Sam Bradford tiene todo el derecho a enfadarse
Los Eagles se han comportado de forma egoísta con su QB titular, que no es ningún pecado pero le da al jugador legitimidad en su protesta.
Si yo fuese Sam Bradford estaría cabreado. Muy, muy cabreado. Por eso entiendo su petición de traspaso y la rotura de relaciones con su equipo, los Philadelphia Eagles, con el general manager y con el entrenador. Porque se siente engañado y traicionado ¿Sabéis por qué? Porque ha sido engañado y traicionado, y le han puesto en una situación imposible con la que ahora tiene que lidiar.
Sam Bradford quiere ser el QB titular de un equipo de la NFL. Es lógico, pues eso es lo que quieren todos los jugadores de la competición en sus respectivos puestos. Los Eagles se lo concedieron. En la pasada agencia libre le ofrecieron un contrato de dos años, con 36 millones totales, siendo 24 de ellos asegurados. Son 18 de media por año y, dos y dos son cuatro, eso significa ser el titular.
Sin embargo, quiero precisar lo que ese concepto significa. No sólo se trata de empezar los partidos, sino que es mucho más que eso. Se trata de tener una seguridad, una estabilidad, y saber que el puesto es tuyo si rindes. Por supuesto, sino rindes te mandarán al banquillo y te cortarán. Eso es ley de vida en el deporte profesional y no está en discusión.
Lo que Sam Bradford quiere, y eso le aseguraron al ponerle el contrato delante de las narices, es que el puesto era suyo. Y punto. Por eso, amén de por el dinero, lo firma, porque quiere estabilizarse como titular de los Eagles.
Y, de repente, su equipo da treselecciones del draft para subir hasta el número dos y escoger a otro QB, Carson Wentz. En vez de usar esas piezas para ayudar al equipo de forma inmediata se gastan los recursos en un chico que, no puede haber duda, es el futuro de la franquicia. La cara. El emblema. El que será titular sí o sí, al que sólo le falta saber el cuándo.
Es entonces cuando Bradford tiene todo el derecho a sentirse estafado. Le han convertido, de repente, y contra lo que hablaron cuando firmó, en el calientasillas de Wentz. Da igual que sea en la semana 4, en la 10, en 2017 o, incluso, en 2018, pero Carson Wentz será el dueño del pocket en los Eagles. Va ligado de forma intrínseca a ser número dos del draft.
Bradford no puede competir contra eso. No tiene ninguna opción. No se puede apelar a que se comporte como un profesional y trate de ganar el puesto a un chaval rookie que viene de segunda división universitaria porque esa no es la realidad. La cruda realidad es que no existe ninguna competición: será el QB titular de los Eagles sólo mientras Wentz no lo pueda ser. Nada más. Y eso no es lo que se le prometió, sino que se le dieron las llaves del equipo. Esas que ahora sabe que son de otro. Está alquilado en el puesto.
Los Eagles están en su derecho de hacer lo que les de la gana, por supuesto. La NFL es suficientemente descarnada como para que este movimiento pueda tacharse de algo sucio o indigno, nada más lejos de mi intención decir tamaña tontería. Pero Sam Bradford sí que ha sido vendido y puesto a los pies de los caballos y, como individuo que se defiende a sí mismo, tiene todo el derecho del mundo, toda la legitimidad, y toda mi comprensión, cuando monta en cólera y manda al carajo a los Eagles. Tiene razón.
Eso no cambia nada. El mercado de QBs actual está muerto, con todos los equipos en situación estable en la titularidad y casi, casi que todos en la del primer reserva, y se ve imposible que ningún equipo vaya a aceptar su contrato, o traspasar por él, así que tendrá que comerse su orgullo, aparecer por los campos de entrenamiento y jugar para los Eagles. Pero sabe que es un temporero, no un titular, y nada de lo que haga cambiará ese rol. No está en su mano más que ser lo mejor que pueda, esperar que el equipo rinda, que las fichas vayan cayendo de su lado junto a las victorias, mejorar su cartel y buscarse el sitio de titular en otra franquicia. No es eso lo que se le ofreció para firmar en Philadelphia, no.