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New York Giants-Dallas Cowboys

Jennings no metió touchdown por orden de Eli Manning

El quarterback de los New York Giants tomó la decisión en la jugada que le costó el partido a su equipo mientras su banda de dejaba hacer sin inmutarse.

Coughlin, entrenador de los Giants, contempla impasible como su quarterback tira el partido jugando a ser entrenador.
Ronald MartinezGetty Images/AFP

Es duro decirlo. Llevamos años sospechándolo, pero dos anillos, dos títulos de MVP de la Super Bowl y una trayectoria irregular, pero envidiable, nos impedían afirmarlo abiertamente y con rotundidad. Ahora ya hay pruebas concluyentes. Se disiparon las dudas. Eli Manning está alelado, o al menos tiene peligrosos episodios de desconexión mental que no solo afectan a ese gesto tan característico suyo, con el labio inferior ligeramente caído, sino a un intelecto que, por otro lado, en otras ocasiones parece muy superior a la media.

¿El por qué de una afirmación tan categórica, tan grave, tan lapidaria?

Os pongo en antecedentes. Quedan dos minutos de partido y los Cowboys conservan dos tiempos muertos. Los Giants ganan 20-23 y están en 3ª y 14 en la yarda 20 de los Cowboys. Eli lanza un pase completo a Odell Beckham en la que Demarcus Lawrence es penalizado por una salida falsa que es declinada. El reloj se para por la penalización y los jugadores de los Giants que están en el campo creen que el tiempo ha sido parado por los Cowboys, que pierden así su segundo tiempo muerto.

El problema es que en los últimos cinco minutos del último cuarto esa penalización detiene el reloj automáticamente, sea o no declinada.

Los Giants están en 1º y goal en la yarda 4 de los Cowboys. Eli reúne a sus compañeros en el Huddle y le dice a Rashad Jennings que cuando recibiera el balón no buscara el touchdown, sino consumir el reloj. Jennings obedeció estupefacto la orden y corrió para dos yardas. Los Cowboys gastaban su segundo tiempo muerto y dejaban el reloj en 1:50… pero Eli Manning creía que acababan de gastar su último tiempo.

Así que el quarterback se volvió a reunir con sus compañeros y volvió a ordenarle a Jennings que no entrara en la end zone. El corredor confiesa que estuvo tentado de no obedecer la orden, pero que al final decidió ceder en su opinión. Y corrió para una yarda. Tiempo muerto de los Cowboys. El último que les quedaba, esta vez de verdad.

Los Giants están en la yarda 1 de sus rivales, en tercer down, y a Eli Manning se le cae el mundo encima al darse cuenta del error cometido. Y aquí viene el caos definitivo. El jugador afirma que la orden de no entrar en la end zone no se la dio nadie, pero que pensaba que estaba en la misma onda que la banda. Es más, afirma que había comunicado a sus entrenadores que iba a frenar a Jennings.

Sin embargo, Coughlin discrepa en ese punto. Coincide con Eli cuando afirma que la orden nunca llegó desde la banda, pero niega que en ningún momento el staff supiera que Eli había ordenado a Jennings no anotar el touchdown. De hecho, afirma que el quería a toda costa un touchdown que le daría a su equipo una ventaja casi definitiva de diez puntos.

No hace falta ser muy listo para darse cuenta de que en el momento en que los Cowboys pidieron su último tiempo muerto, a Eli Manning se le subió toda la sangre a la cabeza, le recorrió un escalofrío por la espalda, y se dio cuenta de que había cometido un error descomunal. Pero en vez de calmarse y estar en su papel, incluso pedir uno de los tres tiempos muertos que le quedaban a los Giants para centrarse, ir a la banda a contar el desaguisado, e intentar arreglarlo con una anotación en el tercer down, se sacó de la manga una jugada de pase surrealista que pareció diseñada en los instantes previos a ser puesta en práctica.

En este punto todo se enmaraña, porque tanto Coughlin como Eli se autoinculpan de ponerle la guinda al despropósito. Así que no se sabe exactamente quién fue el padre de la ocurrencia que terminó con el reloj parado a 1:37 del final del encuentro, tras la anotación de un fieldgoal del equipo de la gran manzana que dejaba el partido en manos de Tony Romo y a tiro de un touchdown.

Pero si las decisiones de Eli fueron surrealistas, peores fueron las de un Coughlin que debía estar estupefacto, observando lo que estaba sucediendo, y fue incapaz de usar uno de sus tres tiempos muertos, que a esas alturas ya no servían para otra cosa, para darle una colleja a su quarterback y reencauzar la patochada.

Aunque como conocemos de sobra a los Giants, porque son especialistas en este tipo de vodeviles, no sorprende demasiado nada de lo que sucedió.

Porque el epílogo de todo esto es que Coughlin puso a su defensa en prevent y Tony Romo se atravesó el campo en seis jugadas sin inmutarse. No necesitó ni siquiera hacer un spike. La defensa rival se abría como las aguas a Moisés y Coughlin siguió en la banda completamente grogui, incapaz de parar el reloj aunque solo fuera para devolverse a si mismo y a todo su equipo a la tierra.

Eli, por su parte, miraba al suelo mientras se le caía el labio inferior. Al menos consiguió evitar que se le resbalara la saliva hacia el suelo.

Que como decía Jennings, desde el instituto nadie le había ordenado que no entrara en la zona de anotación. Tuvo que ser Eli, en su inmensa sabiduría, el que perpetrara uno de los finales más rocambolescos de los últimos tiempos.

Los Giants tienen un quarterback alelado y un entrenador principal que chochea. Felicidades a los premiados.