecido por sus queridos Yankees. Él hubiese aceptado, pero su padre pretendía que los pinstripes cubriesen los gastos universitarios.
Finalmente, gracias a una beca, entró a Notre Dame, prestigioso ateneo católico situado en el Estado de Indiana. En su primer año, todo el país se dio cuenta que una estrella estaba naciendo y estalló una verdadera guerra para contratarlo. Un día, él y su padre arrancaron con su coche. Fue un viaje memorable. Escucharon propuestas en Detroit, luego en Cincinnati. Su vehículo siguió hasta el Estado de Massachussets. Los dos llegaron en una Boston cubierta de nieve. Aquí su padre vio el monstruo que dominaba el jardín izquierdo de la mítica cancha bostoniana. Se convenció y convenció a su hijo que aquello era el lugar perfecto para escribir la historia.
Yaz, como todo el mundo lo llamaba, aceptó. Pese a no ser entusiasta de entrar a formar parte de un equipo mermado por una maldición infinita y que, tras la derrota en la Serie Mundial de 1946, había experimentado campañas horribles, encarrillando cursos protagonizados por el marasmo general. Encima, tuvo que convivir con la enorme presión de ser el nuevo Ted Williams. Una leyenda viviente en la ciudad del Rio Charles. Empezó intercambiando momentos fantásticos a meses complicados hasta que llegó el año 1967, que marcó un punto de inflexión en la historia de las Medias Rojas.
Antes que la temporada 1967, los Red Sox venían de 8 campañas consecutivas en las cuales las derrotas habían superado a las victorias. Por si fuera poco, en el 1965 habían encajado 100 fracasos, peor marca de toda la liga. De hecho, que la campaña 1967 no provocaba muchas ilusiones entre los hinchas bostonianos, es testimoniado por la cantidad de gente que asistió al partido inaugural. Poco más que 8000 incondicionales vieron el triunfo contra las Medias Blancas de Chicago. Sin embargo, conforme iban pasando las semanas la gente empezaba a respirar un aire distinto. Y el templo empezó a llenarse.
Yaz no era más simplemente la única estrella del equipo, era su líder. Su bate era caliente y su defensa del jardín izquierdo, perfecta. Parecía improbable, pero los Red Sox empezaron el último mes de la campaña en plena lucha por el pennant, contra otros tres equipos: Minnesota, Chicago y Detroit. Quizás unos de los finales de campeonatos más apasionante de siempre. Los aficionados que acudían a Fenway solían cantar una canción proveniente de un musical que protagonizó en los teatros de aquel año, inspirado al Don Quijote. Esta canción se llamaba “Sueño imposible”.
La carrera llegó hasta la última curva. El fin de semana final los Red Sox, literalmente empujados por toda la ciudad, tenían que derrotar en los dos partidos conclusivos a los Mellizos de Minneapolis y, en el mismo tiempo, los Tigres tenían como mínimo que perder uno de los dos juegos que le quedaban, contra los California Angels. Las emociones eran trasladadas también a la lucha para la corona de mejor jonronero, en la cual Yaz estaba peleando contra Harmon Killebrew, as de los Twins. Yaz estaba en la cumbre de su carrera. Aquel fin de semana batió 7 de 8 con 6 carreras impulsadas. En un estadio eléctrico Boston derrotó dos veces a los Mellizos y se llevó el alirón de la Liga Americana. En los vestuarios los jugadores escucharon por radio la derrota de los Tigres que selló el éxito. Y Yaz alcanzó la tripla corona, un hito que el año antes había logrado Frank Robinson y que luego ninguno sabrá conquistar más hasta que lo atrapó Miguel Cabrera en 2013.
Lamentablemente esta fábula estaba destinada al más amargo de los finales. Los Red Sox fueron apedreados por los lanzamientos de Bob Gibson que se llevó tres partidos de la Serie Mundial incluso el último y decisivo en Fenway Park. Boston había perdido pero, por tan extraño que pueda parecer, había creado algo más grande que la victoria, es decir la mentalidad ganadora.
Es opinión de muchos periodistas que cobran a diario los Red Sox que, en aquel curso, se creó la locura para las Medias Rojas. La Red Sox Nation de hoy en día es hija directa de las hazañas de Yaz y sus compañeros en 1967. Como bien explica Jerry Remy, jugador y luego prestigioso comentarista, aquel equipo reinventó el beisbol en Nueva Inglaterra. Las glorias cotizadas en los años 2000, nacieron allí. Es verdad, se tuvo que pasar por otras amarguras. Como las dos que enmarcaron los ’70. Yaz representó el último out del séptimo partido de la Serie Mundial contra los Rojos en el año 1975. Un triste e idéntico final ocurrió en el en el partido de desempate para el título de la American League del año 1978 contra los Yankees. El jonrón de Bucky Dent arrebató el marcador y regaló la victoria a los rivales neoyorquinos. Y Yaz fue el último eliminado del partido.
Sin embargo, Fenway siempre lo recuerda como merece ser recordado. Lo homenajeó por todo lo alto el día que conectó su imparable número 3000. Y en el día de su despedida los aficionados escucharon palabras que tocaron fuertemente sus fibras, vocablos que restituían el orgullo perdido. El pasado fin de semana David Ortiz superó el record de jonrón de Yaz. Big Papi ya ha festejado 3 World Series y sigue en búsqueda del póquer. Carl Jr disparó el lanzamiento inaugural de cada uno de los primeros partidos de las Series Mundiales ganadas por las Medias Rojas en el nuevo milenio. Tres anillos en los escaparates de Yawkey Way. ¿Seguros que estamos hablando de un perdedor?