Sandy Koufax, el brazo izquierdo de Dios
El leyendario pitcher tomó la decisión de respectar el Yom Kippur y renunció al primer partido de una serie Mundial que terminará en gloria
“Hey Skip, apuesto que hubieses deseado que yo también fuera judío”. En la segunda entrada del primer partido de la Serie Mundial del año 1965, Don Drysdale reveló su frustración a su manager Walter Alston. El entrenador de los Dodgers acababa de subir al montículo para comunicar al lanzador que su esfuerzo había terminado. Los bates de los Minnesota Twins, en un abarrotado Metropolitan Stadium, habían estallado y los locales estaban de camino hacia la victoria. El chascarrillo del formidable pitcher derecho procedió de un hecho muy peculiar. Él no hubiese tenido estar allí. Aquel honor hubiese tenido que pertenecer al esplendido Sandy Koufax. Sin embargo, el zurdo, quizás el mejor lanzador de todos los tiempos, renunció a ascender al montículo. No estaba ni siquiera en el estadio, porqué atendió la función en la Sinagoga de Minneapolis. Así honró el día más sagrado para los Judíos como él, el Yom Kippur.
El pasado viernes Jake Arrieta de los Chicago Cubs completó un partido sin que sus contrincantes pudiesen registrar ni una carrera y ni siquiera un hit a lo largo de todo el encuentro. La estrella de los Cachorros se convirtió en el cuarto lanzador de la historia en lograr este hito después de haber ganado, en el año anterior, el premio Cy Young. El más prestigioso laurel que puede alcanzar un pitcher de la MLB. Koufax, fue el primer en obtener esta hazaña. Aquí contamos una historia, entre las muchas, de la inigualable trayectoria que protagonizó el nativo de Brooklyn, sus peripecias en las World Series de 1965.
Sanford “Sandy” Braun nació en Brooklyn, Nueva York, en el entorno de una familia judía. Pasó una niñez complicada. Nunca llegó a conocer su padre biológico, porqué este se separó de su madre y nunca se hizo cargo de su propio hijo, que tomó el apellido del nuevo marido de la mama. En sus años en el instituto destacó más en el baloncesto que en el deporte de los diamantes, pero finalmente todo el mundo se dio cuenta de que su brazo zurdo no fue fabricado para encestar jump shots sino para disparar curvas y fastballs. Gracias a sus formidables lanzamientos, millones de aficionados empezaron a soñar con sus gestas. Su bola rápida era tan demoledora que rompió el pulgar del coach del bullpen Sam Narrow a lo largo de un work out con los Piratas de Pittsburgh. Luego fue contratado por lo Dodgers.
Se estrenó con el equipo que representaba su barrio justo, luciendo la camiseta numero 32, en la temporada del triunfo de los “Boys of Summer”, en 1965. A lo largo de la campaña estuvo muy irregular, alternó actuaciones arrolladoras a momentos bajos. No apareció en la poética Serie Mundial que se acabó en Ebbets Field con la conquista de los Yankees de Nueva York. Estaba en el banquillo y después de la victoria de sus compañeros, no lo festejó. Se fue a una clase de arquitectura donde se había apuntado unas semanas antes.
Cuatros años más tarde encajó una de las derrotas más dura de su carrera en el quinto partido de las Series Mundiales del 1959. Con la opción de cerrar el triunfo, en frente de 92.000 espectadores que constituyen hoy en día la más grande afluencia en un partido de la Serie Mundial, fue vencido por los White Sox de Chicago. La novena de Illinois se conformó con una carrera en la cuarta entrada. Sin embargo, L.A. consiguió la hazaña dos días después en Comiskey Park.
Nuestro héroe, a partir de la temporada 1962, año en el cual su organización abandonó el Coliseo de South Central para actuar en el Dodger Stadium en el Downtown, se convirtió en un pitcher intocable. A lo largo de un lustro dominó la escena como ningún otro atleta, ni antes ni después, supo hacer. Durante este periodo cada vez que se subía la colina daba la sensación de poder hacer algo histórico. Todos los sluggers más demoledores de la época estaban destinados a rendirse contra los cohetes que disparaba Koufax. Su recta de cuatro costuras y su curva eran imposibles de golpear. Su fastball llegaba a alcanzar las 100 millas por hora mientras que su breaking ball arrancaba de una altura de dos metros para acabar muerta en el área de strike. Un pitch digno de la magia de Houdini, otro famosísimo correligionario del brooklyner.
