Kyle Shanahan y los Falcons se aman con pijama y zapatillas
El amor es una cosa muy compleja. Y rara. Da la sensación de que lo que se busca son emociones fuertes, pasión desbocada, montañas rusas emocionales y un despertar diferente cada día, sin saber lo que espera a la vuelta del arrumaco matutino. Y, sin embargo, cuentan los estudios que hacen las universidades estadounidenses, cuando no están formando QB inútiles para la NFL, que lo que de verdad aporta felicidad es el amor de pijama y zapatillas, de mantita en el sofá viendo una mala serie, de cafés con leche compartidos y una rutina agradable. Vaya usted a saber, pero es probable que Kyle Shanahan, el actual coordinador ofensivo de los Atlanta Falcons, sea de estos últimos. Y si no lo era, ahora ya lo es. Que pocas cosas enseñan en la vida como pasarlas canutas.
Y el muchacho las ha pasado canutas. Las ha visto de todo los colores hasta llegar a este puesto, a esta situación, en la que la normalidad y la tranquilidad le envuelven y, entonces, se le ve sonreír en la banda. 3-0 de record y un grupo que funciona y, lo que es más importante en su caso, es estable y tiene pinta de funcionar para mucho tiempo. Aaaah, el placer de lo rutinario.
Kyle Shanahan es un tremendo entrenador. No me cabe duda de que sus primeras oportunidades como entrenador en la NFL le llegaron por su padre. Ser hijo de una leyenda como Mike Shanahan te abre puertas. Pero una cosa es abrírtelas y otra que, una vez dentro, te dediques a cambiar todos los muebles de sitio y la decoración mejore una barbaridad. Así que en Tampa Bay, años 2004 y 2005, entró como el hijo de, pero se marchó como el chico talentoso que Houston quería como entrenador de receptores. Año a año pasó a entrenar a QBs y a convertirse en coordinador ofensivo de los Texans con 29 años.
Tras dos años con Gary Kubiak, en los que los Texans fueron el tercer y el cuarto ataque, respectivamente, que más yardas acumularon, sobre todo por tierra aunque convirtiendo a Matt Schaub en un QB respetable en la liga, se fue con su padre al muy ilusionante y apasionante proyecto de Washington Redskins. Allí consiguieron a Robert Griffin III en el draft.
La centrifugadora en la que se convirtió su vida era de las de muchas revoluciones y mucha emisión tóxica. Mucho de todo. RG3 fue el rookie ofensivo del año, se metieron en playoff, implementó conceptos de football universitario muy poco explotados en la NFL hasta entonces... y comenzaron las decisiones difíciles, las críticas de la prensa, la mala relación con el jugador, la posición del propietario contra su padre. Un carajal inmenso que desembocó en un final abrupto, desagradable, y que parecía poner freno a su ascensión en la liga.
Pero cayó de pie. Mike Pettine le repescó para que fuera el coordinador ofensivo de los Cleveland Browns en el año 2014. No bajaron de 20 puntos en siete victorias en las once primeras jornadas. Brian Hoyer parecía la solución en el puesto de QB y el ataque rendía con partidos que rondaban (o superaban) las 400 yardas totales todos los domingos. Pero la montaña rusa se volvió a poner en marcha y el general manager del equipo comenzó a mandar mensajes de teléfono a la banda en pleno partido, el dueño se puso tonto para que jugase la niña de sus ojos, Johnny Manziel, y todo el precario equilibrio explotó por los aires una vez más.
Asqueado, pidió que le echasen. Tal cual. Dan Quinn, que comenzaba una nueva aventura, le pidió que se fuera con él a Atlanta. Le prometió noches de sábado tranquilas y amor adulto.
Fijaos en lo que estoy relatando. Un hombre que hizo de Matt Schaub, Robert Griffin III y Brian Hoyer tipos respetables y con números que les dieron, a todos ellos, buenos contratos. Ese mismo tipo se encuentra, ahora, con Matt Ryan y Julio Jones, con un entrenador jefe centrado en la defensa, con una franquicia estable y con un general manager, Thomas Dimitroff, y un propietario, Arthur Blank, que no quieren fantasías. Es el puñetero paraíso.
Y, claro, eso se traduce en un 3-0 de récord y en tres partidos ganados con momentos de brillantez tanto del juego de pase como el de carrera. Especialmente ayer, ante Dallas, con un planteamiento en la segunda parte, ajustado tras el descanso, en el que obligaron a los Cowboys a pasar (tan sólo 5 carreras en el tercer y último cuarto), lo que se tradujo en mayor posesión de balón y, entonces, Shanahan tiró de la carrera para agobiar a una defensa que sufre mucho cuando tiene que aguantar drives sostenidos. Devonta Freeman se aprovechó de eso y se fue a las 141 yardas en 30 carreras.
Shanahan, con el poder otorgado por Quinn, tiene que estar disfrutando esta luna de miel en casa de los suegros, en el pueblo, con potaje para comer y paseos por el campo al caer la tarde. Ha vivido demasiadas veces en las noches de oropel y locura de la NFL como para saber apreciar un buen entorno protector y cariñoso. El resultado, de momento, no puede ser mejor, en cuanto a record de victorias-derrotas, y deja un poso de ataque sostenido, fiable, capaz de cambiar dependiendo del rival y de como vaya el partido, que tiene que tener satisfecho al bueno de Kyle.
Sin embargo, y aún siendo todo lo anterior verdad, lo cierto es que el gusanillo de la aventura acaba picando y ¿quién sabe? quizás en el próximo enero, cuando varios equipos estén buscando nuevo entrenador jefe, se acuerden de este tipo y llamen a su puerta. Pocas dudas tengo de que eso pase. Y, claro, Kyle no es de piedra y, como tantos antes que él, preferirá la aventura a los helados en la terraza en verano. Y vuelta a empezar.