John Elway muere y mata cada año por el Lombardi Trophy
El presidente de los Denver Broncos ha convertido su obsesión por el anillo de campeón de la NFL en el motor de una vida sin miradas atrás.
La Super Bowl 50 será la séptima en la que John Elway tendrá un rol protagonista. Sólo estuvo ausente en la temporada 1977 de las ocho veces en las que los Denver Broncos alcanzaron la final de la NFL. Teniendo en cuenta que entonces aún estaba en el instituto parece lógico el eximirle de culpa al respecto. Más allá de esa anécdota, la historia de esta franquicia, a la que ninguna otra supera en presencias en la gran fiesta de la liga, sólo se explica a través de su figura. Es más, sólo se explica a través de su obsesiva y desesperada búsqueda del anillo, del Lombardi Trophy, por el que ha hecho cosas que muy pocos pueden igualar. John Elway muere y mata, en sentido deportivo, por este título.
Es fácil imaginar que esa motivación proviene del dolor. Como tantos grandes campeones, Elway encuentra el fuego competitivo en la derrota, en saber que prefiere evitar el fracaso a conquistar el triunfo. Es probable que no estuviésemos viviendo esta era de los Broncos si el equipo no hubiese perdido tres Super Bowls en los años 80. Entonces John era uno de los más talentosos quarterbacks de la liga, proveniente del mágico draft de 1983, y precursor de una nueva era, la del pase junto a tipos como Jim Kelly o Dan Marino.
Cada una de aquellas tres derrotas fue más dura que la anterior. Algo cambió en la cabeza de Elway. Dejó, como todo joven, de soñar con triunfos y descomunales oropeles para rezar, como todo veterano, con un instante de gloria. Las oportunidades llegan y se van, no esperan a que estés preparado, no te indican que mañana vaya a ser un mejor día. O las coges o desaparecen. En 1993 alcanzó la cima numérica de su carrera: más yardas, más pases intentados, más completos ¿El resultado? Una derrota por casi veinte puntos en la ronda de wild card.
Suficiente es suficiente. Ese año, harto, él mismo trató de convencer a Mike Shanahan, un prometedor entrenador de los San Francisco 49ers, para que les entrenase. Le dijo que no, así que tuvo que esperar otra temporada para cumplir ese deseo. Que las negativas no le gustan lo demuestra el hecho de que en 1995, su primera campaña bajo las órdenes de Shanahan apenas si le dirigía la palabra, marcado como estaba por el rencor.
Es esta anécdota, la de tratar de imponer su entrenador, la primera vez que le vimos justificar todos los medios en busca del único fin admisible: ganar el Lombardi Trophy. Wade Phillips era su coach en la banda y Elway le "vendió" de mala manera en la persecuciación de Shanahan. No sería su última víctima. Ni mucho menos.
Lo siguiente fue una inmolación. Un martirio asumido y aceptado. Los Denver Broncos cambiaron, con su aquiescencia, a equipo defensor y corredor. Lo que fuera con tal de ganar el anillo. Cuando al fin llegó, en 1997 y 1998, aquel equipo no tenía nada que ver con el de los años 80 y decir que dependía del QB es tan falso como decirlo hoy en día de estos Broncos y Peyton Manning.
¿Cómo tener reparos en sacrificar a quien sea para ganar cuando se sacrifico a sí mismo sin reparos? Tres ejemplos vuelven a poner de manifiesto esa filosofía ya desde los despachos.
En el año 2011 John Elway se hizo con la presidencia de los Broncos. Fichó a John Fox como entrenador y observó, con la misma incredulidad que el resto del mundo, como un equipo que vivía atado a la cordura por un muy fino cordel, perdía partidos en tres cuartos y remontaba en la parte final del partido a lomos de un enloquecido Tim Tebow, tocado por la varita de los dioses, del Dios o, en corto, con una flor en el culo del tamaño de un piano de cola. Es más, en playoff, ante los Pittsburgh Steelers, en la prórroga, un pase a Demaryius Thomas ante un demencial full blitz de los Steelers les llevó a pasar de ronda. El mundo había enloquecido y Tim Tebow era su profeta.
Un QB joven elegido en primera ronda que "lidera" a tu equipo a una victoria de playoff, y que es adorado con fervor religioso por las masas. No hay posibilidad de romper ese proyecto. Salvo si eres John Elway y tu obsesión es una y sólo una. Peyton Manning era cortado por los Colts y Elway se lanzó a su caza y captura con todas las armas a su alcance. Recuerdo a los analistas preguntándose ¿no es esto una falta de respeto a Tebow? ¿cómo se lo tomará? A John le daba igual todo: sólo quería a Peyton. Lo consiguió.
El segundo sacrificado fue John Fox. El año pasado los Broncos llegaron a jugar la ronda divisional de playoff. Un triste Manning se iba del campo con una imagen lamentable y los Indianapolis Colts, con su heredero Andrew Luck al frente, ejemplificaban el cambio de ciclo. ¿Acaso se puede echar a un entrenador cuando te ha llevado a jugar la ronda divisional? Sí, Elway puede, Elway lo hace. Fox fue su segundo "asesinado" insospechado en esta época.
Y el tercero ha sido el propio Peyton Manning. El invierno del año 2015 Elway ficha a Kubiak como entrenador para hacer lo mismo que hizo él para ganar la Super Bowl: convertir a Denver en un equipo de defensa y carrera. Junto a John Fox despidió a Adam Gase, coordinador ofensivo del equipo y hoy entrenador jefe de los Miami Dolphins, y no renovó a Julius Thomas, el tight end ahora en los Jacksonville Jaguars. Todos esos movimientos, del primero al último, se hicieron a contrapelo de Manning. El objetivo era forzar su retirada y que Brock Osweiler, una de las elecciones de draft favoritas de Elway, fuese el QB titular. Que Peyton se resistiese no quita para saber que su jefe le indicó la puerta de salida.
Porque a John Elway sólo le importa el Lombardy Trophy. Y todo, y todos, es prescindible en la persecución de ese objetivo. Por eso en los cinco años que lleva como presidente de los Denver Broncos son la franquicia con mejor porcentaje de victorias de toda la liga y se ha metido en dos Super Bowls. Pero, que nadie lo olvide, eso no es suficiente. No, lo único suficiente será no salir del Levi's Stadium derrotado este domingo.