En la Series Mundiales de 1963 los Yankees saborearon la amargura de un sweep. El 32, ponche tras ponche, dominó los rivales. Fueron 15 en el primer partido, un hito tremendo. Los Bombarderos del Bronx fueron barridos en cuatro juegos y el brazo izquierdo de Dios dominó también el último. No pudo con él ni siquiera un pícaro como Yoghi Berra, que homenajeo el rival sirviéndose de su conocido sentido de humor: "Ya veo por qué ganó 25 partidos. Lo que no entiendo es como perdió cinco”. Sanford festejó el anillo con la guinda del título de MVP.
Dos años después llegó el apogeo de su carrera. A partir de septiembre empezaron a pasar cosas que dejaban presuponer algo monumental. El día 12, el nativo de Brooklyn alcanzó la perfección anulando completamente los bates de los Chicago Cubs. Una proeza increíble, un pitching duel súper ajustado e igualado, en el cual se registraron solamente dos imparables. Ernie Bancks, estrella de los Cachorros se justificó tras la humillación de los suyos: “No puedes golpear lo que no puedes ver". El Perfect Game es magistralmente contado en la biografía escrita por Jane Leavy: “Sandy Koufax, a lefty legacy”. Arrastrados por su líder, los Dodgers protagonizaron una espectacular remontada que le valió la corona de la Liga Nacional, arrebatando el liderato a los Gigantes de San Francisco. Fue nuestro protagonista, quien si no, que condujo los suyos en el clutch game contra los Milwaukee Brewers.
Los contrincantes de los californianos, en el acto decisivo del campeonato, eran los sorprendentes Minnesota Twins. Hay que recordar que esta fue la primera Serie Mundial de los últimos seis años en los cuales los Yankees se quedaron en el sofá. De hecho, los neoyorquinos habían tomados parte en 14 de las previas 16, ganando 9. No volverán al gran baile en los siguientes 11 años. Una nueva era en el beisbol.
Los mellizos brillaban por los bates de Killebrew y Oliva, sin embargo, los Dodgers eran los favoritos. Porqué no solamente tenían al mejor pitcher, también Drysdale era un formidable lanzador. El ataque era muy flojo pero los dos dueños del montículo representaban con destaque el mejor combo de la nación. El equipo del mid west saboreó por primera la dulzura del título de la Liga Nacional. Estaban en Minnesota desde solamente 5 veranos. La organización había llegado a este nivel por última vez en el lejano 1932 con el nombre de Senadores de Washington.
Estábamos en pleno de los míticos años 60, mientras dominaba la rivalidad entre Beatles y Rolling Stones, en los cines se estrenaba el magistral Doctor Zhivago. Las protestas en contra de la Guerra de Vietnam tomaban siempre más fuerzas. Un icono de los que estaban en contra de la campaña militar americana, Ernesto “Che”Guevara abandonaba sus poderes en la Habana. De hecho el 3 de octubre Fidel Castro leía a todos los cubanos la carta de despedida del Che. Tres días después estaba programado el arranque del desafio. El líder, el jugador más importante, el caballo sobre lo cual se apoyaba y cabalgaba todo el equipo, tomó la decisión de no elevarse a la loma. Esta fecha coincidió con el acontecimiento más sagrado del calendario judío. El soberbio siniestro, pese a no ser un estricto observante de las reglas de la Torah, no se puso la gorra blanca y azul sino la kippah.
La fiesta del Yom Kippur es la única fecha del calendario judío que también los no observantes de alguna manera santifican. Las reglas son muy estrictas: no se puede ni trabajar, ni prender la luz y, por si fuera poco, cada fiel tiene que estar en completo ayuno desde pocos minutos antes del atardecer del día previo hasta que aparezcan las primeras estrellas de la jornada de expiación, más o menos 25 horas. Es un tiempo en el cual los adeptos rezan pidiendo a Dios la purificación de sus pecados que, según la sacra escritura, llegará a ser cumplida justamente al aparecer de los primeros astros, acompañados del son del shofar. El nativo de Brooklyn había respetado su creencia y había ido en contra de la religión de todos los estadounidenses, es decir el beisbol.
El brazo Izquierdo de Dios, como fue definido por la Biblia del deporte, Sports Illustrated, dejó cojos a sus compañeros. Drysdale perdió el primer partido. En el segundo Koufax apareció pero cayó. Arrancaron las polémicas. Así que los Mellizos viajaron hacia L.A. con el pleno control de la serie mundial. En el avión que de Minneapolis llevaba los Dodgers hacía California, el 32, un leader que hablaba poco, pero sabía cuándo hacerlo, se levantó y miró hacia su tropa: “No es importante lo que no pudimos hacer allí, es crucial lo que podemos hacer de ahora en adelante. Tenemos que volver en Minnesota llevando la ventaja en la serie”.
