La desesperación de esperar el partido final de Peyton Manning
Cada instante del Denver Broncos - Pittsburgh Steelers puede ser el último en el que veamos a la gran leyenda sobre el emparrillado.
Antes de nada, haceos el favor de leer lo que Antonio Magón, ese sabio, ha escrito sobre este partido.
Hay una técnica narrativa que admiro mucho, y es la de anticipar los acontecimientos para crear tensión. Sospecho que ya intuís que me gusta contar historias y eso me ha llevado a amar a quienes las cuentan muy bien. He tratado de aprender de ellos, de rebuscar en sus mecanismos para entenderlos y copiarlos de forma indiscriminada y desvergonzada. El problema es que hace falta talento, talento del de verdad, para crear los mecanismos, para hacerlos parecer nuevos.
En el caso de la tensión, de mantener en vilo al receptor, los mejores son los que te estampan en los morros la resolución antes si quiera de empezar y te dejan deshacerte entre sus vericuetos y sus giros narrativos. Aún sabiendo el final, aún teniendo clara la clave de la historia, desde que te sumerges en ella te superan. Es como hacer una precuela, con la complicidad del narrador y sus seguidores ante una resolución conocida. Eso es lo difícil.
¿Lo fácil? Coger una situación estandar y, sin comerlo ni beberlo, meter un pepinazo que destroza todo lo existente, todo lo construido. ¿Es efectivo? No os quepa duda. Y para mucha gente, magnífico. Como una melodía pop machacona y sencilla que odias a la tercera vez que la escuchas.
Como en todo, y como he dicho antes, el talento lo es todo. Y con cualquiera de las dos técnicas se pueden crear obras maestras atemporales o, casi mejor, obras que se hacen tuyas y se te incrustan en tus vivencias para siempre, sean mejores o peores en términos absolutos, que bien poco me importa.
Peyton Manning es un genio. Un genio absoluto del football. Le he visto contarme drives de majestuoso recorrido, con un par de chispazos retóricos a la banda. Le he visto ganar párrafos enteros de mi vida de seguidor de este deporte. Le he visto dominar con la mirada escenas completas que sólo son abarcables con una docenas de cámaras y un montador de manos expertas.
Pero Peyton Manning está esperando para sobresaltarme. Y eso me disgusta.
Temo que no sabe como acabar su obra. En vez de haberme mecido en su epílogo, inevitable, enseñándome la lápida con la fecha de su muerte, o, si queréis que no me ponga tan dramático, un plano en el que le vea en el podio despidiéndose de la liga a modo de flashforward, ha decidido utilizar el vil truco de la bomba sorpresa, del final inesperado sin pistas fiables. Está jugando conmigo.
Siento que cada instante del próximo Denver Broncos - Pittsburgh Steelers puede ser el último de su carrera. Temo que no me de tiempo a despedirle como se merece. Como me merezco. No quiero llorarle por sorpresa, quiero el dolor de lo inevitable, dolor controlado, plácido incluso. Quiero irme en paz de mi relación con este jugador.
Un golpe, una lesión, un mal partido, tres intercepciones, unos abucheos. Una derrota, quizás. No importa. Sé que no tendré la respuesta hasta el mismo momento en que suceda. Y entonces será tarde para paladearlo.
Peyton Manning quiere jugar. Quiere ganar este anillo. Puede que incluso quiera seguir un año más. Todo eso puede suceder. Pero le hemos visto desde el final de la temporada pasada, y le hemos visto esta temporada. No sé qué va a pasar, pero sé que el desenlace está a un instante. Y voy a vivir con el miedo en el cuerpo pendiente del sobresalto, del malo enmascarado apareciendo de la nada y arrebatándome al protagonista en un The End abrupto y efectista. Es pura desesperación, porque este cuento tiene a un narrador que ni él mismo sabe como rematar su capítulo final.