En California, Claude Osteen asumió la titularidad con toda la presión del mundo, pero ejecutó a la perfección dejando sin respuestas a los adversarios. Juego completo. El día siguiente, Drysdale borró la pesadilla del primer juego de manera arrolladora, mientras que Koufax en el quinto enfrentamiento canceló los bateadores rivales llevando sus queridos hacia el Mid-West con la ventaja. Todo había cambiado, pero faltaba un último reto para confeccionar el título. El héroe del sexto acto fue Mudcat Grant que bloqueó el ataque angelino y conectó un jonrón de tres carrera que envió la serie hacía la batalla resolutiva.
Alston estaba literalmente rompiéndose el coco, devorado por una duda existencial. ¿Dar la pelota a D.D. en su normal turno u optar por su ace que había descansado solamente 48 horas tras su shutout en el quinto partido? El skipper confió en el número 32, su apuesta permitió una nueva fabula.
En el otoño de las ciudades gemelas, el izquierdo tomó la pelota en un duelo que rozó la mística. Sandy concedió bases por bolas seguidas a Tony Oliva y Hermon Killebrew, en la primera entrada. Solamente dos out después del arranque Drysdale ya estaba calentándose en el bullpen. Sin embargo, el starter borró las inquietudes y salvó el empate. El abridor concedió un imparable en el tercero lo que llevó su antagonista a levantarse otra vez, pero el 32 supo acabar la entrada sin dañar el electrónico. La pizarra se movió poco después a favor de los visitantes. Lou Johnson conectó un cuadrangular que enmudeció el Metrodome. El latigazo era lo único que necesitaba Koufax, porqué aquel día estaba empujado por sus poderes inhumanos. Los visitantes añadieron otra carrera cuando un hits de Wes Parker impulsó hacia casa Ron Fairly
S.K. tuvo que sufrir otra vez en la parte baja del quinto inning. A partir de allí los Mellizos no pudieron ni siquiera asustar el monumental enemigo. También los aficionados rivales se rindieron a su majestuosidad cuando en la parte alta del noveno el campeón se presentó en el batting box. Pocos minutos después llegó la cita con la gloria. Killebrew se ganó la primera pero Battey y Allison, que representaban el punto del empate, cayeron bajo las gestas de Sandy que cerró su obra maestra con su noveno y décimo K.
Una semana después de haber expiado sus pecados en el purgatorio de la sinagoga y dos días después de haber lanzado un juego completo sin permitir ninguna carrera, Sandy remató su memorable viaje con otro juego completo aliñado por 13 strikeouts. Ninguno supo igualar semejante proeza. Los Dodgers volvían encima del mundo. Koufax se convirtió en un modelo de fe para los judíos, en un ejemplo de talento, sangre frio y omnipotencia para todo el mundo. En los años en los cuales el beisbol se expandió hasta California los aficionados habían encontrado a un nuevo héroe.
La siguiente campaña SK guió lo suyos a otro título de la Liga Nacional con prestaciones arrolladoras. Logró el Pennant tras ofrecer el quinto juego completo de la temporada. Sin embargo, todo se acabó en la Series Mundiales contra los Orioles. El quinto anillo se quedó en un ideal. Menos que un mes después de haber lanzado y perdido el segundo partido de aquel clásico de otoño convocó una rueda de prensa en el Beverly Wilshire Hotel de Beverly Hills. A pocos metros de donde Richard Gere se enamorará de Julia Roberts en Pretty Woman, el brazo izquierdo de Dios anunció al mundo su retiro. La artritis lo estaba literalmente destruyendo. Los presentes y el entero país se quedaron en estado de shock.
Su fabula fue interrumpida cuando el niño que se llamaba Braun tenía solo 30 años. Seis años después se convirtió el más joven miembro del salón de la fama. El ensayista David Pietrusza lo comparó con James Dean: tres películas, tres clásicos. Otros con JD Salinger, el autor de “El guardián entre el centeno”, porqué fue exagerado en su privacidad, no obstante una olvidable experiencia como color commentator en la NBC. Personalmente no encuentro a alguien parecido, como pitcher o como hombre.
Me quedo con Tom Verducci, uno de los bolígrafos más prestigiosos de Sports Illustrated, que comentó: “Era aquel tipo de persona que los muchachos idolatraban, que los hombres envidiaban, que las mujeres se desmayaban a verlo, incluso que los rabinos agradecían”. Creo que no hay mejor descripción de lo que representó nuestro héroe temerario.